sábado, 29 de marzo de 2014

El Domingo "Laetare", cuarto de Cuaresma



El Domingo IV de Cuaresma reviste características especiales. Recibe el nombre de la primera palabra latina con que comienza la antífona de entrada de la Misa: Laetare, que significa "Alégrese". El texto completo de esta antífona dice así: "Laetare. Ierusalem, et conventum facite, omnes qui diligitis eam. Guadete cum laetitia"."Alégrese, Jerusalén, y que se congreguen cuantos la aman. Compartan su alegría los que estaban tristes. Vengan a saciarse con su felicidad". (Cf. Isaías 66,10-11).

Este domingo es, tanto en sus textos bíblicos como en los eucológicos, un cántico a la alegría y a la esperanza cristianas, al igual que el Domingo Gaudete, tercero de Adviento.

Antiguamente, un signo concreto de esta alegría eran las primeras rosas de estación que un día como hoy los catecúmenos se intercambiaban en el templo. Las rosas evocaban la nueva vida, la luz y el color signos de la Pascua del Señor. Vestigio de esa tradición fue la costumbre papal de bendecir en este día una rosa de oro y enviársela a algún soberano católico.




Actualmente la rosa de oro es ofrecida por el Santo Padre a algún santuario mariano, como acto de veneración a la Madre de Dios.

Signos litúrgicos del Domingo Laetare:

– Se permite el uso de la música del órgano y otros instrumentos musicales no solamente para acompañar el canto -como es propio del Tiempo cuaresmal- sino también con la sola melodía (...sonus instrumentorum admittitur...).

– Se pueden adornar con flores el altar (...ornari potest floribus altare...) y el templo. En los otros días de este Tiempo, excepto en las fiestas y solemnidades, no están permitidos los adornos florales, sino que, como para las liturgias fúnebres, se prefiere el sobrio uso de plantas verdes.

– En lugar de los ornamentos morados pueden usarse los rosados (violaceus vel rosaceus), siendo este color el característico de la liturgia del día, debido a que es intermedio entre el blanco de la gloria y el morado de la penitencia.

Es oportuno resaltar las particularidades de este domingo, colocando al frente del altar un paño rosado, y procurando que las flores sean en su mayoría del mismo color. Lo mismo vale para el conopeo y el cubre cáliz.

Los cantos deben ser más alegres que en los otros días cuaresmales, aunque no tanto como lo serán en el Tiempo pascual. A diferencia de las fiestas y solemnidades, en este Domingo IV de Cuaresma está prohibido el himno Gloria in excelsis, y el Aleluya.


4 Domingo de Cuaresma, Año A, por Mons. Francisco González, S.F.

Comentario por Mons. Francisco González, S.F.

Estamos en el cuarto domingo de Cuaresma. Dos semanas más y entraremos en la semana de las semanas: Semana Santa. Nos estamos acercando al final de este tiempo fuerte que conocemos como cuaresma.

Cuaresma, cuarenta, número que en la Sagrada Escritura indica cambio, viaje. Posiblemente sea éste un buen momento para hacer un alto en el camino de nuestra preparación a la Pascua para ver en dónde nos encontramos, qué o cuánto hemos avanzado, hacia la “nueva vida” que recibimos en el bautismo y que se nos encargó desarrollar.

En la primera lectura nos encontramos con la unción del nuevo rey de Israel. Dios quiere que el guía de su pueblo sea alguien de su confianza. El profeta, cuando vé al mayor de los hermanos, de “gran presencia y estatura”, piensa inmediatamente que éste es el elegido, pero Dios no le permite ungirlo. “No te guíes por las apariencias, le dice, yo miro el corazón”.

Esta es una frase con una enseñanza capaz de revolucionar la historia, la vida de los seres humanos. A pesar de tanto estudio, de tanta psicología, de tanta cosa como sabemos, todavía caemos con muchísima frecuencia en juzgar a la gente “por las apariencias”. El dicho popular de “las apariencias engañan” o “mucho ojo, que la vista engaña” tienen mucho de sabiduría y de ética cristiana.

En el evangelio vemos otro hecho extraordinario en la vida de Jesús: la sanación de un ciego de nacimiento. Como nota un tanto curiosa podríamos decir que esta narración evangélica comienza con un ciego que llega a ver, y un montón de videntes que acaban sin ver.

Los fariseos, esclavos de la ley, no pueden aceptar a Jesús Mesías, consagrado a Dios para el bien de la persona. No pueden aceptar que en el Reino de Dios, el bien del hombre está por encima de las costumbres y tradiciones: no se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre.

En esta lectura del evangelio de San Juan vimos el viaje de fe que hace el ciego de nacimiento quien vé a Jesús, primero como “hombre”, después como “profeta” y finalmente como “Señor”. Un proceso similar lo vimos el domingo pasado en el caso de la mujer samaritana.

Tanto el ciego de nacimiento como la mujer samaritana comienzan su relación con Jesús basada en una necesidad material, y poco a poco van entrando a una relación más personal, más íntima hasta llegar a conocer el sentido de la vida que está, ni más ni menos, en la aceptación de Jesús como su Salvador.

Ceguera y tinieblas van juntas y como consecuencia sus obras son estériles, no hay vida, (2º lectura) pero cuando se acepta la luz de Cristo, nosotros mismos nos convertimos en luz cuyos frutos son la bondad, la justicia y la verdad.

El mandato o invitación de Jesús al ciego para que fuera a lavarse, creo que nos puede a nosotros dar también algo que pensar. Tal vez nosotros también necesitamos bañarnos en la piscina de “Siloé” (que quiere decir: El Enviado), en la piscina del sacramento de la reconciliación, donde nos podamos limpiar del barro de nuestros pecados, de nuestras actitudes que impiden que veamos el don que Dios es y que nos quiere dar: ser bondadosos, practicar la justicia y vivir en la verdad.

“El Señor es mi pastor, nada me falta”

1 Samuel 16,1b.6-7.10-13a: "El Señor dijo a Samuel: Llena la cuerna de aceite y vete a Jesé, el de Belén, porque entre sus hijos he elegido un rey (...) No te fijes en las apariencias porque Dios no ve como los hombres; el Señor ve el corazón (... ) Jesé hizo pasar a siete hijos suyos ante Samuel quien le dijo: Tampoco a éstos los ha elegido el Señor (...) Queda el pequeño, que está cuidando las ovejas (...) Samuel lo ungió. En aquel momento, invadió a David el espíritu del Señor."

1 Samuel 16,1b.6-7.10-13a
4 Domingo de Cuaresma A,

En aquellos días, el Señor le dijo a Samuel: "Llena la cuerna de aceite y vete, por encargo mío, a Jesé, el de Belén, porque entre sus hijos me he elegido un rey." Cuando llegó, vio a Eliab y pensó: "Seguro, el Señor tiene delante a su ungido." Pero el Señor le dijo: "No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón." Jesé hizo pasar a siete hijos suyos ante Samuel; y Samuel le dijo: "Tampoco a éstos los ha elegido el Señor." Luego preguntó a Jesé: "¿Se acabaron los muchachos?" Jesé respondió: "Queda el pequeño, que precisamente está cuidando las ovejas." Samuel dijo: "Manda por él, que no nos sentaremos a la mesa mientras no llegue." Jesé mandó a por él y lo hizo entrar: era de buen color, de hermosos ojos y buen tipo. Entonces el Señor dijo a Samuel: "Anda, úngelo, porque es éste." Samuel tomó la cuerna de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. En aquel momento, invadió a David el espíritu del Señor, y estuvo con él en adelante.

viernes, 28 de marzo de 2014

Oseas 14,2-10: "Israel, conviértete al Señor Dios tuyo, porque tropezaste por tu pecado. Preparad vuestro discurso, volved al Señor y decidle: Perdona del todo la iniquidad, recibe benévolo el sacrificio de nuestros labios".

Oseas 14,2-10
Tercer Viernes de Cuaresma,

Así dice el Señor: "Israel, conviértete al Señor Dios tuyo, porque tropezaste por tu pecado. Preparad vuestro discurso, volved al Señor y decidle: "Perdona del todo la iniquidad, recibe benévolo el sacrificio de nuestros labios. No nos salvará Asiria, no montaremos a caballo, no volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos. En ti encuentra piedad el huérfano." Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan, mi cólera se apartará de ellos. Seré para Israel como rocío, florecerá como azucena, arraigará como el Líbano. Brotarán sus vástagos, será su esplendor como un olivo, su aroma como el Líbano. Vuelven a descansar a su sombra; harán brotar el trigo, florecerán como la viña; será su fama como la del vino del Líbano. Efraín, ¿qué te importan los ídolos? Yo le respondo y le miro: yo soy como un ciprés frondoso: de mí proceden tus frutos. ¿Quién es el sabio que lo comprenda, el prudente que lo entienda? Rectos son los caminos del Señor: los justos andan por ellos, los pecadores tropiezan en ellos."

jueves, 27 de marzo de 2014

Lucas 11,14-23: "Jesús estaba echando un demonio que era mudo y, apenas salió el demonio, habló el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos dijeron: Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios (...) Todo reino en guerra civil va a la ruina. Si también Satanás está en guerra civil, ¿cómo mantendrá su reino? (...) Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros".

Lucas 11,14-23
Tercer Jueves de Cuaresma,

En aquel tiempo, Jesús estaba echando un demonio que era mudo y, apenas salió el demonio, habló el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: "Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios." Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo en el cielo. Él, leyendo sus pensamientos, les dijo: "Todo reino en guerra civil va a la ruina y se derrumba casa tras casa. Si también Satanás está en guerra civil, ¿cómo mantendrá su reino? Vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú; y, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros. Pero, si otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte el botín. El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama."

domingo, 23 de marzo de 2014

Juan 4,5-42, por M. Dolors Gaja, MN

Juan 4,5-42
3 Domingo de Cuaresma A,

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice:
— Dame de beber.
Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice:
— ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?
Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. Jesús le contestó:
— Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.
La mujer le dice:
— Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?
Jesús le contestó:
— El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
La mujer le dice:
— Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.
Él le dice:
— Anda, llama a tu marido y vuelve.
La mujer le contesta:
— No tengo marido.
Jesús le dice:
— Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.
La mujer le dice:
— Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.
Jesús le dice:
— Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.
La mujer le dice:
— Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.
Jesús le dice:
— Soy yo, el que habla contigo.
En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo:
— ¿Qué le preguntas o de qué le hablas?
La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente:
— Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que ha hecho; ¿será éste el Mesías?
Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. Mientras tanto sus discípulos le insistían:
— Maestro, come.
Él les dijo:
— Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis.
Los discípulos comentaban entre ellos:
— ¿Le habrá traído alguien de comer?
Jesús les dice:
— Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron, y vosotros recogéis el fruto de sus sudores.
En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: "Me ha dicho todo lo que he hecho." Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer:
— Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.

— Comentario por M. Dolors Gaja, MN

El evangelio de hoy es de tan alto contenido teológico que resulta imposible abracarlo en un post. Me ciño por tanto a algunos aspectos:

EL ENCUENTRO

Los encuentros en torno a un pozo son típicos del Antiguo Testamento. Pero aquí nos encontramos con Jesús que se manifiesta cansado. Pese a ser una fortaleza física, necesita reposar mientras los apóstoles van a procurarse comida. Sugestivo ese “Jesús cansado”…¿podría ser yo su reposo y descanso?

Era cerca de mediodía. Las mujeres ya habían ido al pozo de buena mañana, el agua era lo primero que debía procurarse en un hogar. Pero esta mujer herida parece rehuir el encuentro con las otras mujeres.  Se nos dirá luego que ha tenido muchos hombres pero ya podemos adivinar que se siente herida, profundamente herida por dos datos: por una parte rehúye el trato de las demás mujeres que, madrugadoras, habrán quizá también madrugado en la crítica y por otra parte reacciona con cierta agresividad ante la petición de Jesús: "¿Cómo tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?" Era una petición muy sencilla pero la mujer se amuralla. Está herida y parece no fiarse de aquel caminante.

Jesús se muestra en su humanidad y pide ayuda, agua. Su debilidad será camino para llegar a la debilidad profunda que tiene esta mujer. Ella no se fía, parece que nadie le ha pedido que sea, simplemente, una mujer compasiva.  

EL AGUA

Los primeros cristianos vieron en este relato una catequesis bautismal. El agua que salta hasta la Vida Eterna es la vida que nos da Jesús. Con la lectura de este evangelio comienza la reflexión sobre el propio bautismo.

Vendrá la semana que viene la Luz (el ciego) y luego la Vida (Lázaro) como parte de la vía hacia la Pascua.
El primero en manifestar su sed es Jesús: dame de beber. Pero la mujer acabará también diciendo: dame de esa agua…

La sed física de Jesús ha servido para hablar de otro tipo de sed. Y ahí es la mujer quien debe pedir. La cercanía con Jesús la va transformando y, al final, veremos como ha dejado sus recelos, sus heridas…y su jarra.

Jesús ha puesto de relieve la sed profunda de esta mujer anónima. Cuando es capaz de manifestarla, Jesús la forzará a dar un paso más.

LA REALIDAD

La mujer que habla ahora con Jesús ya parece otra. Pero Jesús va a confrontarla con su realidad. Porque para que haya un encuentro real con Dios hay que ser capaz de desnudar el corazón, hay que pedir la gracia de la autenticidad. Resulta curioso que después de los rodeos que ha dado la samaritana en su diálogo, ahora sea directa: no tengo marido. No obstante, va a intentar desviar de nuevo la atención de Jesús llevándole a una discusión religiosa que va a acabar con el encuentro total: soy yo, el que habla contigo.

Con frecuencia los caminos de la samaritana son los nuestros: vivimos escabulléndonos del encuentro cara a cara, vivimos cambiando de tema a Dios y escurriendo el bulto si se acerca demasiado a nuestro corazón. Es preciso dejarse encontrar porque Él es el Dios que sale al encuentro…y lo hace, muchas veces, por nuestras heridas. Por ahí nos entra…si le dejamos.

MODELO DE PASTORALISTA

Esta samaritana que finalmente ha descubierto el “Agua Viva” la descubre cuando deja que esta toque su vida real, la de mujer de muchos hombres, mujer herida en lo afectivo. Y la pregunta que debemos hacernos es si dejamos que Jesús toque nuestra vida real, nuestras heridas, nuestros anhelos…o si lo hemos reducido a unos ritos, unos dogmas que aceptamos o una costumbre.

Esta mujer se nos convierte en modelo de pastoralista. Ella transmite su experiencia – me ha dicho lo que he hecho – y lanza una pregunta para que sean los otros los que, a su vez, inicien el camino: ¿No será el Cristo?
Nuestros jóvenes se cansan a veces de catequesis repletas de fórmulas y recetas o preguntas resueltas antes de que se las formulen. La catequesis debería ser algo tan simple – y tan difícil- como saber clavar en el corazón joven la pregunta de Dios. Y luego, acompañarlo en el camino al pozo, dejando atrás maridos y jarras, modos de vida que no satisfacen.

Al final la catequesis de esta mujer da un fruto excelente: “Ya no creemos por lo que tú has contado. Nosotros mismos lo hemos escuchado y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo”. ¡Ojalá nos dijeran eso todos los que han pasado por parroquias, colegios religiosos, movimientos…!

PETICIÓN FINAL

Cuando me acerco a esta lectura siempre recuerdo el poema de Eduardo Marquina:

Una fuente escondida
y un caminar con sed
y al final del camino
encontrarla y beber.
No pediría a Dios
en mi vida otro bien.
Y, si Dios no pudiera
mi deseo atender,
le diría a Dios: Nada
te pido que me des.
A la fuente renuncio
y al camino también.
Pero, hasta que me muera,
consérvame la sed.


¡Conservanos, Señor, la sed!

sábado, 22 de marzo de 2014

Juan 4,5-42, por Mons. Francisco González, S.F.

Juan 4,5-42
3 Domingo de Cuaresma A,

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice:
— Dame de beber.
Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice:
— ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?
Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. Jesús le contestó:
— Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.
La mujer le dice:
— Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?
Jesús le contestó:
— El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
La mujer le dice:
— Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.
Él le dice:
— Anda, llama a tu marido y vuelve.
La mujer le contesta:
— No tengo marido.
Jesús le dice:
— Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.
La mujer le dice:
— Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.
Jesús le dice:
— Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.
La mujer le dice:
— Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.
Jesús le dice:
— Soy yo, el que habla contigo.
En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo:
— ¿Qué le preguntas o de qué le hablas?
La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente:
— Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que ha hecho; ¿será éste el Mesías?
Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. Mientras tanto sus discípulos le insistían:
— Maestro, come.
Él les dijo:
— Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis.
Los discípulos comentaban entre ellos:
— ¿Le habrá traído alguien de comer?
Jesús les dice:
— Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron, y vosotros recogéis el fruto de sus sudores.
En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: "Me ha dicho todo lo que he hecho." Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer:
— Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.

— Comentario por Mons. Francisco González, S.F.

Desde la conquista de Samaria por los asirios y la mezcla que aceptaron en sus matrimonios y religión, los judíos no ven con buenos ojos a los samaritanos. Estos son los que han abandonado la Tradición y por eso no fraternizan entre ellos, tienen criterios muy distintos acerca de su fe, de su culto, teniendo lugares distintos para su celebración.

Todo empieza en torno al mediodía y mientras Jesús va de camino con sus discípulos, como siempre. Aquí se encuentra con una mujer. Hay entre ambos un diálogo muy interesante que nos puede hacer reflexionar, también hay que contemplarlo, porque cada una de sus palabras tiene un profundo significado para cada uno de nosotros.

Jesús comienza pidiendo agua, para a renglón seguido, ser Él quien ofrezca “agua viva”; la mujer comienza llamándole judío, después le dice señor, más tarde le trata de profeta y, finalmente, Mesías. Según habla con Jesús, se va acercando más a Él, va intimando, hace un viaje de fe, está viviendo una conversión.

La mención de los cinco maridos, podría también referirse, a las cinco ermitas de los samaritanos donde adoraban a dioses falsos, como si fueran sus amantes con quienes ella había estado buscando su felicidad. Ahora el Señor le ofrece un “agua viva”, un sentido de vida, que le permitirá no desear nada más, y no tendrá que regresar a la fuente, sino que ese manantial de “agua viva” estará dentro de sí misma, lo tendrá siempre con ella.

Esa renovación interior de la samaritana, y la nuestra personal se manifiesta en nuestro compromiso con la misión: “La mujer dejó el cántaro, se fue a la aldea y dijo a los vecinos…” Y así vemos cómo en un descanso que el Señor se tomó, cerca de un pozo de agua, a la hora de más calor, es una oportunidad para proclamar la grandeza del Reino de Dios: “Si conocieras el don de Dios”.

3 DOMINGO DE CUARESMA, Año A, por Mons. Francisco González, S.F.

Exodo 17,3-7
Salmo 94: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: 
No endurezcáis vuestro corazón
Romanos 5, 1-2.5-8
Juan 4,5-42

Exodo 17,3-7

En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés: "¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?" Clamó Moisés al Señor y dijo: "¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen." Respondió el Señor a Moisés: "Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo." Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Masá y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo: "¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?"

Salmo 94: 
Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: 
No endurezcáis vuestro corazón

Venid, aclaremos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: 
No endurezcáis vuestro corazón

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: 
No endurezcáis vuestro corazón

Ojalá escuchéis hoy su voz:
"No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras."
R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: 
No endurezcáis vuestro corazón

Romanos 5, 1-2.5-8

Hermanos: Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.En efecto, cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atreviera uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

Juan 4,5-42

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice:
— Dame de beber.
Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice:
— ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?
Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. Jesús le contestó:
— Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.
La mujer le dice:
— Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?
Jesús le contestó:
— El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
La mujer le dice:
— Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.
Él le dice:
— Anda, llama a tu marido y vuelve.
La mujer le contesta:
— No tengo marido.
Jesús le dice:
— Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.
La mujer le dice:
— Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.
Jesús le dice:
— Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.
La mujer le dice:
— Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.
Jesús le dice:
— Soy yo, el que habla contigo.
En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo:
— ¿Qué le preguntas o de qué le hablas?
La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente:
— Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que ha hecho; ¿será éste el Mesías?
Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. Mientras tanto sus discípulos le insistían:
— Maestro, come.
Él les dijo:
— Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis.
Los discípulos comentaban entre ellos:
— ¿Le habrá traído alguien de comer?
Jesús les dice:
— Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron, y vosotros recogéis el fruto de sus sudores.
En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: "Me ha dicho todo lo que he hecho." Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer:
— Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.

— Comentario por Mons. Francisco González, S.F.

La constitución Sacrosanctum Concilium (nn. 109-110) considera a la Cuaresma como el tiempo litúrgico en el que los cristianos se preparan a celebrar el misterio pascual, mediante una verdadera conversión interior, el recuerdo o celebración del bautismo y la participación en el sacramento de la Reconciliación.

Además de una penitencia no solo individual sino también social: “La penitencia del tiempo cuaresmal no debe ser sólo interna e individual, sino también externa y social. Foméntese la práctica penitencia de acuerdo con las posibilidades de nuestro tiempo y de los diversos países y condiciones de los fieles…”

La primera lectura está tomada del libro del Éxodo. En los capítulos anteriores vemos cómo Dios libera a su pueblo de la opresión egipcia. Ahora, en el viaje de camino por el desierto hacia la Tierra Prometida, y comienzan a cuestionar la acción de Dios: “¿Está o no está Dios en medio de nosotros?”

El elemento central en la sagrada escritura es el agua. El agua, además de su realidad física, es un elemento o signo polivalente. Tiene muchos significados, entre otros, es señal de vida.

Aquí en medio del desierto, los israelitas piden agua, de lo contrario morirán, tienen sed y hay que satisfacer dicha necesidad. Pero también podríamos pensar que su sed, no es solamente agua, sino de vida, de encontrar significado en lo que en esos momentos están viviendo. Se quejan de haber salido de Egipto y ahora cuestionan si está o no está Dios en medio de ellos. Muchas veces, cuando las cosas no van del todo bien, siempre hemos de encontrar alguien a quien echarle la culpa.

En el santo evangelio leemos el relato de “Jesús y la Samaritana”. Desde la conquista de Samaria por los asirios y la mezcla que aceptaron en sus matrimonios y religión, los judíos no ven con buenos ojos a los samaritanos. Estos son los que han abandonado la Tradición y por eso no fraternizan entre ellos, tienen criterios muy distintos acerca de su fe, de su culto, teniendo lugares distintos para su celebración.

Todo empieza en torno al mediodía y mientras Jesús va de camino con sus discípulos, como siempre. Aquí se encuentra con una mujer. Hay entre ambos un diálogo muy interesante que nos puede hacer reflexionar, también hay que contemplarlo, porque cada una de sus palabras tiene un profundo significado para cada uno de nosotros.

Jesús comienza pidiendo agua, para a renglón seguido, ser Él quien ofrezca “agua viva”; la mujer comienza llamándole judío, después le dice señor, más tarde le trata de profeta y, finalmente, Mesías. Según habla con Jesús, se va acercando más a Él, va intimando, hace un viaje de fe, está viviendo una conversión.

La mención de los cinco maridos, podría también referirse, a las cinco ermitas de los samaritanos donde adoraban a dioses falsos, como si fueran sus amantes con quienes ella había estado buscando su felicidad. Ahora el Señor le ofrece un “agua viva”, un sentido de vida, que le permitirá no desear nada más, y no tendrá que regresar a la fuente, sino que ese manantial de “agua viva” estará dentro de sí misma, lo tendrá siempre con ella.

Esa renovación interior de la samaritana, y la nuestra personal se manifiesta en nuestro compromiso con la misión: “La mujer dejó el cántaro, se fue a la aldea y dijo a los vecinos…” Y así vemos cómo en un descanso que el Señor se tomó, cerca de un pozo de agua, a la hora de más calor, es una oportunidad para proclamar la grandeza del Reino de Dios: “Si conocieras el don de Dios”.

San Pablo en la segunda lectura (romanos) nos habla de la paz con Dios que disfrutamos y que nos ha sido concedida gracias a Cristo, por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Es así como Dios nos demuestra su amor. Tal vez, en esta peregrinación cuaresmal que estamos viviendo al avanzar hacia la Pascua, debemos preguntarnos: “¿Dónde buscamos respuesta al sentido de la vida? ¿En qué pozos tratamos de satisfacer, de ser, de tener, de disfrutar?”

jueves, 20 de marzo de 2014

De la Paternidad de San José en el Evangelio de Lucas, por Luis Antequera

San José, el carpintero, con Jesús
JOHN COLLIER


La figura de José aparece mencionada en el Evangelio de Lucas en hasta cinco ocasiones, tres menos que en el Evangelio de Mateo. La primera de las ocasiones en que Lucas lo menciona es ésta, escueta pero no por ello menos informativa:

“Al sexto mes envió Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María” (Lc 1, 26-27).

De donde inferimos varias cosas: primero, que José pertenece a la Casa de David; segundo, que se halla desposado con María, es decir, en una situación propia de la tradición judía, asimilable por buscar un parecido a nuestro “noviazgo”, en que aunque los jóvenes se hallan ya comprometidos, ni habitan juntos ni menos aún “cohabitan”; tercero, que José, como María, habita en Nazaret, con consecuencias a las que nos referimos abajo.

Narra después Lucas el episodio de la Anunciación, privativo de él, y contrariamente a lo que hace Mateo, obvia totalmente la reacción que en José pueda producir la irrupción en el escenario de su futura esposa embarazada sin su participación en el evento.

La siguiente aparición de José está relacionada con el viaje que los esposos, instalados en Nazaret -nótese aquí que en Mateo el establecimiento de la familia en Nazaret no es originario sino sobrevenido después de la huida a Egipto que Lucas ni siquiera menciona- realizan a Jerusalén para censarse e acuerdo con “un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo” (Lc 2,1). Debemos a Lucas esta narración del nacimiento de Jesús, en la que José tiene un protagonismo indiscutible:

“Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Mientras estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el albergue” (Lc 2,4-7).

Episodio en el que llaman la atención dos cosas: primero, una nueva alusión a la condición davídica de Jesús; y segundo, esa referencia al “hijo primogénito” de María en el que, al igual que ocurre con Mateo cuando decía aquello de “y no la conocía [var. “y no la conoció”] hasta que ella dio a luz un hijo” (Mt 1,25), han fundamentado muchos la condición virginal de María restringida al momento en que concibe a Jesús, pero no después.

En Lucas la epifanía, o manifestación de la condición real de Jesús, no la realizan unos magos de oriente, sino unos pastores, y en su evangelio, contrariamente a lo que hace Mateo en su narración en la que excluye a José, Lucas sí otorga a nuestro personaje un papel protagonista:

“Fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre” (Lc 2,16).

Compárese con el escueto “entraron en la casa; vieron al niño con María su madre” de Mateo (Mt. 2, 11).

Cierra Lucas sus citas a José con la referencia que hace a él en el árbol genealógico de Jesús, que menciona de esta manera:

“Tenía Jesús, al comenzar, unos treinta años. Se creía que era hijo de José, hijo de Helí” (Lc 3,23).

Con este curioso “se creía que” con el que resuelve la especial paternidad de Jesús.

Una última referencia de Lucas a José, en el capítulo denominado “Jesús en Nazaret”, en el que los absortos convecinos de Jesús, al verle volver a su ciudad de origen “enajenado” según ellos, se preguntan “¿acaso no es éste el hijo de José?”.

Un episodio que Lucas resuelve de una manera muy diferente a como lo hace Mateo, pues primero, cita a José por su nombre y no por su profesión, y segundo, obvia toda mención a los que Mateo llama “los hermanos de Jesús”, según tuvimos ocasión de ver en su momento.

Curiosamente, tampoco Lucas, como antes Mateo, refiere nada sobre el final de José, y eso que en su evangelio, mucho más histórico, mucho más ordenado y en el que cuenta con el testimonio fresco y cercano de María, según él mismo se preocupa en hacernos saber (ver Lc 2,19; Lc 2,51), sí cabía esperar una referencia al mismo.

Fuente: religionenlibertad.com

OTROS ARTÍCULOS SOBRE SAN JOSÉ:
     La Paternidad de San José en el Evangelio de Mateo,
     ¿Qué sabemos de san José?,
     Reseña histórica de la fiesta de san José obrero
     Santo patrono de la familia
     Patrono de la gente anónima
     ¿Qué nos dicen de san José los evangelios apócrifos?

martes, 18 de marzo de 2014

SEGUNDO MARTES DE CUARESMA, por el papa Francisco

Isaías 1,10.16-20
Salmo 49: Al que sigue buen camino 
le haré ver la salvación de Dios
Mateo 23,1-12

Isaías 1,10.16-20

Oíd la palabra del Señor, príncipes de Sodoma, escucha la enseñanza de nuestro Dios, pueblo de Gomorra: "Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda. Entonces, venid y litigaremos -dice el Señor-. Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán como lana. Si sabéis obedecer, lo sabroso de la tierra comeréis; si rehusáis y os rebeláis, la espada os comerá. Lo ha dicho el Señor."

Salmo 49: Al que sigue buen camino 
le haré ver la salvación de Dios

No te reprocho tus sacrificios,
pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa,
ni un cabrito de tus rebaños.
R. Al que sigue buen camino 
le haré ver la salvación de Dios

¿Por qué recitas mis preceptos
y tienes siempre en la boca mi alianza,
tú que detestas mi enseñanza
y te echas a la espalda mis mandatos?
R. Al que sigue buen camino 
le haré ver la salvación de Dios

Esto haces, ¿y me voy a callar?
¿Crees que soy como tú?
El que me ofrece acción de gracias,
ése me honra;
al que sigue buen camino
le haré ver la salvación de Dios.
R. Al que sigue buen camino 
le haré ver la salvación de Dios

Mateo 23,1-12

En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: "En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido."

— Comentario por el papa Francisco

La Cuaresma es un tiempo para "arreglar la propia vida", "para acercarse al Señor". Esto es lo que ha subrayado el papa Francisco en su homilía de la misa de esta mañana en la Casa Santa Marta.

El Santo Padre ha advertido del riesgo de sentirse "mejores que los demás". Los hipócritas, ha señalado, "se maquillan de buenos" y no entienden que "nadie es justo por sí mismo", todos "tenemos la necesidad de ser justificados".

El Pontífice ha comenzado su sermón destacando que esta es la palabra clave de la Cuaresma, un tiempo favorable "para acercarse" a Jesús. Y comentando la Primera Lectura, tomada del Libro de Isaías, ha indicado que el Señor llama a la conversión a dos "ciudades pecadoras" como Sodoma y Gomorra. Esto, ha afirmado, demuestra que todos "tenemos que cambiar de vida", que buscar "bien en nuestra alma", donde siempre encontraremos algo.

La Cuaresma, ha añadido, es precisamente este "arreglar la vida" acercándose al Señor. Él, ha dicho, "nos quiere cerca" y nos asegura que "nos espera para perdonarnos". No obstante, ha enfatizado, el Señor quiere "un acercamiento sincero" y nos pone en guardia de ser hipócritas:

"¿Qué hacen los hipócritas? Se maquillan de buenos: ponen cara de estampita, rezan mirando al cielo, se consideran más justos que los demás, desprecian a los otros. 'Pero - dicen - yo soy muy católico, porque mi tío ha sido un gran benefactor, mi familia es esta y yo soy... he aprendido... he conocido tal obispo, tal cardenal, tal padre... Yo soy...' Esta es la hipocresía. El Señor dice: 'Nadie es justo por sí mismo. Todos tenemos la necesidad de ser justificados. Y el único que nos justifica es Jesucristo".

Por eso, ha proseguido, debemos acercarnos al Señor: "Para no ser cristianos disfrazados, que cuando pasa esta apariencia, se ve la realidad, que no son cristianos". Cuál es, entonces, "la piedra de parangón por la que nosotros no somos hipócritas y nos acercamos al Señor". La respuesta, ha subrayado el Papa, nos la da el mismo Señor en la Primera Lectura cuando dice: "Lavaros, purificaros, alejad de mis ojos el mal de vuestras acciones, dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien". Esta es la invitación. Pero, se pregunta Francisco, "¿cuál es el signo de que vamos por el buen camino?":

"'Socorred al oprimido, haced justicia al huérfano, defended la causa de la viuda’. Ocuparse del prójimo: del enfermo, del pobre, del que tiene necesidad, del ignorante. Esta es la piedra de parangón.

Los hipócritas no saben hacer esto, no pueden, porque están tan llenos de sí mismos que están ciegos para mirar a los demás. Cuando uno camina un poco y se acerca al Señor, la luz del Señor le hace ver estas cosas y va a ayudar a los hermanos. Este es el signo, este es el signo de la conversión”.

Ciertamente, ha señalado, "no es toda la conversión", esta, en efecto, "es el encuentro con Jesucristo", pero "el signo de que nosotros estamos con Jesucristo es este: atender a los hermanos, a aquellos más pobres, a los enfermos, como el Señor nos enseña" y como leemos en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo.

"La Cuaresma es para arreglar la propia vida, ordenarla, cambiar de vida, para acercarnos al Señor. El signo de que estamos lejos del Señor es la hipocresía. El hipócrita no tiene necesidad del Señor, se salva por sí mismo, así piensa, y se disfraza de santo. El signo de que nosotros nos hemos acercado al Señor con la penitencia, pidiendo perdón, es que nosotros cuidamos de nuestros hermanos necesitados. El Señor nos dé a todos luz y valentía: luz para conocer lo que sucede dentro de nosotros y valentía para convertirnos, para acercarnos al Señor. Es hermoso estar cerca del Señor".

Y bien, ¿qué es lo que sabemos de San José?, por Luis Antequera

SAN JOSÉ Y EL NIÑO JESÚS, 1598
El GReco
Catedral de Toledo, España.

No es poco lo que gracias a los evangelios conocemos sobre una figura con gran arraigo en el culto popular cristiano cual es el padre putativo de Jesús, llamado, como el hijo favorito de Jacob, José. La información se la debemos a los evangelistas de la infancia, Mateo y Lucas, ya que Juan sólo cita su nombre una vez, para llamar a Jesús “el hijo de José” (Jn 1,45); y Marcos, ni siquiera, pues cuando tiene que referirse a Jesús, lo hace como “el hijo de María” (Mc 6,3), curiosamente el mismo apelativo que le dará otro texto de naturaleza totalmente indiferente cual es el Corán de los musulmanes.

La impresión que sobre José nos transmiten los dos evangelistas que se refieren a su figura, Lucas y Mateo, es bien diferente.

Lucas, que nos habla de José como del padre “según se creía” (Lc 3,23) de Jesús, en alusión a la paternidad sólo aparente de José frente a un niño que en realidad es hijo de Dios, nos presenta un José muy humano, discreto, casi tímido, como consciente de su papel secundario en una historia que no es la suya.

El San José del evangelista Mateo es, para empezar, algo más esotérico, con un toque taumatúrgico, en fluida y continua comunicación con la Providencia, con la que se comunica a través de ángeles y, en lo relativo a su personalidad, más resuelto y decidido.

Reuniendo lo que por uno y otro evangelista conocemos, podemos componer el siguiente decálogo:

Primero:

Que era José de estirpe davídica, y por lo tanto descendiente del rey David. A tal efecto, tanto Mateo (Mt 1,1-16) como Lucas (Lc 3, 23-38) nos brindan su árbol genealógico hasta entroncar con el mítico rey, si bien, salvo en lo relativo al propio Rey David, uno y otro evangelista no coinciden en uno sólo de los ascendientes de José (tema que ya tratamos en su día).

Su padre, según Mateo, se llama Jacob; según Lucas se llama Helí. Según Mateo, desciende de David a través de su hijo Salomón, como su padre, rey; según Lucas, a través de Natán, un hijo más de los muchísimos que tuvo David.

Segundo:

Que está desposado con María, -a tal efecto se ha de señalar que los desposorios en el mundo judío equivalen a una especie de compromiso de un matrimonio aún no consumado-, cuando se presenta a ésta el Arcángel Gabriel y queda embarazada del Espíritu Santo. Lo que sabemos por los dos evangelistas (Mt 1, 18; Lc 1, 27).

Tercero:

Que cuando repara en el embarazo de María, con quien está desposado, sin haber tenido él nada que ver en el asunto, determina abandonarla en vez de denunciarla, lo que habría supuesto para María no sólo la ignominia, sino con toda seguridad, la lapidación y la muerte. Y que finalmente no la abandona porque un ángel se le presenta en sueños y le informa de que “lo engendrado en ella es obra del Espíritu Santo” (Mt 1, 20).

Cuarto:

Que “por ser él de la casa y familia de David” (Lc 2,4), cumplió en Belén con su obligación censitaria, de acuerdo con lo ordenado por el edicto de César Augusto, desplazándose para ello con su esposa María, desde la ciudad en la que residía Nazareth. (Lc 2,1-7).

Quinto:

Que estando en Belén, según nos informa Lucas, le tocaron a María los días y dio a luz a su hijo Jesús en un pesebre (Lc 2,1-7). Mateo también nos informa del nacimiento de Jesús en Belén (Mt 2,1), si bien, mientras en Lucas, Belén es una ciudad lejana a la que la santa familia se ha de desplazar en un viaje que resulta penoso a los solos efectos de censarse, en Mateo parece constituir la ciudad en la que dicha familia reside.

Sexto:

Que allí son visitados por unos magos venidos de Oriente, los cuales tienen noticia del nacimiento del rey de los judíos -a estos efectos no se olvide la sangre davídica, y por lo tanto real, que circula por las venas de Jesús-, por haber avistado su estrella. Que estos magos informan al rey Herodes de todos estos extremos, y que éste, aterrorizado de que ningún recién nacido pudiera disputarle una corona que le era de hecho muy cuestionada -ya sabemos que el abuelo de Herodes había usurpado el trono y que ni siquiera era judío, era idumeo-, ordena ejecutar a todos los niños de menos de dos años de Belén y su comarca (Mt 2,1-12).

Séptimo:

Que José, después de recibir en sueños una nueva instrucción del ángel, toma la decisión de huir a Egipto para salvar a Jesús de las iras de Herodes (Mt 2,13-15).

Octavo:

Que una vez que Herodes ha muerto, el ángel vuelve a aparecerse en sueños a José para informarle de que ya puede volver a Palestina; pero al saber, por una nueva revelación onírica, que el cruel Arquelao reina en Judea, resuelve José ir a Galilea, donde reina Herodes Antipas y donde se considera más seguro, estableciéndose en Nazareth (Mt 2,19-23).

Este es el punto en el que el relato de los dos evangelistas de la infancia más discrepa, pues según Lucas, lo que hace José al dirigirse a Nazareth no es buscar una ciudad en la que refugiarse, sino volver a su casa, cosa que hace, a mayor abundamiento, tan pronto como se “cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor” (Lc 2,39), esto es, la circuncisión de Jesús a los ocho días, la purificación de María a los cuarenta y uno, etc., y desde luego, sin pasar ningún exilio en Egipto.

Noveno:

Que durante una fiesta de Pascua, peregrinó como buen judío a Jerusalén, donde Jesús se les escapó y sólo lo encontraron tres días después, sentado entre los doctores del Templo, con los que discutía “sobre las cosas de mi padre” (Lc 2,46-50).

Décimo:

Que es carpintero, cosa que sabemos gracias a Mateo y sólo gracias a él (Mt 13,55), profesión de la que, por otro lado, hace legado a Jesús (Mc 6,3).

Y esto es todo lo que sabemos de José. Ni donde ni cuando murió -sí sabemos, desde luego, que estaba muerto cuando Jesús comienza su ministerio, pues de no ser así, José habría estado acompañando a su madre en las bodas de Caná-, ni cuándo ni dónde había nacido, ni si era soltero o viudo cuando se desposa con María, nada.

A muchos de estos datos se refieren otros textos ajenos a los evangélicos en la literatura apócrifa.

Fuente: religionenlibertad.com

OTROS ARTÍCULOS SOBRE SAN JOSÉ:
     La Paternidad de San José en el Evangelio de Mateo,
     La Paternidad de San José en el Evangelio de Lucas,
     Reseña histórica de la fiesta de san José obrero
     Santo patrono de la familia
     Patrono de la gente anónima
     ¿Qué nos dicen de san José los evangelios apócrifos?

lunes, 17 de marzo de 2014

Isaías 1,10.16-20: "Oíd la palabra del Señor, príncipes de Sodoma, escucha la enseñanza de nuestro Dios, pueblo de Gomorra: lavaos, purificaos. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda (...) Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve.

Isaías 1,10.16-20
Segundo Martes de Cuaresma,

Oíd la palabra del Señor, príncipes de Sodoma, escucha la enseñanza de nuestro Dios, pueblo de Gomorra: "Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda. Entonces, venid y litigaremos -dice el Señor-. Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán como lana. Si sabéis obedecer, lo sabroso de la tierra comeréis; si rehusáis y os rebeláis, la espada os comerá. Lo ha dicho el Señor."

domingo, 16 de marzo de 2014

2 DOMINGO DE CUARESMA, Año A, por Mons. Francisco González, S.F.

Génesis 12,1-4a
Salmo 32: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, 
como lo esperamos de ti
2 Timoteo 1,8b-10
Mateo 17,1-9

Génesis 12,1-4a

En aquellos días, el Señor dijo a Abrán: "Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo." Abrán marchó, como le había dicho el señor.

Salmo 32: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, 
como lo esperamos de ti

La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.
R. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, 
como lo esperamos de ti

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.
R. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, 
como lo esperamos de ti

Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
R. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, 
como lo esperamos de ti

2 Timoteo 1,8b-10

Querido hermano: Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios. Él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque, desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha manifestado al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal, por medio del Evangelio.

Mateo 17,1-9

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro,a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías." Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: "Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo." Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: "Levantaos, no temáis."Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: "No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos."

— Comentario por Mons. Francisco González, SF.

Comenzamos la Liturgia de la Palabra con el llamado que Dios hace a Abrahán. Más que un simple llamado es un mandato, una exigencia: “Deja”. ¿Qué le pide que deje? Nada más y nada menos que el “país, a los de su raza y a la familia de su padre”.

Yavé exige a Abrahán que abandone la seguridad de su entorno; la seguridad de su cultura, de sus valores y la seguridad de su familia y clan. Si le obedece recibirá bendiciones: una tierra prometida, una descendencia numerosísima, protección en contra de sus enemigos, buen nombre, hasta convertirse a sí mismo en bendición para otros.

Abrahán creyó… Abrahán obedeció: ¿Cómo está mi fe en Dios y mi obediencia a sus planes?

En la segunda lectura nos encontramos a Pablo, prisionero por la fe que predica y práctica, pidiendo a Timoteo que se una a él en la, no simple y sí difícil tarea, de predicar el Evangelio. Luchar, implica que hay una resistencia. El Apóstol, al exhortar a su discípulo a evangelizar, lo hace aludiendo al hecho de que Dios quiere la salvación de todos y que dicha salvación es gratuita.

Una segunda razón por la que le pide que se le una en la predicación del Evangelio, es simplemente, porque todo ello corresponde al plan de Dios, plan de Dios “que se llevó a efecto con la venida de Cristo nuestro Salvador, que destruyó la muerte e hizo resplandecer la vida y la inmortalidad”.

¿Dónde buscas tú la vida? ¿Cómo responderemos a la exigencia bautismal de evangelizar? Pablo pide ayuda para continuar evangelizando, y lo hace desde su prisión. Hay quienes se dedican al evangelio sólo cuando no hay peligro de rechazo, burla o violencia. A veces nos olvidamos que, alguien muy bien ha dicho, los defensores más creíbles de la fe han sido y serán siempre los mártires.

En el evangelio de hoy encontramos el relato de la Transfiguración del Señor. Este relato tiene todos los ingredientes de las famosas teofanías (manifestaciones de Dios) del Antiguo Testamento: la montaña (cerro alto en este caso), con fenómenos extraordinarios y reacciones de miedo o temor por parte del vidente.

Jesús se manifiesta en su gloria. Lo hace en un momento muy importante en su catequesis: ha anunciado la pasión; están subiendo a Jerusalén y puede haber desánimo entre los seguidores. Esta manifestación de Jesús, acompañada de Moisés y Elías, dos personajes asociados en el Pueblo Judío con el Mesías y la declaración del Padre sobre la filiación de Jesús, sirve para animar a los apóstoles, que por boca de Pedro, quieren quedarse donde están.

Es cuestión de espera, parece que les dice Jesús. Las ropas blancas y la prohibición de mencionar lo que han visto “hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado” todo parece conectado con la Resurrección, con la victoria final.

Este evangelio nos puede servir mucho a aquellos de nosotros que a veces sentimos miedo en nuestro seguimiento de Jesús. Es bueno recordar lo que Pedro llegó a experimentar al ver a Jesús en su gloria. Fue algo tan extraordinario, que ya no necesitaba nada más. Es verdad que habrá dificultades, incertidumbre, penas, pero si perseveramos veremos la gloria de Dios, y entonces podremos decir como Pedro: “Señor, ¡qué bien estamos aquí!

sábado, 15 de marzo de 2014

Deuteronomio 26,16-19: "Hoy te manda el Señor, tu Dios, que cumplas estos mandatos y decretos. Guárdalos y cúmplelos con todo el corazón y con toda el alma (...) Que él será tu Dios, que tú irás por sus caminos, guardarás sus mandatos, preceptos y decretos, y escucharás su voz (...) Y que serás el pueblo santo del Señor".

Deuteronomio 26,16-19
Primer Sábado de Cuaresma,

Moisés habló al pueblo, diciendo: "Hoy te manda el Señor, tu Dios, que cumplas estos mandatos y decretos. Guárdalos y cúmplelos con todo el corazón y con toda el alma. Hoy te has comprometido a aceptar lo que el Señor te propone: Que él será tu Dios, que tú irás por sus caminos, guardarás sus mandatos, preceptos y decretos, y escucharás su voz. Hoy se compromete el Señor a aceptar lo que tú le propones: Que serás su propio pueblo, como te prometió, que guardarás todos sus preceptos, que él te elevará en gloria, nombre y esplendor, por encima de todas las naciones que ha hecho, y que serás el pueblo santo del Señor, como ha dicho."

viernes, 14 de marzo de 2014

Ezequiel 18,21-28: "Si el malvado se convierte de los pecados cometidos y guarda mis preceptos, practica el derecho y la justicia, no se le tendrán en cuenta los delitos que cometió, por la justicia que hizo, vivirá.

Ezequiel 18,21-28
Primer Viernes de Cuaresma,

Así dice el Señor Dios: "Si el malvado se convierte de los pecados cometidos y guarda mis preceptos, practica el derecho y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá. No se le tendrán en cuenta los delitos que cometió, por la justicia que hizo, vivirá. ¿Acaso quiero yo la muerte del malvado -oráculo del Señor-, y no que se convierta de su conducta y que viva? Si el justo se aparta de su justicia y comete maldad, imitando las abominaciones del malvado, ¿vivirá acaso?; no se tendrá en cuenta la justicia que hizo: por la iniquidad que perpetró y por el pecado que cometió, morirá. Comentáis: "No es justo el proceder del Señor." Escuchad, casa de Israel: ¿Es injusto mi proceder?, ¿o no es vuestro proceder el que es injusto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá."

martes, 11 de marzo de 2014

Mateo 6,7-15: "Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso... (...) Si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas".

Mateo 6,7-15
Jueves de la Semana 11 del Tiempo Ordinario II,
Primer Martes de Cuaresma,

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros rezad así: "Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el pan nuestro de cada día, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido, no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del Maligno." Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas."

El ayuno como signo y oración que transforma. San Afraates, por Néstor Mora Núñez

SAN AFRAATES, Anacoreta

La Cuaresma es un tiempo litúrgico lleno de signos que nos hablan de forma figurada, de misterios de los que sólo podemos conocer hasta determinado límite. Uno de los signos menos entendido es el del ayuno. El ayuno es signo y es penitencia. Como signo nos habla desde nuestro interior y como penitencia nos transforma:

Porque, amigo mío, cuando se ayuna, la abstinencia de la maldad es siempre la mejor. Es mejor que la abstinencia de pan y de vino, “humillarse a sí mismo, mover la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza” como dice Isaías (58,5). En efecto, cuando el hombre se abstiene de pan, de agua o de cualquier alimento, cuando se cubre de saco y ceniza y se aflige, eso es agradable a los ojos de Dios. Pero lo que a Dios más le place es: “...desatar los lazos de la maldad, y arrancar todo yugo de esclavitud”. Entonces para este hombre “brotará tu luz como la aurora, te precederá tu justicia, y serás como huerto regado, o como manantial cuyas aguas nunca faltan”. No se parece en nada a los hipócritas “que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan” (Mt 6,16). (San Afraates, Las Disertaciones, nº 3, Del ayuno; SC 349)

San Afraates es el más antiguo de los Padres de la Iglesia Siria, llamado "el Sabio persa”. Se sabe de vivió en pleno siglo IV, falleciendo en torno al año 345. Es un Padre un tanto especial ya que, siguiendo las huellas de los Magos de oriente se convirtió en Belén y se retiró a Edessa, viviendo en una pequeña casa fuera de las murallas.

La pregunta que muchos se hacen en ¿Qué razón tenemos para ayunar? Pasar hambre no nos aporta nada más que una desagradable sensación de debilidad y malestar. En este breve párrafo, San Afraates nos habla del ayuno desde su sentido más profundo: abstenernos de pecar.

Es curioso que nadie discuta los beneficios de ponerse a dieta por motivos estéticos o de salud. Hacer dieta es evidentemente bueno, pero al mismo tiempo, ayunar resulta incomprensible para muchas personas. La publicidad presente en los medios tiene parte de la “culpa” de ello. Nos ofrece imágenes de personas bellas y sanas, asociando esta apariencia al “poder” de la dieta. ¿Cuántas veces hemos visto publicidad que asocie al ayuno a una mayor sabiduría y profundidad espiritual? ¿Por qué no existe esta publicidad?

El ayuno no vende productos de belleza ni tratamientos dietéticos. Tampoco sirve para vender películas, modas o artículos de lujo. Todo esto hace al ayuno, irrelevante para los medios de comunicación. Además hablar de ayuno cristiano, despierta los prejuicios y rechazos que todos conocemos. Si fuera un ayuno budista o taoista, seguro que no habría tanto rechazo.

Entonces ¿Por qué ayunar? La razón que más frecuentemente de lee y se oye, es la obediencia. Si la Iglesia nos pide que ayunemos, tenemos que hacerlo con agrado. Pero ¿Qué significa ayunar para un católico? ¿Simplemente obedecer? No deja de ser una razón válida, pero se puede quedar corta en más de una ocasión.

Ayunar es un signo que realizamos para comunicarnos, a nosotros mismos, un mensaje: deseo “desatar los lazos de la maldad” que hay en mí “y arrancar todo yugo de esclavitud” ligado al pecado. Con el ayuno realizamos una oración volitiva práctica y real. Una oración que dice mucho más que las palabras que podamos pronunciar, ya que el acto de privarse de alimento conlleva una clara determinación y compromiso.

Ayunar es similar a marcar nuestra frente con el signo de la humildad mientras pedimos al Señor misericordia. Por ello es necesario que el signo quede en nosotros y no se convierta en una “publicidad” añadida que potencia nuestro ego. Tenemos parecernos en “nada a los hipócritas que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan”. El signo sólo debe ser leído por nosotros, de forma que a cada paso, nos reafirmemos en el compromiso que hemos tomado.

La penitencia tiene como objetivo propiciar nuestra conversión, nuestra transformación según la Voluntad de Dios. Ahora, para que la conversión se inicie hemos de abrir nuestro corazón al Señor, mientras le rogamos que nos ayude. ¿Qué mejor forma de realizar esto que ayunando?

¿Qué podemos esperar? “Entonces para este hombre brotará tu luz como la aurora, te precederá tu justicia, y serás como huerto regado, o como manantial cuyas aguas nunca faltan” No es poco lo que promete el Señor, ya que la conversión transforma nuestra naturaleza y nos permite acercarnos a la santidad que Dios quiere. Santidad que busca abstenerse de pecar y llenarse de humildad: “Es mejor que la abstinencia de pan y de vino, humillarse a sí mismo, mover la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza”.

Fuente: religionenlibertad.com

lunes, 10 de marzo de 2014

Levítico 19,1-2.11-18: "Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo. No robaréis ni defraudaréis ni engañaréis a ninguno de vuestro pueblo..."

Levítico 19,1-2.11-18
Primer Lunes de Cuaresma,

El Señor habló a Moisés: "Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: "Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo. No robaréis ni defraudaréis ni engañaréis a ninguno de vuestro pueblo. No juraréis en falso por mi nombre, profanando el nombre de Dios. Yo soy el Señor. No explotarás a tu prójimo ni lo expropiarás. No dormirá contigo hasta el día siguiente el jornal del obrero. No maldecirás al sordo ni pondrás tropiezos al ciego. Teme a tu Dios. Yo soy el Señor. No daréis sentencias injustas. No serás parcial ni por favorecer al pobre ni por honrar al rico. Juzga con justicia a tu conciudadano. No andarás con cuentos de aquí para allá, ni declararás en falso contra la vida de tu prójimo. Yo soy el Señor. No odiarás de corazón a tu hermano. Reprenderás a tu pariente, para que no cargues tú con su pecado. No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor.""

sábado, 8 de marzo de 2014

1 DOMINGO DE CUARESMA, Año A, por Mons. Francisco González, SF.

Comentario por Mons. Francisco González, SF.

Acabamos de comenzar la Cuaresma y hemos visto muchas formas de hacerlo, desde carnavales hasta individuos y/o grupos que le han dado un carácter profundamente religioso. Ellos y ellas han mirado hacia arriba y también horizontalmente hacia sus hermanos y hermanas, con el firme propósito de profundizar sus relaciones con el Señor y con los hermanos.

Al llegar a la iglesia este domingo nos habremos dado cuenta de ciertos cambios tanto en la celebración litúrgica como en el ambiente. Se nota una cierta sobriedad, no como señal de tristeza, algo que hay bastantes que la asocian con la Cuaresma, sino para recordar esos cuarenta días de Jesús en el desierto que prescindiendo de todo lo humano, intensifica su diálogo con el Padre.

La santa Cuaresma la asociamos, en muchos casos, con privarnos de la cantidad de comida o clase de la misma, con abandonar ciertos entretenimientos y diversiones, con llevar una vida de aburrimiento como si eso fuera una virtud. La Cuaresma vista de esta forma es aburrida, y la verdad es que me cae mal, de hecho no me gusta nada.

La Cuaresma es, se podría decir, un tiempo de gran oportunidad.

Oportunidad para expresar nuestros mejores sentimientos y deseos, como sería intensificar nuestra oración y entablar o recuperar nuestro diálogo con Dios;
oportunidad para quitarnos esa mochila llena de egoísmo que llevamos en nuestros hombros;
oportunidad de dejar que Dios use su misericordia con nosotros;
oportunidad de acelerar un tanto nuestra conversión;
oportunidad de manifestar con nuestra vida el amor de Dios;
oportunidad de insertarnos en la comunidad que sufre para hacer más llevadero el sufrimiento de nuestros hermanos;
oportunidad de proclamar nuestra alegría por ser hijos de Dios;
oportunidad para retarnos a nosotros y a nuestra Iglesia para que sea verdadero evangelio, buena noticia, para el mundo en que vivimos; para que como Cristo se adentró en el desierto sólo con lo puesto, también nosotros y nuestra Iglesia nos vayamos desprendiendo de lo que no es testimonio de la presencia de Jesús en nuestra vida.

Jesús que ha estado en el desierto cuarenta días, nos dice el evangelio que sintió hambre. El diablo usa ese momento para tentarle. Le invita a dejar de ser pobre, le invita a ser famoso, y por último a ser poderoso. Veinte siglos después seguimos soñando y deseando completa solución a nuestras necesidades. Nos encantan la fama y el poder, este último que usamos no para el beneficio de nuestros hermanos, sino para conseguir nuestra propia fama, para que nuestra foto salga en primera plana, para que se nos dediquen edificios y monumentos, para que se anuncie nuestra presencia con bombos y platillos. Posiblemente algunos habremos soñado con ser coronados con ricas coronas, olvidándonos que la corona del Rey del Universo fue de espinas.

Hemos empezado la Cuaresma tiempo oportuno para echar una mirada a nuestra vida para darle sentido a la misma, para que vayamos quitando de la misma todo aquello que no venga de Dios así resplandezca la figura del mismo Señor en cuya imagen fuimos creados. Este es un tiempo propicio para un examen de nuestra misión, de la misión a la que hemos sido llamados. Este es el tiempo para invitar a los que nos rodean a tener una vivencia de la grandeza del Dios en quien creemos. Este es el tiempo de unir nuestras fuerzas para humanizar a nuestra sociedad, para que juntos abramos la mente y el corazón de todos, especialmente de los poderosos para que como el Dios creador podamos decir al contemplar nuestro trabajo, esto es bueno.

¡Feliz y próspera Cuaresma!

Marzo 8: San Juan de Dios, Patrón de los bomberos y los vendedores de libros, por Luis Antequera


João Cidade Duarte nace en la portuguesa localidad de Montemor o Novo (Montemayor el Nuevo) el día 8 de marzo de 1495 en una familia muy humilde. Tanto que bien jovencito tiene que abandonar a sus padres para servir como pastor, cosa que hace en España, concretamente en la ciudad de Oropesa en la provincia de Toledo, en la casa de Francisco Cid Mayoral.

A la edad de 27 años, Juan Ciudad se alista en los ejércitos del Emperador, primero en la defensa de Fuenterrabía contra el Francés en las huestes del Capitán Juan Ferruz, donde por cierto, su descuido en cuidar un depósito a poco le cuesta la horca, y luego con el Conde de Oropesa en la defensa de Viena contra el Turco en 1532.

De vuelta en la península, retorna a sus pagos natales, donde conoce que sus padres han muerto. Embarca para África, y en el barco conoce y entra al servicio de la familia Almeyda, que marcha al destierro en Ceuta al que le enviaba el Rey de Portugal, con tan mala suerte que ya en Ceuta, la entera familia enferma y cae en desgracia, a punto tal, que vive toda del salario que Juan obtiene trabajando en la reconstrucción de la muralla de la ciudad.

De Ceuta pasa Juan a Gibraltar, donde se hace vendedor ambulante de libros y estampas. Y de Gibraltar a Granada. Hallándose de camino a la que fuera bellísima capital del reino nazarí, se cuenta que topa con un niño muy pobre (¿el Niño Jesús?) y que al acercarse a ayudarlo, el niño le dijo “Granada será tu cruz”.

El 20 de enero de 1539, teniendo Juan 43 años, se produce el hecho que transforma su vida. Mientras escuchaba el sermón predicado por San Juan de Ávila, se produce en él una conversión similar a la de San Francisco de Asís, despojándose de todos sus bienes y vagando desnudo por la ciudad. Es internado en el Hospital Real, donde conoce el amargo mundo de la indigencia, la locura y la enfermedad, y de la crueldad con la que eran tratados pobres y enfermos. Al abandonar el hospital el propio Juan de Ávila le ordena peregrinar a Guadalupe, donde promete a la hermosa Virgen guadalupana entregar su vida a pobres y enfermos.

De vuelta en Granada, Juan inicia su actividad hasta que puede alquilar una casa en la calle Lucena, en la que monta su primer hospital que financia pidiendo por las noches al grito de “¡Haced el bien hermanos y para vuestro bien!”. Crece su fama, hasta el punto de que el obispo le impone el nombre de Juan de Dios. El propio obispo le entrega una túnica negra que es la que vestirán los llamados Hermanos de Juan de Dios de la fundación que crea para gestionar los hospitales que va levantando.

Se cuenta que tras producirse el incendio de uno de sus hospitales, él mismo evacúa a los enfermos sin sufrir quemadura alguna.

Se suceden doce años de intensa actividad que finalizan de modo abrupto cuando un buen día, Juan de Dios muere en Granada a consecuencia de la pulmonía que le sobreviene tras lanzarse al río Genil para salvar a un joven hermano de su orden que tras caer al río mientras buscaba leña se ahogaba. Acontece su muerte, de rodillas ante una imagen de Jesús, el mismísimo día en el que cumplía 55 años, es decir el 8 de marzo de año 1550, por lo que no es casual que cuando es canonizado el día 16 de octubre de 1690, el Papa Alejandro VIII fije su onomástica precisamente tal día como hoy, el mismo en el que nació y murió, el 8 de marzo.

Enterrado en el convento de la Victoria de Granada, el 28 de noviembre de 1664 sus restos son trasladados a la iglesia del Hospital de San Juan de Dios, en Granada, donde se encuentran actualmente.

La obra de San Juan de Dios no cesa con su muerte, sino que muy al contrario, se extiende por los cinco continentes, con mil quinientos hermanos hoy día y doscientas dieciséis casas repartidas por todo el mundo, gracias también a la labor fecunda de discípulos como Antón Martín, su sucesor al frente de la orden y creador del Hospital de Nuestra Señora del Amor de Dios en Madrid.

Desde el punto de vista asistencial y científico, Juan de Dios se convierte en un verdadero innovador de la asistencia hospitalaria, y sobre todo de las enfermedades psiquiátricas, con conceptos basados en la dignidad y los derechos del enfermo sin parangón en su época.

Dicho todo lo cual, nada tiene de particular que San Juan de Dios sea, como se dice en el título de este artículo, patrón de los enfermos. Pero no sólo, porque lo es también de los hospitales, de los enfermeros, y hasta de los bomberos (por el incendio del que rescata a los enfermos), y de los vendedores de libros (por la profesión que desempeña durante una época de su vida).

Es además copatrón de la ciudad de Granada en la que realizó su obra y vino a morir, tanto que el fruto de la granada es uno de los atributos con los que acostumbra a venir retratado. Y por supuesto con un enfermo entre sus brazos.

jueves, 6 de marzo de 2014

"Primero ama porque la vida sin amor no vale nada", José María Alimbau

Primero ama porque la vida sin amor
no vale nada.

La justicia sin amor te hace duro.
La inteligencia sin amor te hace cruel.
La amabilidad sin amor te hace hipócrita.
La fe sin amor te hace fanático.

El deber sin amor te hace malhumorado.
La cultura sin amor te hace distante.
El orden sin amor te hace complicado.
La agudeza sin amor te hace agresivo.
Le honor sin amor te hace arrogante.
El apostolado sin amor te hace extraño.

La amistad sin amor te hace interesado.
El poseer sin amor te hace ávaro.
La responsabilidad sin amor te hace implacable.
El trabajo sin amor te hace esclavo.
La ambición sin amor te hace injusto.

Por último, ama porque como decía san Juan de la Cruz
al atardecer de nuestra vida se nos juzgará sobre el amor.

J. Alimbau Argilla

martes, 4 de marzo de 2014

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2014



Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza 
(2 Cor 8, 9)

 Queridos hermanos y hermanas:

Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que os sirvan para el camino personal y comunitario de conversión. Comienzo recordando las palabras de san Pablo: «Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8, 9). El Apóstol se dirige a los cristianos de Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles de Jerusalén que pasan necesidad. ¿Qué nos dicen, a los cristianos de hoy, estas palabras de san Pablo? ¿Qué nos dice hoy, a nosotros, la invitación a la pobreza, a una vida pobre en sentido evangélico?

La gracia de Cristo

Ante todo, nos dicen cuál es el estilo de Dios. Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza: «Siendo rico, se hizo pobre por vosotros…». Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se “vació”, para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2, 7; Heb 4, 15).

¡Qué gran misterio la encarnación de Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama. La caridad, el amor es compartir en todo la suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en efecto, «trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22).

La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino —dice san Pablo— «...para enriqueceros con su pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una expresión para causar sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz.

Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica. ¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en medio de la gente, necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, san Pablo conoce bien la «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3, 8), «heredero de todo» (Heb 1, 2).

¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece? Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían abandonado medio muerto al borde del camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da verdadera libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros.

La pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar ni un instante de su amor y su ternura. La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo, su relación única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías pobre. Cuando Jesús nos invita a tomar su “yugo llevadero”, nos invita a enriquecernos con esta “rica pobreza” y “pobre riqueza” suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito (cfr Rom 8, 29).

Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos (L. Bloy); podríamos decir también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo.

Nuestro testimonio

Podríamos pensar que este “camino” de la pobreza fue el de Jesús, mientras que nosotros, que venimos después de Él, podemos salvar el mundo con los medios humanos adecuados. No es así. En toda época y en todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres. La riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada por el Espíritu de Cristo.

A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza. Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual.

La miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad. En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir.

No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la educación y la salud. En estos casos la miseria moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente. Esta forma de miseria, que también es causa de ruina económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y libera.

El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza! Es hermoso experimentar la alegría de extender esta buena nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado, para consolar los corazones afligidos y dar esperanza a tantos hermanos y hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana.

Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y solícita a la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza. La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele.

Que el Espíritu Santo, gracias al cual «[somos] como pobres, pero que enriquecen a muchos; como necesitados, pero poseyéndolo todo» (2 Cor 6, 10), sostenga nuestros propósitos y fortalezca en nosotros la atención y la responsabilidad ante la miseria humana, para que seamos misericordiosos y agentes de misericordia. Con este deseo, aseguro mi oración por todos los creyentes. Que cada comunidad eclesial recorra provechosamente el camino cuaresmal. Os pido que recéis por mí. Que el Señor os bendiga y la Virgen os guarde.

Vaticano, 26 de diciembre de 2013
Fiesta de San Esteban, diácono y protomártir