sábado, 31 de octubre de 2015

Sobre la Madurez y la santidad; sobre el ego y el narcisismo, por Ron Rolheiser


René Descartes empezó preguntándose: ¿Cuál es la única cosa de la cual podemos estar ciertos? Su respuesta es su famoso dicho: "¡Pienso, luego existo!"  Posteriormente, lo que nos es más real es nuestra propia consciencia. Y es tan obsesivamente real que, hasta que podamos encontrar una madurez más allá de nuestros instintos naturales, nos encierra en una cierta prisión. ¿Qué prisión? Los psicólogos lo llaman narcisismo, una excesiva auto-preocupación que nos mantiene fijados en nosotros mismos.

Esta condición no es algo que puede ser borrado afirmando ostentosamente que pasamos del ego y somos altruistas. El ego y su hijo, el narcisismo, no desaparecen porque nos consideremos maduros y espirituales. Son incurables porque son una parte innata de nuestro modo de ser. Además, no tienen intención de marcharse, ni son, en sí mismos, un defecto moral. Nuestro "ego" es el centro de nuestra personalidad y todos necesitamos un fuerte ego para permanecer bien juntos, sanos, sanamente auto-protectores y capaces de dar de uno mismo a otros.

Normalmente la gente se sorprende cuando alguien sugiere que ciertas personas importantes y espirituales tienen fuertes egos. Por ejemplo, Francisco de Asís, Teresa de Ávila, Teresa de Lisieux y Madre Teresa, aunque eran humildes tenían fuertes egos, a saber, tenían un claro sentido de su propia identidad, su propio talento y su propia importancia. Sin embargo, sabían también que sus personas y talentos naturales no nacían de ellos mismos ni estaban destinados a ellos. Tenían claro que la fuente de su talento era Dios y que sus dones no estaban proyectados para ellos mismos sino para otros. En eso radica la diferencia entre tener un fuerte ego y ser un egoísta. Un egoísta tiene un fuerte ego y puede estar agraciado con talento pero se considera el creador y el objetivo de ese don. Por el contrario, las grandes personas ("santos") tienen fuertes egos pero reconocen que su talento no viene de ellos sino que es algo que pasa a través de ellos como un don para otros.

La finalidad de la madurez no es, por tanto, matar el ego sino tener un ego sano. Llegar a esa madurez es una lucha que nos puede dejar, con frecuencia, en "inflación" (demasiado llenos de nosotros mismos y demasiado inconscientes de Dios) o en "depresión" (demasiado vacíos de nuestro propio valor y demasiado inconscientes de Dios).

La madurez y la santidad no estriban en matar o denigrar el ego, como a veces se dice en espiritualidades bien intencionadas pero mal aconsejadas, como si la naturaleza humana fuera obra del diablo.

El ego es integrante y crítico con nuestro natural modo de ser, parte de nuestro instintivo ADN. Necesitamos un ego sano para ser y permanecer sanos. El propósito no es nunca matar o denigrar el ego sino concederle su papel propio y maduro, esto es, mantenernos sanos, en contacto con nuestros dones y en contacto con la fuente y el propósito de esos dones.

Pero esto sólo puede ser llevado a cabo paradójicamente: Jesús nos dice que sólo podemos encontrar la vida perdiendo nuestras vidas. Una famosa oración atribuida a Francisco de Asís da a esto su expresión clásica y popular:

Oh, divino Maestro, 
concédeme que no busque tanto 
ser consolado como consolar; 
ser comprendido como comprender; 
ser amado como amar: 
Porque es dando como recibimos; 
es perdonando como somos perdonados 
y es muriendo a nosotros mismos 
como nacemos a la vida eterna. 
Sólo negando nuestro ego 
podemos tener un ego sano.

viernes, 30 de octubre de 2015

Lucas 14,1-6 por Julio González, SF.

Lucas 14,1-6
Viernes de la 30 Semana del Tiempo Ordinario I y II,

Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Se encontró delante un hombre enfermo de hidropesía y, dirigiéndose a los maestros de la Ley y fariseos, preguntó: «¿Es lícito curar los sábados, o no?» Ellos se quedaron callados. Jesús, tocando al enfermo, lo curó y lo despidió. Y a ellos les dijo: «Si a uno de vosotros se le cae al pozo el hijo o el buey, ¿no lo saca en seguida, aunque sea sábado?» Y se quedaron sin respuesta.

Comentario:

Cuando era niño los relatos de los milagros de Jesús acaparaban toda mi atención. Durante mucho tiempo pensé que el poder de Dios se mostraba principalmente a través de los milagros de Jesús. Los milagros eran para mí la prueba definitiva de que Jesús era el Hijo de Dios.

Pero cuando empece a leer los relatos de los milagros de Jesús prestando atención a los diálogos me di cuenta de que el milagro es sólo una anécdota en la narración, algo que Jesús hace para ilustrar un "gesto profético" más impactante para los testigos que el milagro mismo, especialmente si éstos son fariseos, letrados, maestros de la ley.

En el tiempo de Jesús había más curanderos y sanadores que galenos (médicos). La fama de algunos se extendía más alla de la región donde practicaban exorcismos y curaciones de diversa índole con hierbas, barro, cenizas, etc. Que Jesús era conocido también por su habilidad para expulsar espíritus inmundos y sanar enfermos, es algo que los evangelios repiten una y otra vez; sin embargo, las narraciones de los milagros de Jesús contienen unas enseñanzas que pueden pasar desapercibidas cuando nuestra atencion se centra solamente en el milagro.

Este episodio, por ejemplo, nos muestra un conflicto gravísimo entre Jesús y los expertos de la ley. El sábado es el día sagrado, por tanto, no se puede trabajar ni derrochar el tiempo ya que es un día dedicado a Dios. Curiosamente, a Jesús parece que le gusta ofender a los fariseos y expertos en la ley de Dios porque muchas de las curaciones las realiza el sábado. Para éstos, lo que Jesús hace va en contra de la ley de Dios.

Entonces nos damos cuenta de que Jesús y los fariseos tienen una manera muy diferente de entender lo sagrado, el respeto a Dios. Jesús no es menos religioso que los fariseos, pero, para éstos, Jesús no respeta a Dios y, demás, es un blasfemo.

Es evidente que la fe y la religiosidad de Jesús no es la de los fariseos y expertos en la ley divina.

Lucas 14,1-6: "¿Es lícito curar los sábados, o no?"

Lucas 14,1-6
Viernes de la 30 Semana del Tiempo Ordinario I y II

Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Jesús se encontró delante un hombre enfermo de hidropesía y, dirigiéndose a los letrados y fariseos, preguntó: "¿Es lícito curar los sábados, o no?" Ellos se quedaron callados. Jesús, tocando al enfermo, lo curó y lo despidió. Y a ellos les dijo: "Si a uno de vosotros se le cae al pozo el burro o el buey, ¿no lo saca en seguida, aunque sea sábado?" Y se quedaron sin respuesta.


SOBRE EL MISMO TEMA:

VIERNES DE LA 30 SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Año I (Lecturas)

Romanos 9,1-5
Salmo 147: Glorifica al Señor, Jerusalén
Lucas 14,1-6



Digo la verdad en Cristo; mi conciencia, iluminada por el Espíritu Santo, me asegura que no miento. Siento una gran pena y un dolor incesante en mi corazón, pues por el bien de mis hermanos, los de mi raza según la carne, quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo. Ellos descienden de Israel, fueron adoptados como hijos, tienen la presencia de Dios, la alianza, la ley, el culto y las promesas. Suyos son los patriarcas, de quienes, según la carne, nació el Mesías, el que está por encima de todo: Dios bendito por los siglos. Amén.

Salmo 147,12-13.14-15.19-20
R. Glorifica al Señor, Jerusalén

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti.
R. Glorifica al Señor, Jerusalén

Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz.
R. Glorifica al Señor, Jerusalén

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.
R. Glorifica al Señor, Jerusalén



Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Se encontró delante un hombre enfermo de hidropesía y, dirigiéndose a los maestros de la Ley y fariseos, preguntó: «¿Es lícito curar los sábados, o no?» Ellos se quedaron callados. Jesús, tocando al enfermo, lo curó y lo despidió. Y a ellos les dijo: «Si a uno de vosotros se le cae al pozo el hijo o el buey, ¿no lo saca en seguida, aunque sea sábado?» Y se quedaron sin respuesta.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Jueves de la 30 Semana del Tiempo Ordinario, Año I (Lecturas)

Romanos 8,31b-39
Salmo 108: Sálvame, señor, por tu bondad
Lucas 13,31-35

Romanos 8,31b-39

Hermanos: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros? ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?, como dice la Escritura: "Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza."Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Salmo 108: Sálvame, señor, por tu bondad

Tú, Señor, trátame bien, por tu nombre,
líbrame con la ternura de tu bondad;
que yo soy un pobre desvalido,
y llevo dentro el corazón traspasado.
R. Sálvame, señor, por tu bondad

Socórreme, Señor, Dios mío,
sálvame por tu bondad.
Reconozcan que aquí está tu mano,
que eres tú, Señor, quien lo ha hecho.
R. Sálvame, señor, por tu bondad

Yo daré gracias al Señor con voz potente,
lo alabaré en medio de la multitud:
porque se puso a la derecha del pobre,
para salvar su vida de los jueces.
R. Sálvame, señor, por tu bondad

Lucas 13,31-35

En aquella ocasión, se acercaron unos fariseos a decirle: "Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte." Él contestó: "Id a decirle a ese zorro: "Hoy y mañana seguiré curando y echando demonios; y al tercer día termino mi obra." Pero hoy y mañana y pasado tengo que caminar, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos baja las alas! Pero no habéis querido. Vuestra casa se os quedará vacía. Os digo que no me volveréis a ver hasta el día que exclaméis: "Bendito el que viene en nombre del Señor.""

Lucas 6,12-19: Claves de lectura

Lucas 6,12-19
San Simón y San Judas, apóstoles (28 de octubre),
Martes de la 23 Semana del Tiempo Ordinario I,

En aquel tiempo, subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles: Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago Alfeo, Simón, apodado el Celotes, Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor.Bajó del monte con ellos y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos.

— Claves de lectura

• El evangelio de hoy trae dos asuntos: la elección de los doce apóstoles (Lc 6,12-16) y la multitud enorme de gente queriendo encontrarse con Jesús (Lc 6,17-19).

Este episodio nos invita a reflexionar sobre los Doce que fueron escogidos para convivir con Jesús, como apóstoles. Los primeros cristianos recordaron y recordaron los nombres de estos Doce y de algunos otros hombres y mujeres que siguieron a Jesús y que después de la resurrección fueron creando comunidades para el mundo. Hoy también, todo el mundo recuerda el nombre de algún catequista o profesora que fue significativo/a para su formación cristiana.

• Lucas 6,12-13: La elección de los 12 apóstoles

Antes de proceder a la elección de los doce apóstoles, Jesús pasó una noche entera en oración. Rezó para saber a quién escoger y escogió a los Doce, cuyos nombres están en los evangelios y que recibirán el nombre de apóstol. Apóstol significa enviado, misionero. Fueron llamados para realizar una misión, la misma que Jesús recibió del Padre (Jn 20,21). Marcos concretiza más y dice que Dios los llamó para estar con él y enviarlos en misión (Mc 3,14).

• Lucas 6,14-16: Los nombres de los 12 apóstoles

Con pequeñas diferencias los nombres de los Doce son iguales en los evangelios de Mateo (Mt 10,2-4), Marcos (Mc 3,16-19) y Lucas (Lc 6,14-16). Gran parte de estos nombres vienen del AT.

Simeón es el nombre de uno de los hijos del patriarca Jacob (Gén 29,33).
Santiago es el mismo nombre que Jacob (Gén 25,26).
Judas es el nombre de otro hijo de Jacob (Gén 35,23).
Mateo también tenía el nombre de Levi (Mc 2,14), que fue otro hijo de Jacob (Gén 35,23).

De los doce apóstoles, siete tienen el nombre que vienen del tiempo de los patriarcas: dos veces Simón, dos veces Santiago, dos veces Judas, y una vez ¡Levi! Esto revela la sabiduría y la pedagogía del pueblo. A través de los nombres de patriarcas y matriarcas, dados a sus hijos e hijas, mantuvieron viva la tradición de los antiguos y ayudaron a sus hijos a no perder la identidad. ¿Qué nombres les damos hoy a nuestros hijos e hijas?

• Lucas 6,17-19: Jesús baja de la montaña y la multitud lo busca

Al bajar del monte con los doce, Jesús encuentra a una multitud de gente que trataba de oír su palabra y tocarle, porque de él salía una fuerza de vida. En esta multitud había judíos y extranjeros, gente de Judea y también de Tiro y Sidón. Y la gente estaba desorientada, abandonada. Jesús acoge a todos los que le buscan. Judíos y paganos. ¡Este es uno de los temas preferidos por Lucas!

• Estas doce personas, llamadas por Jesús para formar la primera comunidad, eran personas comunes, como todos nosotros. Tenías sus virtudes y sus defectos. Los evangelios informan muy poco sobre la forma de ser o el carácter de cada una de ellas.

- Pedro era una persona generosa e entusiasta (Mc 14,29.31; Mt 14,28-29), pero a la hora del peligro y de la decisión, su corazón sigue encogido y se vuelve atrás (Mt 14,30; Mc 14,66-72). Llega a ser satanás para Jesús (Mc 8,33). Jesús le dio el apellido de Piedra (Pedro). Pedro, por si mismo, no era Piedra. Se volvió piedra (roca), porque Jesús rezó por él (Lc 22,31-32).

- Santiago y Juan estaban dispuestos a sufrir con Jesús y por Jesús (Mc 10,39), pero eran muy violentos (Lc 9, 54). Jesús los llama “hijos del trueno” (Mc 3,17). Juan parecía tener ciertos celos. Quería Jesús sólo para su grupo (Mc 9,38).

- Felipe tenía una forma de ser acogedora. Sabía poner a los demás en contacto con Jesús (Jn 1,45-46), pero no era muy práctico en resolver los problemas (Jn 12,20-22; 6,7). A veces era medio ingenuo. Hubo momentos en que Jesús perdió la paciencia con él: “Pero Felipe, ¿tanto tiempo que estoy contigo, y aún no me conoces?” (Jn 14,8-9)

- Andrés, hermano de Pedro y amigo de Felipe, era más práctico. Felipe recurre a él para resolver los problemas (Jn 12,21-22). Fue Andrés el que le llamó a Pedro (Jn 1,40-41), y fue Andrés el que encontró al niño con los cinco panes y los dos peces (Jn 6,8-9).

- Bartolomé parece haber sido el mismo que Natanael. Este era del barrio, y no podía admitir que nada bueno pudiera venir de Nazaret (Jn 1,46).

- Tomás fue capaz de sustentar su opinión, una semana entera, contra el testimonio de todos los demás (Jn 20,24-25). Pero cuando vio que estaba equivocado, no tuvo miedo en reconocer su error (Jn 20,26-28). Era generoso, dispuesto a morir con Jesús (Jn 11,16).

- Mateo o Levi era publicano, cobrador de impuestos, como Zaqueo (Mt 9,9; Lc 19,2). Eran personas comprometidas con el sistema opresor de la época.

- Simón, por el contrario, parece haber sido del movimiento que se oponía radicalmente al sistema que el imperio romano imponía al pueblo judío. Por eso tenía el apellido de Zelota (Lc 6,15). El grupo de los Zelotas llegó a provocar una rebelión armada contra los romanos.

- Judas era lo que se ocupaba del dinero del grupo (Jn 13,29). Llegó a traicionar a Jesús.

- Santiago de Alfeo y Judas Tadeo, de estos dos los evangelios sólo informan del nombre.

— Para la reflexión personal

• Jesús pasó la noche entera en oración para saber qué escoger, y escogió a estos doce. ¿Cuál es la lección que sacas de aquí?

• Los primeros cristianos recordaban los nombres de los doce apóstoles que estaban en el origen de sus comunidades. Y tú ¿recuerdas los nombres de las personas que están en el origen de la comunidad a la que perteneces? Recuerda el nombre de algún/a catequista o profesor/a que fue significativa para tu formación cristiana. ¿Qué es lo que más recuerdas de ellas: el contenido de lo que te enseñaron o el testimonio que dieron?

Fuente: ocarm.org

lunes, 26 de octubre de 2015

Lucas 13,18-21: El Reino de Dios es semejante a una semilla de mostaza y a la levadura (claves de lectura)

Lucas 13,18-21
Martes de la 30 Semana del Tiempo Ordinario, Año I

En aquel tiempo, decía Jesús: "¿A qué se parece el reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas." Y añadió: "¿A qué compararé el reino de Dios? Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta."

— Claves de lectura

El contexto:

A lo largo del camino que lo conduce a Jerusalén, Jesús estaba rodeado por “miles” de personas (11,29) que se agolpaban en su entorno. El motivo de esta atracción de las multitudes es la Palabra de Jesús.

En Lc 13,1-35 el tema dominante es el escándalo de la muerte. En la primera parte se habla de la muerte de todos (vv.1-9), mientras que en la segunda se habla de la muerte de Jesús (vv.31-35) y de la muerte ahorrada a los pecadores para que puedan disponerse a la conversión.

Pero al lado del tema dominante hay otro: la salvación ofrecida a los hombres. La curación de la mujer encorvada: una hija de Abraham a la que Satanás mantenía atada hacía dieciocho años, es liberada por Jesús. Además, en el corazón de este cap. 13, encontramos dos parábolas que forman una unidad temática: el reino de Dios comparado con el “grano de mostaza” y con la “levadura”.

El Reino de Dios es semejante a una semilla de mostaza:

Esta semilla es muy común en Palestina, de modo particular junto al lago de Galilea. Es conocida por su singular pequeñez. En Lc 17,6 Jesús usa esta imagen para expresar su esperanza de que sus discípulos tengan un mínimo de fe: “Si tuviereis fe como un grano de mostaza…”.

Esta parábola tan sencilla compara dos momentos de la historia de la semilla: cuando es enterrada (los inicios modestos) y cuando se hace un árbol (el milagro final). Por tanto, la función del relato es explicar el crecimiento extraordinario de una semilla que se entierra en el propio jardín, a lo que sigue un crecimiento asombroso al hacerse un árbol.

Al igual que esta semilla, el Reino de Dios tiene también su historia: el Reino de Dios es la semilla enterrada en el jardín, lugar que en el Nuevo Testamento indica el lugar de la agonía y de la sepultura de Jesús (Jn 18,1.26; 19.41); sigue después el momento del crecimiento en el que llega a ser un árbol abierto a todos.

• El Reino de Dios es semejante a la levadura: 

En la cultura hebrea, la levadura era considerada un factor de corrupción, hasta el punto que se eliminaba en las casas para no contaminar la fiesta de Pascua, que empezaba la semana de los ázimos. El uso de este elemento negativo para describir el Reino de Dios era un motivo de perturbación para los oídos de los judíos.

El lector percibe su fuerza convincente: es suficiente meter una pequeña cantidad de levadura en tres medidas de harina para conseguir una gran cantidad de pasta. Jesús anuncia que esta levadura, escondida o desaparecida en la harina, después de un tiempo, hace crecer la masa.

Efectos del texto en el lector:

¿Qué nos dicen a nosotros estas dos parábolas? El Reino de Dios, comparado por Jesús a una semilla que se convierte en árbol, nos acerca a la historia de Dios como la historia de su Palabra: está escondida en la historia humana y va creciendo; Lucas piensa en la Palabra de Jesús (el reino de Dios está en medio de vosotros) que ya está creciendo pero que todavía no se ha convertido en árbol. Jesús y el Espíritu Santo están dando soporte a este crecimiento de la palabra. La imagen de la levadura completa el cuadro de la semilla. La levadura es el Evangelio que actúa en el mundo, en la comunidad eclesial y en cada creyente.

Fuente: ocarm.org

domingo, 25 de octubre de 2015

Lucas 13:10-17, Claves de lectura

Lucas 13,10-17

Un sábado, enseñaba Jesús en una sinagoga. Había una mujer que desde hacía dieciocho años estaba enferma por causa de un espíritu, y andaba encorvada, sin poderse enderezar. Al verla, Jesús la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad.» Le impuso las manos, y en seguida se puso derecha. Y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la gente: «Seis días tenéis para trabajar; venid esos días a que os curen, y no los sábados.» Pero el Señor, dirigiéndose a él, dijo: «Hipócritas: cualquiera de vosotros, ¿no desata del pesebre al buey o al burro y lo lleva a abrevar, aunque sea sábado? Y a ésta, que es hija de Abrahán, y que Satanás ha tenido atada dieciocho años, ¿no había que soltarla en sábado?» A estas palabras, sus enemigos quedaron abochornados, y toda la gente se alegraba de los milagros que hacía.

— Claves de lectura

El evangelio de hoy describe la curación de la mejor encorvada. Se trata de uno de los muchos episodios que se suceden en el largo camino recorrido por Jesús hacia Jerusalén (Lc 9,51 a 19,28).

• Lucas 13,10-11: La situación que provoca la acción de Jesús 

Jesús está en la sinagoga en un día de reposo. Cumple con la ley, guardando el sábado y participando en la celebración con su gente. Lucas informa que Jesús estaba enseñando. Había en la sinagoga una mujer encorvada. Lucas dice que un espíritu de flaqueza le impedía asumir una postura recta. En aquel tiempo la gente explicaba así las dolencias. La mujer llevaba dieciocho años en esta situación. No habla, no tiene nombre, no pide la curación, no toma ninguna iniciativa. Su pasividad llama la atención.

• Lucas 13,12-13: Jesús cura la mujer

Viendo a la mujer, Jesús la llama e le dice: “¡Mujer, queda libre de tu enfermedad!”. La acción de liberar se realiza por medio de la palabra, dirigida directamente a la mujer, y por la imposición de las manos. Inmediatamente, se pone de pie y empieza a alabar al Señor. Hay una relación entre el ponerse de pie y dar gloria a Dios. Jesús hace que la mujer se ponga de pie para que pueda alabar a Dios en medio del pueblo reunido en asamblea. La suegra de Pedro, una vez curada, se levanta y se pone a servir (Mc 1,31). ¡Alabar a Dios y servir a los hermanos!

• Lucas 13,14: La reacción del jefe de la sinagoga

El jefe de la sinagoga se volvió furioso viendo la acción de Jesús, porque había curado a la mujer un día de sábado: “Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado.” En la crítica del jefe de la sinagoga resuena la palabra de la Ley de Dios que decía: “Acuérdate del día de sábado para santificarlo. Trabaja seis días y, en ellos, haz todas tus faenas. Pero el día séptimo es día de descanso, consagrado a Yahvé, tu Dios. Que nadie trabaje”. (Ex 20,8-10). En esta reacción autoritaria del jefe tenemos una llave para entender por qué motivo la gente estaba tan oprimida y por qué la mujer no podía participar en aquel tiempo. El dominio sobre las conciencias a través de la manipulación de la ley de Dios era muy fuerte. Era ésta la manera en que mantenían a la gente sometida y encorvada.

• Lucas 13,15-16: La respuesta de Jesús al jefe de la sinagoga

Aquello que para el jefe de la sinagoga es observancia de la ley de Dios, para Jesús es hipocresía: "¡Hipócritas!¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar? Y a ésta, que es hija de Abrahán, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado?”

Con este ejemplo sacado de la vida diaria, Jesús muestra la incoherencia de este tipo de observancia de la ley de Dios. Si está permitido desatar un buey en el día de sábado, sólo para darle de beber, mucho más está permitido desatar a una hija de Abrahán para liberarla del poder del mal. El verdadero sentido de la observancia de la Ley que agrada a Dios es éste: liberar a las personas del poder del mal y ponerlas de pie, para que puedan glorificar a Dios y rendirle homenaje. Jesús imita a Dios que endereza a los encorvados (Sal 145,14; 146,8).

• Lucas 13,17: La reacción de la gente ante la acción de Jesús

La enseñanza de Jesús deja confusos a sus adversarios, pero la multitud se llena de alegría por las maravillas que Jesús está realizando: “Toda la gente se alegraba con las maravillas que hacía”. En la Palestina del tiempo de Jesús, la mujer vivía encorvada, sometida al marido, a los padres y a los jefes religiosos de su pueblo. Esta situación de sumisión estaba justificada por la religión. Pero Jesús no quiere que ella siga encorvada. Desatar y liberar a las personas no tiene un día marcado. Es todos los días, ¡y hasta el día de sábado!

Lucas 13,10-17: "El jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado"

Lucas 13,10-17
Lunes de la 30 Semana del Tiempo Ordinario I y II,

Un sábado, enseñaba Jesús en una sinagoga. Había una mujer que desde hacía dieciocho años estaba enferma por causa de un espíritu, y andaba encorvada, sin poderse enderezar. Al verla, Jesús la llamó y le dijo: "Mujer, quedas libre de tu enfermedad". Le impuso las manos, y enseguida se puso derecha. Y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la gente: "Seis días tenéis para trabajar: venid esos días a que os curen, y no los sábados". Pero el Señor, dirigiéndose a él, dijo: "Hipócritas: cualquiera de vosotros, ¿no desata del pesebre al buey o al burro, y lo llevaba a abrevar, aunque sea sábado? Y a está, que es hija de Abrahán, y que Satanás ha tenido atada dieciocho años, ¿no había que soltarla en sábado?". A estas palabras, sus enemigos quedaron abochornados, y toda la gente se alegraba de los milagros que hacía.

SOBRE EL MISMO TEMA:
Claves de lectura

Marcos 10:46-52: "Quiero ver" (anablepso)

Marcos 10:46-52

Después llegaron a Jericó. Más tarde, salió Jesús de la ciudad acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Un mendigo ciego llamado Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado junto al camino. Al oír que el que venía era Jesús de Nazaret, se puso a gritar:
—¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!
Muchos lo reprendían para que se callara, pero él se puso a gritar aún más:
—¡Hijo de David, ten compasión de mí!
Jesús se detuvo y dijo:
—Llámenlo.
Así que llamaron al ciego.
—¡Ánimo! —le dijeron—. ¡Levántate! Te llama.
Él, arrojando la capa, dio un salto y se acercó a Jesús.
—¿Qué quieres que haga por ti? —le preguntó.
—Rabí, quiero ver —respondió el ciego.
—Puedes irte —le dijo Jesús—; tu fe te ha sanado.
Al momento recobró la vista y empezó a seguir a Jesús por el camino.

- ¿Qué quieres que haga por ti?

Finaliza con este episodio la gran catequesis de Marcos sobre el discípulo de Jesús. A continuación, Jesús entra en Jerusalén siendo aclamado como Hijo de David por la multitud.

La pregunta de Jesús a Bartimeo es la pregunta que Jesús nos hace a todos nosotros: "¿Qué quieres que haga por ti?" Es la misma pregunta que Jesús había hecho a Santiago y Juan (Marcos 10:36); entonces, Marcos había dicho que los discípulos no sabían lo que pedían (puestos de honor en el reino de Jesus).

El modo como Marcos nos cuenta que Bartimeo responde a la llamada de Jesús pone también en evidencia la respuesta del hombre que no había podido seguir a Jesús porque tenía muchas posesiones (10:17-27). Bartimeo "arroja la (unica) capa" que tenía.

- "Quiero ver"

El verbo que Marcos utiliza es anablepso y significa mucho más que "ver" o "mirar"; anablepso significa "mirar hacia arriba", "mirar hacia lo alto". Para los primeros cristianos este episodio forma parte de una autentica catequesis porque eso es lo que quiere el verdadero discípulo de Jesús, aquel que va a ser bautizado: mirar hacia lo alto..., y mirar alrededor con los ojos de Dios.

Bartimeo es presentado en el evangelio de Marcos como la persona con la disposición correcta para ser considerado discípulo de Jesús: se trata de una persona humilde, que reconoce sus carencias y debilidades, menospreciado por muchos que creen que no es digno de acercarse a Jesús, y que pide ver las realidades de este mundo "desde arriba, desde lo alto".

Marcos 10,46-52: Claves de lectura

Marcos 10,46-52

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
— Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:
— Hijo de David, ten compasión de mí.
Jesús se detuvo y dijo:
— Llamadlo.
Llamaron al ciego, diciéndole:
— Ánimo, levántate, que te llama.
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo:
— ¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó:
— Maestro, que pueda ver.
Jesús le dijo:
— Anda, tu fe te ha curado.
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

— Clave de lectura:

El evangelio de este domingo describe el episodio de la curación del ciego Bartimeo de Jericó (Mc 10,46-52), que recoge una larga instrucción de Jesús para sus discípulos (Mc 8,22 a 10,52).

Al principio de esta instrucción, Marcos coloca la curación del ciego anónimo (Mc 8,22-26). Ahora, al final, comunica la curación del ciego del Jericó. Las dos curaciones son el símbolo de lo que sucedía entre Jesús y los discípulos. Indican el proceso y el objetivo del lento aprendizaje de los discípulos. Describen el punto de partida (el ciego anónimo) y el punto de llegada (el ciego Bartimeo) de la instrucción de Jesús a sus discípulos y a todos nosotros.

— División del texto para ayudar a la lectura:

Marcos 10,46: Descripción del contexto del episodio
Marcos 10,47: El grito del ciego
Marcos 10,48: Reacción de la gente ante el grito del ciego
Marcos 10,49-50: Reacción de Jesús ante el grito del ciego
Marcos 10,51-52: Conversación de Jesús con el ciego sobre su curación

— La larga instrucción de Jesús a los discípulos:

La curación del ciego anónimo, al comienzo de la instrucción, se completa por dos momentos (Mc 8,22-26). En el primer momento, el ciego comienza a intuir las cosas, pero sólo a mitad. Ve las personas como si fuesen árboles (Mc 8,24). En el segundo momento, en el segundo intento, comienza a entender bien.

Los discípulos eran como el ciego anónimo: aceptaban a Jesús como Mesías, pero no aceptaban la cruz (Mc 8,31-33). Eran personas que cambiaban personas por árboles. No tenían una fe fuerte en Jesús. ¡Continuaban siendo ciegos! Cuando Jesús insistía en el servicio y en la entrega (Mc 8,31;34; 9,31; 10,33-34), ellos discutían entre sí sobre quien era el más importante (Mc 9,34) y continuaban pidiendo los primeros puestos en el Reino, uno a la derecha y otro a la izquierda del trono (Mc 10,35-37). Señal de que la ideología imperante de la época penetraba profundamente en sus mentalidades.

El haber vivido varios años con Jesús, no les había renovado su modo de ver las cosas y personas. Miraban a Jesús con la mirada del pasado. Querían que fuese como ellos se lo imaginaban: un Mesías glorioso (Mc 8,32).

Pero el objetivo de la instrucción de Jesús es que sus discípulos sean como el ciego Bartimeo, que acepta a Jesús como es. Bartimeo tiene una fe fuerte que le hace ver, fe que Pedro no posee todavía. Y así Bartimeo se convierte en el modelo para los discípulos del tiempo de Jesús, para las comunidades del tiempo de Marcos, como para nosotros.

— Comentario del texto:

Marcos 10,46-47: Descripción del contexto del episodio: el grito del ciego

Finalmente, después de una larga caminata, Jesús y sus discípulos llegan a Jericó, última parada antes de llegar a Jerusalén. El ciego Bartimeo está sentado a la vera del camino. No puede participar en la procesión que acompaña a Jesús. Pero grita, invocando la ayuda del Señor: “¡Hijo de David! ¡Ten piedad de mi!” 

La expresión “Hijo de David” era el título más común que la gente daba al Mesías (Mt 21,9; cf. Mc 11,9) Pero este título no agradaba mucho a Jesús. Él llegó a cuestionar y a criticar la costumbre de los doctores de la ley que enseñaban a la gente diciendo el Mesías es el Hijo de David (Mc 12,35-37).

Marcos 10,48: Reacción de la gente ante el grito del pobre

El grito del ciego es incómodo, no gusta. Los que van en la procesión con Jesús intentan hacerle callar. Pero “¡él gritaba todavía más fuerte!” También hoy el grito del ciego es incómodo. Hoy son millones los que gritan: presos, hambrientos, enfermos, perseguidos, gente sin trabajo, sin dinero, sin casa, sin techo, sin tierra, gente que no recibirán jamás un signo de amor. Gritos silenciosos, que entran en las casas, en las iglesias, en las ciudades, en las organizaciones mundiales. Lo escucha sólo aquél que abre los ojos para observar lo que sucede en el mundo. Pero son muchos los que han dejado de escuchar. Se han acostumbrado. Otros intentan silenciar los gritos, como sucedió con el ciego de Jericó. Pero no consiguen silenciar el grito del pobre. Dios lo escucha. (Éx 2,23-24; 3,7) Y Dios nos advierte diciendo: “ No maltratarás a la viuda o al huérfano”. ¡Si tú lo maltratas, cuando me pida ayuda, yo escucharé su grito!” (Éx 22,21)

Marcos 10,49-50: Reacción de Jesús ante el grito del ciego

¿Y qué hace Jesús? ¿Cómo escucha Dios el grito? Jesús se para y ordena llamar al ciego. Los que querían hacerlo callar, silenciar el grito incómodo del pobre, ahora, a petición de Jesús, se ven obligados a obrar de modo que el pobre se acerque a Jesús.

Bartimeo deja todo y va corriendo a Jesús. No posee mucho, apenas una manta. Lo único que tiene para cubrirse el cuerpo (cf. Éx 22,25-26). ¡Esta es su seguridad, su tierra firme!

Marcos 10, 51-52: Conversación de Jesús con el ciego y su curación

Jesús pregunta: “¿Qué quieres que te haga?” No basta gritar. ¡Se necesita saber por qué se grita! Él responde: “¡Maestro! ¡Que yo recobre la vista!” Bartimeo había invocado a Jesús con expresiones no del todo correctas, porque, como hemos visto, el título de “Hijo de David” no le gustaba mucho a Jesús (Mc 12,35-37).

Pero Bartimeo tiene más fe en Jesús que en las ideas y títulos sobre Jesús. No así los demás. No ven las exigencias como Pedro (Mc 8,32). Bartimeo sabe dar su vida aceptando a Jesús sin imponerle condiciones. Jesús le dice: “¡Anda! Tu fe te ha salvado!” Al instante, el ciego recuperó la vista”. Deja todo y sigue a Jesús (Mc 10,52). Su curación es fruto de su fe en Jesús (Mc 10,46-52).

Curado, Bartimeo sigue a Jesús y sube con Él a Jerusalén hacia el Calvario. Se convierte en un discípulo modelo para Pedro y para nosotros: ¡creer más en Jesús que en nuestras ideas sobre Jesús!

— El contexto de la subida hacia Jerusalén

Jesús y sus discípulos se encaminan hacia Jerusalén (Mc 10,32). Jesús les precede. Tiene prisa. Sabe que lo matarán. El profeta Isaías lo había anunciado (Is 50,4-6; 53,1-10). Su muerte no es fruto de un destino ciego o de un plan ya preestablecido, sino que es la consecuencia de un compromiso tomado, de una misión recibida del Padre junto con los marginados de su tiempo.

Por tres veces, Jesús llama la atención de los discípulos, sobre los tormentos y la muerte, que le esperan en Jerusalén (Mc 8,31; 9,31: 10,33). El discípulo debe seguir al maestro, aunque sea para sufrir con él (Mc 8,34-35). Los discípulos están asustados y le acompañan con miedo (Mc 9,32). No entienden lo que está sucediendo. El sufrimiento no andaba de acuerdo con la idea que ellos tenía del Mesías (Mc 8,32-33; Mt 16,22). Y algunos no sólo no entendían, sino que continuaban teniendo ambiciones personales. Santiago y Juan piden un puesto en la gloria del Reino, uno a la derecha y otro a la izquierda de Jesús (Mc 10,35-37). ¡Quieren estar por delante de Pedro! No entienden la propuesta de Jesús. ¡Están preocupados sólo de sus propios intereses! Esto refleja las disputas y riñas existentes en las comunidades al tiempo de Marcos y las que pueden existir todavía en nuestras comunidades.

Jesús reacciona con decisión: “¿Qué es lo que estáis pidiendo?” (Mc 10,38). Y les dice si son capaces de beber el cáliz que Él, Jesús, beberá, y si están dispuestos a recibir el bautismo que Él recibirá. ¡El cáliz del sufrimiento, el bautismo de sangre! Jesús quiere saber si ellos, en vez de un puesto de honor, aceptan dar vida hasta la muerte. Los dos responden: “¡”Podemos!” (Mc 8,39). Parece una respuesta dicha sólo con los labios, porque pocos días después, abandonan a Jesús y lo dejan solo en la hora del sufrimiento (Mc 14,50).

Ellos no tienen mucha conciencia crítica, no perciben su realidad personal. En su instrucción a los discípulos, Jesús insiste sobre el ejercicio del poder (cf. Mc 9,33-35). En aquel tiempo, aquellos que detentaban el poder no prestaban atención a la gente. Obraban según sus ideas (cf. Mc 6,17-29). El imperio romano controlaba el mundo y lo mantenía sometido por las fuerzas de las armas y así, a través de tributos, tasas e impuestos, conseguía concentrar la riqueza del pueblo en manos de unos pocos en Roma. La sociedad se caracterizaba por el ejercicio represivo y abusivo del poder. Jesús tiene una propuesta diferente. Dice: “No debe ser así entre vosotros. Quien quiera ser grande entre vosotros sea vuestro servidor” (Mc 10,43).

Jesús enseña a vivir contra los privilegios y las rivalidades. Subvierte el sistema e insiste en el servicio, remedio contra la ambición personal. En definitiva, presenta un testimonio de la propia vida: “El Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar la vida por muchos “ (Mc 10,45).

— La confesión de fe de Pedro y Bartimeo

La curación de Bartimeo (Mc 10,,46-52) aclara un aspecto muy importante de la larga instrucción de Jesús a sus discípulos. Bartimeo había invocado a Jesús con el título mesiánico de “Hijo de David” (Mc 10,47). A Jesús este título no le agradaba (Mc 12,35-37). Pero aunque ha invocado a Jesús con una expresión no correcta, Bartimeo tiene fe y es curado. Lo contrario de Pedro, cree más en Jesús que en las ideas que tiene sobre Jesús. Cambia su idea, se convierte, deja todo y sigue a Jesús por el camino hasta el Calvario (Mc 10,52).

La comprensión completa del seguimiento de Cristo no se obtiene con la instrucción teórica, sino con el compromiso práctico, caminando con Él por el camino del servicio desde Galilea a Jerusalén. Quien insista en tener la idea de Pedro, o sea, la del Mesías glorioso sin la cruz, no entenderá a Jesús y no llegará a asumir jamás la actitud del verdadero discípulo. Quien quiere creer en Jesús y hacer “don de sí” (Mc 8,35), aceptar “ser el último” (Mc 9,35), “beber el cáliz y llevar la cruz” (Mc 10,38), éste , como Bartimeo, aun sin tener las ideas totalmente correctas, obtendrá el poder de “seguir a Jesús por el camino” (Mc 10,52). En esta certeza de poder caminar con Jesús se encuentra la fuente del coraje y la semilla de la victoria sobre la cruz.

Fuente: ocarm.org

sábado, 24 de octubre de 2015

DOMINGO DE LA 30 SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Año B, por José Antonio Pagola (2015)

Jeremías 31,7-9 
Salmo 125: El Señor ha estado grande 
con nosotros, y estamos alegres
Hebreos 5,1-6 
Marcos 10,46-52

Jeremías 31,7-9 

Así dice el Señor: «Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel. Mirad que yo os traeré del país del norte, os congregaré de los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán. Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito.»

Salmo 125: El Señor ha estado grande 
con nosotros, y estamos alegres

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.
R. El Señor ha estado grande 
con nosotros, y estamos alegres

Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos.»
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.
R. El Señor ha estado grande 
con nosotros, y estamos alegres

Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.
R. El Señor ha estado grande 
con nosotros, y estamos alegres

Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.
R. El Señor ha estado grande 
con nosotros, y estamos alegres

Hebreos 5,1-6

Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. A causa de ellas, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo. Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama, como en el caso de Aarón. Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino aquel que le dijo: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy», o, como dice otro pasaje de la Escritura: «Tú eres sacerdote eterno, se gún el rito de Melquisedec.»

Marcos 10,46-52

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
— Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:
— Hijo de David, ten compasión de mí.
Jesús se detuvo y dijo:
— Llamadlo.
Llamaron al ciego, diciéndole:
— Ánimo, levántate, que te llama.
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo:
— ¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó:
— Maestro, que pueda ver.
Jesús le dijo:
— Anda, tu fe te ha curado.
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

— Curarnos de la ceguera, 
por José Antonio Pagola (2015)

¿Qué podemos hacer cuando la fe se va apagando en nuestro corazón? ¿Es posible reaccionar? ¿Podemos salir de la indiferencia? Marcos narra la curación del ciego Bartimeo para animar a sus lectores a vivir un proceso que pueda cambiar sus vidas.

No es difícil reconocernos en la figura de Bartimeo. Vivimos a veces como «ciegos», sin ojos para mirar la vida como la miraba Jesús. «Sentados», instalados en una religión convencional, sin fuerza para seguir sus pasos. Descaminados, «al borde del camino» que lleva Jesús, sin tenerle como guía de nuestras comunidades cristianas.

¿Qué podemos hacer? A pesar de su ceguera, Bartimeo «se entera» de que, por su vida, está pasando Jesús. No puede dejar escapar la ocasión y comienza a gritar una y otra vez: «ten compasión de mí». Esto es siempre lo primero: abrirse a cualquier llamada o experiencia que nos invita a curar nuestra vida.

El ciego no sabe recitar oraciones hechas por otros. Solo sabe gritar y pedir compasión porque se siente mal. Este grito humilde y sincero, repetido desde el fondo del corazón, puede ser para nosotros el comienzo de una vida nueva. Jesús no pasará de largo.

El ciego sigue en el suelo, lejos de Jesús, pero escucha atentamente lo que le dicen sus enviados: «¡Ánimo! Levántate. Te está llamando». Primero, se deja animar abriendo un pequeño resquicio a la esperanza. Luego, escucha la llamada a levantarse y reaccionar. Por último, ya no se siente solo: Jesús lo está llamando. Esto lo cambia todo.

Bartimeo da tres pasos que van a cambiar su vida. «Arroja el manto» porque le estorba para encontrarse con Jesús. Luego, aunque todavía se mueve entre tinieblas, «da un salto» decidido. De esta manera «se acerca» a Jesús. Es lo que necesitamos muchos de nosotros: liberarnos de ataduras que ahogan nuestra fe; tomar, por fin, una decisión sin dejarla para más tarde; y ponernos ante Jesús con confianza sencilla y nueva.

Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, el ciego no duda. Sabe muy bien lo que necesita: «Maestro, que pueda ver». Es lo más importante. Cuando uno comienza a ver las cosas de manera nueva, su vida se transforma. Cuando una comunidad recibe luz de Jesús, se convierte.

DOMINGO DE LA 30 SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Año B, por José Antonio Pagola

Jeremías 31,7-9 
Salmo 125: El Señor ha estado grande 
con nosotros, y estamos alegres
Hebreos 5,1-6 
Marcos 10,46-52

Jeremías 31,7-9 

Así dice el Señor: «Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel. Mirad que yo os traeré del país del norte, os congregaré de los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán. Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito.»

Salmo 125: El Señor ha estado grande 
con nosotros, y estamos alegres

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.
R. El Señor ha estado grande 
con nosotros, y estamos alegres

Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos.»
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.
R. El Señor ha estado grande 
con nosotros, y estamos alegres

Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.
R. El Señor ha estado grande 
con nosotros, y estamos alegres

Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.
R. El Señor ha estado grande 
con nosotros, y estamos alegres

Hebreos 5,1-6

Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. A causa de ellas, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo. Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama, como en el caso de Aarón. Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino aquel que le dijo: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy», o, como dice otro pasaje de la Escritura: «Tú eres sacerdote eterno, se gún el rito de Melquisedec.»

Marcos 10,46-52

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
— Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:
— Hijo de David, ten compasión de mí.
Jesús se detuvo y dijo:
— Llamadlo.
Llamaron al ciego, diciéndole:
— Ánimo, levántate, que te llama.
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo:
— ¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó:
— Maestro, que pueda ver.
Jesús le dijo:
— Anda, tu fe te ha curado.
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

— Comentario de José Antonio Pagola

La curación del ciego Bartimeo está narrada por Marcos para urgir a las comunidades cristianas a salir de su ceguera y mediocridad. Solo así seguirán a Jesús por el camino del Evangelio. El relato es de una sorprendente actualidad para la Iglesia de nuestros días.

Bartimeo es "un mendigo ciego sentado al borde del camino". En su vida siempre es de noche. Ha oído hablar de Jesús, pero no conoce su rostro. No puede seguirle. Está junto al camino por el que marcha él, pero está fuera. ¿No es esta nuestra situación? ¿Cristianos ciegos, sentados junto al camino, incapaces de seguir a Jesús?

Entre nosotros es de noche. Desconocemos a Jesús. Nos falta luz para seguir su camino. Ignoramos hacia dónde se encamina la Iglesia. No sabemos siquiera qué futuro queremos para ella. Instalados en una religión que no logra convertirnos en seguidores de Jesús, vivimos junto al Evangelio, pero fuera. ¿Qué podemos hacer?

A pesar de su ceguera, Bartimeo capta que Jesús está pasando cerca de él. No duda un instante. Algo le dice que en Jesús está su salvación: "Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí". Este grito repetido con fe va a desencadenar su curación.

Hoy se oyen en la Iglesia quejas y lamentos, críticas, protestas y mutuas descalificaciones. No se escucha la oración humilde y confiada del ciego. Se nos ha olvidado que solo Jesús puede salvar a esta Iglesia. No percibimos su presencia cercana. Solo creemos en nosotros.

El ciego no ve, pero sabe escuchar la voz de Jesús que le llega a través de sus enviados: "Ánimo, levántate, que te llama". Este es el clima que necesitamos crear en la Iglesia. Animarnos mutuamente a reaccionar. No seguir instalados en una religión convencional. Volver a Jesús que nos está llamando. Este es el primer objetivo pastoral.

El ciego reacciona de forma admirable: suelta el manto que le impide levantarse, da un salto en medio de su oscuridad y se acerca a Jesús. De su corazón solo brota una petición: "Maestro, que pueda ver". Si sus ojos se abren, todo cambiará. El relato concluye diciendo que el ciego recobró la vista y "le seguía por el camino".

Esta es la curación que necesitamos hoy los cristianos. El salto cualitativo que puede cambiar a la Iglesia. Si cambia nuestro modo de mirar a Jesús, si leemos su Evangelio con ojos nuevos, si captamos la originalidad de su mensaje y nos apasionamos con su proyecto de un mundo más humano, la fuerza de Jesús nos arrastrará. Nuestras comunidades conocerán la alegría de vivir siguiéndole de cerca.

DOMINGO DE LA 30 SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Año B, por Julio César Rioja, cmf

Jeremías 31,7-9 
Salmo 125: El Señor ha estado grande 
con nosotros, y estamos alegres
Hebreos 5,1-6 
Marcos 10,46-52

Jeremías 31,7-9 

Así dice el Señor: «Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel. Mirad que yo os traeré del país del norte, os congregaré de los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán. Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito.»

Salmo 125: El Señor ha estado grande 
con nosotros, y estamos alegres

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.
R. El Señor ha estado grande 
con nosotros, y estamos alegres

Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos.»
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.
R. El Señor ha estado grande 
con nosotros, y estamos alegres

Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.
R. El Señor ha estado grande 
con nosotros, y estamos alegres

Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.
R. El Señor ha estado grande 
con nosotros, y estamos alegres

Hebreos 5,1-6

Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. A causa de ellas, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo. Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama, como en el caso de Aarón. Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino aquel que le dijo: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy», o, como dice otro pasaje de la Escritura: «Tú eres sacerdote eterno, se gún el rito de Melquisedec.»

Marcos 10,46-52

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
— Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:
— Hijo de David, ten compasión de mí.
Jesús se detuvo y dijo:
— Llamadlo.
Llamaron al ciego, diciéndole:
— Ánimo, levántate, que te llama.
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo:
— ¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó:
— Maestro, que pueda ver.
Jesús le dijo:
— Anda, tu fe te ha curado.
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

— Comentario por Julio César Rioja, cmf

Bartimeo, el hijo de Timeo, tiene nombre para Marcos, aunque es un mendigo ciego que pide al borde del camino. Tiene tu nombre y el mío, que estamos como él, sentados en el camino de la vida, sin saber por dónde seguir, sin ver claro. Todos pasamos por momentos de ceguera, sobre todo del espíritu, se pisotea al hermano, se suprimen sus derechos, se prostituye a la mujer, se ultraja al obrero, se idiotiza a  nuestros hijos… y seguimos sin ver. Escuchamos todos los domingos pasajes del Evangelio que nos hablan de su luz y nos deberían ayudar para saber qué rumbo seguir, o que corregir y no alcanzamos a entender.

El ciego no tiene horizontes, le da lo mismo mirar hacia arriba o hacia abajo, el blanco que el negro, la luz o las tinieblas, no tiene perspectivas, ni cosas claras, inseguro, dependiente, debe ser llevado de la mano, conducido por un perro guía o un bastón. Nosotros en demasiadas ocasiones pertenecemos a este mundo de ciegos, aunque veamos nuevos amaneceres y distingamos los colores. Los que vemos y sin embargo no percibimos estas situaciones vitales de ceguera, ¿no somos más ciegos que el mendigo que sabe de su ceguera y quisiera ver con toda su alma? (Os recomiendo leer el “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago).

A ti y a mí, Jesús nos pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti? Maestro que pueda ver. Anda, tu fe te ha curado”. El ciego ha hecho un último intento, Jesús puede ser su esperanza. Grita insistentemente; un grito que es una confesión de fe: “Hijo de David, ten compasión de mí”. No ve muchas cosas que la gente a su alrededor puede ver, pero ve algo que los demás no han visto. El ciego ve más que los acompañantes de Jesús, que estaban ciegos para ver a Jesús como el Hijo de Dios. Bartimeo reconoce en Jesús al Mesías que todos estaban esperando.

El ciego no abandona (quien no se rinde es escuchado), y Jesús escucha su petición. Los mismos que le regañaban para que se callara, son ahora los que le llaman y animan: “Ánimo, levántate, que te llama. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús”. Todo es simbólico, hay que soltar el manto, dejar cosas atrás sobre todo materiales, dar un salto para pasar del borde del camino, de los márgenes, a la inclusión, es también el salto de la fe. Por eso Jesús le dice: “Anda, tu fe te ha curado”. Una fe que ilumina la propia vida dándola un sentido, que nos hace ver al prójimo como a un hermano y ver la historia como el camino en el que Dios realiza la salvación.

En este encuentro logra no sólo luz para sus ojos, sino también luz para su vida. Siendo consecuente: “Lo seguía por el camino”. Hoy que vivimos tiempos recios ( en palabras de Santa Teresa en su época), hace falta que abramos bien los ojos, para que no nos sentemos allí, a la vera de los caminos, sintiendo cómo pasa la gente, cómo transcurre la historia que camina hacia adelante, mientras nosotros nos quedamos atrás. Es preciso ponerse en marcha, seguirle por el camino. Un  ciego nos muestra cómo debemos pedir, cómo debemos ser discípulos de Jesús. Nosotros también somos mendigos ciegos y debemos pedir constantemente: ¡Señor, que vea!

Podemos terminar recordando un Himno de la Liturgia de las Horas:

“Libra mis ojos de la muerte;
dales la luz que es su destino.
Yo como el ciego del camino,
pido un milagro para verte.

Haz de esta piedra de mis manos
una herramienta constructiva;
cura su fiebre posesiva
y ábrela al bien de mis hermanos.

Que yo comprenda, Señor mío,
al que se queja y retrocede;
que el corazón no se me quede
desentendidamente frío.

Guarda mi fe del enemigo
(¡tantos me dicen que estás muerto…!).
Tú que conoces el desierto,
dame tu mano y ven conmigo”.

Fuente: ciudadredonda.org

Jeremías, el profeta de las lamentaciones (película)


DOMINGO DE LA 30 SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Año B, por Francisco González, S.F.

Jeremías 31,7-9 
Salmo 125: El Señor ha estado grande 
con nosotros, y estamos alegres
Hebreos 5,1-6 
Marcos 10,46-52

Jeremías 31,7-9 

Así dice el Señor: «Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel. Mirad que yo os traeré del país del norte, os congregaré de los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán. Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito.»

Salmo 125: El Señor ha estado grande 
con nosotros, y estamos alegres

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.
R. El Señor ha estado grande 
con nosotros, y estamos alegres

Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos.»
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.
R. El Señor ha estado grande 
con nosotros, y estamos alegres

Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.
R. El Señor ha estado grande 
con nosotros, y estamos alegres

Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.
R. El Señor ha estado grande 
con nosotros, y estamos alegres

Hebreos 5,1-6

Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. A causa de ellas, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo. Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama, como en el caso de Aarón. Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino aquel que le dijo: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy», o, como dice otro pasaje de la Escritura: «Tú eres sacerdote eterno, se gún el rito de Melquisedec.»

Marcos 10,46-52

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí.»
Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo.»
Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?»
El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.»
Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado.» Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Comentario de Mons. Francisco Gonzalez, S.F.

La primera lectura de este domingo está tomada del profeta Jeremías, y más concretamente, de una unidad literaria (cap. 30-31) conocida como “el libro de la consolación de Jeremías”. Basta con leer este corto pasaje para darnos cuenta de lo acertado del título. Aquí el profeta nos trae como una especie de “evangelio” o sea “una buena noticia”, y esta noticia no es otra cosa que un mensaje de salvación: Dios, de quien viene la salvación, va a llenar a su pueblo de consuelo, los va a llevar por caminos donde encontrarán torrentes de agua para calmar su sed, y esos caminos serán llanos para que puedan evitar los tropiezos. Al mismo tiempo, Dios será padre para todos ellos.

El Señor tiene detalles muy característicos de su amor por el pueblo elegido, tanto es así que hasta los que tienen dificultades para caminar, como son los cojos, ciegos, las que están encinta y las que acaban de dar a luz, también volverán, porque Dios se cuida de todos, especialmente, de los más necesitados.

¿Qué hago yo para ayudar, para facilitar la vuelta al Padre, a tanta gente que se ha alejado de la Casa Paterna? ¿Soy ayuda o impedimento?

En el evangelio leemos el episodio del ciego Bartimeo. El ciego, especialmente en aquella época, es un ser indefenso, depende en todo de los demás, y recibe de ellos ayuda, y en ocasiones, la burla y el rechazo. Bartimeo está “al borde del camino”, no es parte del grupo que camina y se mueve, o sea, está fuera de la comunidad sufriendo una soledad permanente, y por ser invidente, no tiene movimiento libre y propio, está viviendo una especie de muerte, está sufriendo un destierro.

El evangelista coloca este hecho de Bartimeo, inmediatamente antes de llegar Jesús a Jerusalén. Jesús durante este viaje de subida a la Ciudad Santa, lo ha empleado para instruir a sus discípulos, los cuales siguen un tanto ciegos porque no han entendido el mensaje liberador de Cristo. Ellos están en otra onda, y sufren de una ceguera verdaderamente paralizante. Todavía están “al borde del camino” y todavía tardarán a imitar al ciego Bartimeo quien al oír que Jesús pasaba por el camino: soltó el manto (léase seguridad), dio un salto (se arriesga), para acercarse a Jesús. El ciego deja todo porque tiene una fe profunda en el Hijo de David.

Una vez más vemos como Dios es el gran consolador. Jesús es la luz, en Jesús está la sanación, de Jesús nos viene la liberación y la salvación. Jesús hizo “la verdadera opción preferencial por los pobres” en su más amplio sentido. Jesús se solidariza tanto con el necesitado, con el rechazado, con el oprimido, con el inmigrante que se hace uno de ellos. Se solidariza incluso con el pecador, pues aunque el pecado no lo tocó nunca, carga con los pecados de todos, hasta el punto de sentirse abandonado por el Padre.

Cristo, Sumo Sacerdote, ofrece su gran sacrificio por toda la humanidad, por una humanidad que se ha creído autosuficiente, sin necesidad de Dios, y de ahí su impotencia para dar sentido a la vida, de ahí que busca con desesperación la felicidad, la vida, la libertad en cosas que no se la pueden dar de una forma satisfactoria y definitiva pues el ser humano nunca queda satisfecho, como decía San Agustín, hasta que no descansa en Dios.

El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres. (Sal. 125)

SABADO DE LA 29 SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Año I (Lecturas)

Romanos 8,1-11
Salmo 23: Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor
Lucas 13,1-9

Romanos 8,1-11

Hermanos: Ahora no pesa condena alguna sobre los que están unidos a Cristo Jesús, pues, por la unión con Cristo Jesús, la ley del Espíritu de vida me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Lo que no pudo hacer la Ley, reducida a la impotencia por la carne, lo ha hecho Dios: envió a su Hijo encarnado en una carne pecadora como la nuestra, haciéndolo víctima por el pecado, y en su carne condenó el pecado. Así, la justicia que proponía la Ley puede realizarse en nosotros, que ya no procedemos dirigidos por la carne, sino por el Espíritu. Porque los que se dejan dirigir por la carne tienden a lo carnal; en cambio, los que se dejan dirigir por el Espíritu tienden a lo espiritual. Nuestra carne tiende a la muerte; el Espíritu, a la vida y a la paz. Porque la tendencia de la carne es rebelarse contra Dios; no sólo no se somete a la ley de Dios, ni siquiera lo puede. Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia obtenida. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.

Salmo 23: Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
R. Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor

¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes / y puro corazón,
que no confía en los ídolos.
R. Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor

Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
R. Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor

Lucas 13,1-9

En aquella ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: "¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera."Y les dijo esta parábola: "Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: "Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?" Pero el viñador contestó: "Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas.""

jueves, 22 de octubre de 2015

22 de octubre: San Juan Pablo II, por Isabel Orellana Vilches



Karol Józef Wojtyla, aclamado pontífice Juan Pablo II, conmovió al mundo durante casi tres décadas del siglo XX. Sus gestos de bondad, la capacidad para llegar al corazón de creyentes y no creyentes, sus dotes de comunicador, los incesantes viajes apostólicos en los que no cesó de transmitir el amor de Dios, como hizo con su ingente obra, sedujeron a millones de jóvenes y adultos. El dolor humano, con su carácter de esencial ofrenda a Cristo, ha tenido en él uno de sus insignes valedores. Al ver los estragos del sufrimiento en su persona, todo el planeta pudo constatar la grandeza del mismo cuando se asume como él lo hizo. Así coronó su vida de entrega entrado el siglo XXI, siendo faro para todos los que sufren

Nació en Wadowice, Cracovia, Polonia, el 18 de mayo de 1920. Fue el menor de tres hermanos, aunque Olga apenas sobrevivió. Perdió a su madre a los 9 años y poco después a Edmund, el primogénito, un médico que se contagió en el ejercicio de su profesión. Sus padres dejaron en Karol fuertemente arraigada la semilla de la fe católica. Brillante en sus estudios, con una mente privilegiada, cursó filosofía en la universidad Jagellónica de Cracovia. Al mismo tiempo se vinculó a un círculo teatral. En esa época obtuvo varios galardones como jugador de ajedrez. En 1939, durante la invasión nazi, fue peón en una cantera y obrero en una fábrica química. Era un líder nato, joven atractivo, de carismática personalidad y singular magnetismo para atraer a la gente. Gozaba del respeto y admiración de sus compañeros, católicos idealistas y entusiastas, que conformaron el grupo Unia y que defendían a los más débiles. En 1941, en plena ocupación alemana, falleció su padre, oficial del ejército polaco.

La Gestapo iba tras él, y se recluyó en una buhardilla. Un sastre le dio a conocer a san Juan de la Cruz y se entusiasmó. En esa época se sintió llamado al sacerdocio. Tuvo que formarse en el seminario clandestino de Cracovia hasta que el arzobispo, cardenal Stefan Sapieha, acogió al grupo de aspirantes en su palacio. Ordenado sacerdote en noviembre de 1946, él lo envió a Roma. Estudió en el Angellicum doctorándose en teología con una tesis sobre su estimado santo y reformador carmelita español.

En Polonia fue vicario parroquial, capellán universitario y profesor de teología moral y de ética en el seminario y en las universidades Jagellónica y de Lublin; era afín al pensamiento de Scheler, sobre el que hizo su tesis. En 1958 Pío XII lo designó obispo auxiliar de Cracovia. En 1962 participó en el Concilio Vaticano II, donde sus intervenciones sobre el ateísmo y la libertad religiosa no pasaron desapercibidas. Pablo VI lo nombró cardenal en 1967. Al fallecer Juan Pablo I, tras su fugaz asunción de la Cátedra de Pedro, fue elegido para sucederle; tomó el nombre de este antecesor.

A partir de entonces este polaco inició un pontificado excepcional. Enamorado de la Eucaristía y devoto de María, supo llegar al corazón de todos con independencia de razas, credos, edades, profesiones... Fue un atleta de Cristo, sacerdote y obispo ejemplar, un gran Pastor. También filósofo y teólogo destacado, defensor de la moral y de los derechos humanos, de la cultura de la vida, amante de la paz y de la justicia, papa de los jóvenes y de las familias, adalid de los derechos del no nacido, de los ancianos y de los enfermos. Apóstol de la reconciliación que supo aglutinar a credos diversos en Asís abriendo una vía ecuménica del diálogo interreligioso de un valor incalculable. El papa viajero que recorrió el mundo una y otra vez abrazando y bendiciendo a todos. En su pontificado se registró la caída de la cortina de hierro y el desmoronamiento del imperio soviético, lo que es atribuido por muchos estudiosos a la presencia de un papa del este europeo.

El gravísimo atentado sufrido en mayo de 1981, poco a poco fue minando su salud. Perdonó al agresor y siguió viviendo alumbrado por Cristo y por María, que lo rescató de una muerte prematura, pudiendo ejercitar de manera heroica su responsabilidad. Afrontó magistralmente numerosos problemas y dificultades que se le presentaron. Fue un hombre de oración que mostró siempre una imponente fortaleza ante las adversidades. Los últimos años de su vida no ocultó al mundo su deterioro físico; se mantuvo al frente de la sede de Pedro dando ejemplo de su inalterable fidelidad a Cristo y a la Iglesia.

Catorce encíclicas, once constituciones apostólicas y 1060 audiencias públicas celebradas dan prueba del alcance de su entrega y ardor apostólico. En uno de sus mensajes recordó: «La vocación del cristiano es la santidad, en todo momento de la vida. En la primavera de la juventud, en la plenitud del verano de la edad madura, y después también en el otoño y en el invierno de la vejez, y por último, en la hora de la muerte». Él lo cumplió con creces. Si se pudiera hablar en términos numéricos sería uno de los pocos pontífices que ostentó uno de los records más altos. Y no solo por los casi veintisiete años de duración de su pontificado, el tercero más largo de la historia. También por la muchedumbre que le siguió en directo y en diferido multiplicando sus palabras y gestos gracias a los diversos medios de comunicación. Ellos mostraron el dolor que produjo su muerte acaecida el 2 de abril de 2005, y el impresionante gentío que se dio cita en su duelo.

Hay que dejar atrás los detractores que tuvo y sigue teniendo, que también han perseguido a otros integrantes de la vida santa, como se ha recordado aquí para otras biografías; ahí está la reciente de Teresa de Calcuta. Es inútil que traten de silenciar con absurdo griterío el eco de las obras de los grandes hijos de Dios. Él es su valedor; no se le puede acallar. Habla a través de los santos aunque pasen los siglos. La realidad es que por sus muchas virtudes Juan Pablo II fue beatificado por Benedicto XVI el 1 de mayo de 2011, y Francisco lo canonizó el 27 de abril de 2014, fiesta de la Divina Misericordia que este gran polaco instituyó.

Fuente: zenit.org

miércoles, 21 de octubre de 2015

Vocación al matrimonio, tan "digna e importante" como al sacerdocio


Nuestro sacerdocio bautismal


Jesús y su familia en los evangelios: "El modelo de Jesús es la alternativa a la familia patriarcal", por Evaristo Villar

En la cultura y espiritualidad cristina domina, en general, el monolitismo referente a la familia. Se habla de la "familia cristiana" como institución que prolonga la familia modélica de Jesús. Pero, a la luz de los evangelios, ¿fue tan modélica la familia de Jesús?

1. El conflicto en la familia de Jesús

Entre la extrañeza por las obras que hace y el poco aprecio de sus paisanos por la humildad de su origen, los tres evangelios sinópticos dejan constancia de la familia de Jesús:

"¿No es este el carpintero [Mt 13,55 dice "el hijo del carpintero, y Lc 4, 22, del "hijo de José"], el hijo de María y hermano de Santiago y José, de Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas con nosotros", Mc 6,3?1

Como atestigua Lucas en el libro de los Hechos 1,14, parte de esta familia se encuentra en la naciente Iglesia después de la pascua. Santiago, a quien se conoce como "hermano del Señor" (Gal 1,9), presidió la Iglesia madre de Jerusalén (Hch 15,13), y, junto a Pedro y Juan, "dio la mano" a Pablo y Bernabé cuando tuvieron que acudir a Jerusalén para dar cuenta de su predicación entre los gentiles (Gal 2,9). Este dato se mantiene también durante el s. II en la tradición extracanónica.

Pero, contrariamente a esta aparente "armonía familiar", los evangelios sinópticos, más pegados al tiempo real de Jesús, dan algunas noticias sobre el comportamiento de la familia de Jesús antes de la pascua. Y no son precisamente apologéticas. Reflejan grandes tensiones entre Jesús y sus familiares. Una relación nada armónica que va desde el escepticismo que refleja el evangelio de Juan ("es que ni siquiera sus hermanos creían en él", Jn 7,5) hasta el conflicto, como veremos a continuación. El modo extraño de comportarse Jesús acaba rompiendo la armonía de la familia que llega a pensar que padece "trastorno mental".

La escena que cuenta Marcos 3,21-31, seguido de Mateo y de Lucas, es paradigmática. Jesús está en casa de Pedro y una multitud, descontenta con el sistema ("no podían ni comer") se apiña a su entorno. Pero "al enterarse los suyos se pusieron en camino para echarle mano, pues decían que había perdido el juicio... Llegó su madre con sus hermanos y, quedándose fuera, lo mandaron llamar".

La fama de la familia, en especial de María, su madre, está en entredicho. "El hijo sensato, como rezaba el refrán popular, es alegría del padre, pero el hijo necio es pena para la madre" (Prov 10,1). En una sociedad agraria como aquella, el reconocimiento de la madre está en el número y valía de hijos varones; pero el fracaso de estos acarrea también el fracaso de la madre. Por esta razón han venido su madre y sus hermanos para retornarlo a la cordura familiar.

Entre la multitud, sentada en semicírculos a los pies de Jesús, alguien le pasa el aviso: "Tu madre y tus hermanos te buscan ahí fuera". Ni siquiera entran para no hacerse cómplices de sus extravíos. Sin inmutarse, Jesús reacciona con una pregunta: "¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?" A nadie, y menos a su madre, le podía dejar buen estómago esta respuesta. Si no fuera por la aclaración que, después de observar la reacción del auditorio, él mismo hace, cabría pensar en una grave desconsideración con su familia y hasta de una humillación pública de su madre. Pero no parece ser esa la intención de Jesús. En su respuesta deja claro que lo que más profundamente vincula a los seres humanos no es el origen, sino la participación en el mismo proyecto. "Mi madre y mis hermanos, dice, son quienes se ponen en camino para hacer lo que Dios anhela". La participación en el Reino de Dios, viene a decir, no se funda tanto en la sangre o la carne, representada allí por su madre, cuanto en el proyecto de fraternidad que constituye a la gente por igual en hermanos y hermanas.

Reforzando esta escena emblemática de la casa de Pedro -pero ahora sin la presencia de los familiares directos- está esta otra que narra exclusivamente Lucas 11, 27-28. Para todo el mundo es notorio que el establishment judío no soporta de buen grado la transformación física y mental de la gente que sigue y oye los discursos de Jesús. El poder oficial le acusa de magia por la terapia que practica y le exige señales del cielo para acreditar el origen divino de sus poderes. En estas, una mujer que lo viene siguiendo y conoce perfectamente la esperanza que infunde en las masas, grita mirando a Jesús y contra la ceguera de los dirigentes: "Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron". Jesús no la desmiente, pero aclara en seguida que la dicha, aun de esa madre afortunada, no está tanto en la vinculación natural con él, sino en la fidelidad de ambos al proyecto global de Dios: "Dichosos, mejor, los que escuchan el mensaje de Dios y lo cumplen".

Mantener estos datos conflictivos, contra la tendencia de esa primera época cristiana a convertir a Jesús en leyenda y objeto de culto es, a juicio de Gerd Theissen, profesor de Nuevo testamento en Heidelberg, un buen indicio de su historicidad.

2. Apuntando directamente a las causas

El extraño comportamiento de Jesús con su madre y sus hermanos apunta directamente a las causas: su modelo de familia, como luego veremos, no coincide con el que ellos representan. El de Jesús es justamente la alternativa a la familia patriarcal. Frente a la dependencia y sumisión de la primera, Jesús apuesta abiertamente por la autonomía y la igualdad en las funciones y en los sexos. Veamos algunos ejemplos paradigmáticos:

— El referente a la paz y la espada (Lc 12:51-53)

"¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? Os digo que paz no, sino división. Porque, de ahora en adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; se dividirá padre contra hijo e hijo contra padre, madre contra hija e hija contra madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra".

La decisión a favor o en contra de Jesús está causando, en las comunidades de Lucas, una división profunda en el seno de las familias. No hay paz, sino guerra porque, en el fondo, se están enfrentando dos proyectos alternativos, el de la verticalidad patriarcal y el de horizontalidad del proyecto de Jesús. Y todo esto se manifiesta tanto en el conflicto generacional que enfrenta a los hijos con los padres como en el conflicto de género que rompe la dependencia de las mujeres frente a los varones.

— Odiar a la propia familia (Lc 14, 26)

La expresión, para nuestra sensibilidad, resulta hiriente. No nos está permitido odiar a nadie y menos a la propia familia. Tampoco, así como suena, encaja bien en el pensamiento real de Jesús. Este aparece más certeramente expresado en este dicho a propósito de los enemigos: "Os han enseñado que se mandó: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos" (Mt 5, 43).

Los paralelismos con otros lugares del Antiguo y Nuevo Testamento han inclinado a los exégetas a traducir el verbo griego "miseo" (odiar) por "amar menos" o "amar más" (como en Mt 10,37). Las nuevas Biblias castellanas entienden adecuadamente la opción alternativa por el seguimiento de Jesús al traducir este semitismo por "preferir": "Si uno quiere ser de los míos y no me prefiere a su padre y a su madre...".

Superado este semitismo, estamos, como en el dicho anterior sobre la paz y la espada, ante la doble ruptura generacional y de género. Ante el peligro de convertir la familia en gueto privilegiado y clasista, excluyente de los extraños y frecuente foco de egoísmo colectivo y posesivo, Jesús ofrece un proyecto de familia abierta, levantada sobre la gratuidad y la universalidad

— El divorcio o la igualdad del hombre y la mujer (Mc 10,11; Mt 19,8; Lc 16,18)

Los tres evangelios sinópticos reflejan este dicho de Jesús. Pero, mientras Marcos lo acomoda a la mentalidad grecorromana, más liberal, Lucas se mantiene más pegado a la tradición androcéntrica judía: "Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con una repudiada comete adulterio".

Jesús no se opone a la legislación judía que convierte al divorcio en privilegio del varón. En este contexto jurídico, contra el que Jesús reacciona, se rompe el proyecto ideal del Génesis 2, 24 que apunta a la constitución, desde el amor, de un solo ser sin sometimientos ni dominios en la pareja. La ley judía está siendo injusta porque deshumaniza a la mujer y a toda la familia sometiéndolos al dominio del patriarca. El conflicto, una vez más, surge entre la igualdad que propugna el Reino y el sometimiento que vige en la familia patriarcal, reflejo, a su vez, del dominio de la clase dominante sobre el pueblo.

3. La alternativa de Jesús o la familia Dei

El tipo de familia que propone Jesús es en definitiva una respuesta crítica y, a la vez, una propuesta alternativa al modelo patriarcal vigente. Surge como reacción espontánea a la provocación ética que está generando la realidad sociopolítica y religiosa de la Galilea de su tiempo. Una realidad impuesta desde el poder que está dejando fuera de las instituciones oficiales a mucha gente. No podía ser nunca bueno un sistema que ignora y excluye a la mayoría social. Y la familia androcéntrica y patriarcal, que reproduce en el espacio doméstico este mismo desajuste social, es, por este motivo, rechazable.

La alternativa de Jesús apuesta por una forma de articulación social que, invirtiendo el (des)orden establecido por las instituciones oficiales del imperio y del templo, comienza desde abajo, desde las víctimas que estas mismas instituciones están creando. Su propuesta o tipo de familia que Jesús propone y pone él mismo en marcha se concentra en lo que él mismo consideraba la familia Dei.

En esquema, se reduce a las dos claves siguientes:

Frente a la familia patriarcal fundada sobre la propiedad de los bienes y de las personas que se convierte en un sistema cerrado, excluyente y posesivo, el nuevo proyecto se levanta sobre la sociabilidad y la gratuidad de los bienes y las personas, abierto a la inclusión y la universalidad. Y frente a la verticalidad que se impone desde arriba y reproduce el viejo (des)orden de autarquía y sumisión, Jesús propone un nuevo tipo desde abajo que se levanta desde la autonomía e igualdad de todos los miembros. Al poder monárquico y absoluto de la figura del padre que todo lo somete y domina se opone la toma de conciencia de la igual dignidad desde la que todas y todos son hermanos: "Vosotros, en cambio, no llaméis a nadie "padre" vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro "Padre": el del cielo" (Mt 23, 9).

De entre la multitud de gente que lo seguía, algunas personas se comprometen con el nuevo modelo. Provienen des distintas situaciones. Un colectivo amplio lo constituyen los que nada tienen, víctimas del sistema; otros lo hacen por vocación.

El primer grupo lo constituyen los que Holl calificó de "malas compañías", es decir, los pobres y mendigos, los sin hogar y sin tierra, desarraigados y siempre en camino. Entre los segundos se cuentan los que, por opción, han dejado casa, hacienda o familia. Unos y otros van creando en torno a Jesús círculos de pertenencia de forma espontánea, desde los "meros oidores de su palabra" y los discípulos y discípulas que lo siguen de forma itinerante entre las aldeas hasta los mismos labradores que ponen su casa y sus bienes a disposición de lo que anuncia un nuevo estilo de vida, el del Reino de Dios.

4. Una reflexión final

Pretender trasladar la realidad de hoy al evangelio y querer descubrir en él la presencia explícita de todos y cada uno de los tipos de convivencia que hoy se dan, es, quizás, demasiado artificial. Pero tampoco sería correcto dejar tanta vida fuera del evangelio.

Hay, a mi modo de ver, dos instancias desde las que todos estos tipos de familia entran por la puerta grande en la nueva Familia de Jesús o Familia Dei: desde la situación de exclusión, rechazo y marginación de la que-si no jurídicamente en algunos países- están siendo objeto sociopolítica y religioso-culturalmente en la "buena sociedad" y en las viejas iglesias. Son ellos hoy aquellas "malas compañías" de las que quiso rodearse Jesús en su día. Esto en primer lugar. Y, luego, desde el principio del amor, omnipresente en todos los rincones de los evangelios. También hoy se puede oír la propuesta de Jesús: "Amadlos como yo los he amado".

Fuente: religiondigital.com