sábado, 30 de enero de 2016

Lucas 4,16-30: Comentario de texto, por la Orden Carmelitana

Lucas 4,16-30

En aquel tiempo fue Jesús a Nazaret, donde se había criado; entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desarrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor". Y, enrollando el libro, lo devolvió al que lo ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír". Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: "¿No es éste el hijo de José?" Y les dijo: "Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí, en tu tierra, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm". Y añadió: "Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio". Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

 — Clave de lectura:

La liturgia de este domingo nos pone delante el conflicto surgido entre Jesús y la gente de Nazaret.

Sucedió un sábado, durante la celebración de la Palabra en la sala de la comunidad, tras la lectura que Jesús hizo de un texto del profeta Isaías. Jesús cita al profeta Isaías para presentar su plan de acción e, inmediatamente, añade un brevísimo comentario.

En un primer momento, todos quedaron admirados y contentos. Pero, cuando se dieron cuenta del alcance y del significado del programa de Jesús respecto a sus vidas, se rebelan y quieren matarlo.

Conflictos de este tipo se dan, incluso, hoy. Aceptamos al otro en la medida en que se comporta de acuerdo con nuestras ideas, pero, cuando el otro decide admitir en comunidad a personas que nosotros excluimos, surge el conflicto. Es lo que sucedió en Nazaret.

El Evangelio de este domingo comienza en el versículo 21, con un breve comentario de Jesús. Nos tomamos la libertad de incluir en el comentario los versículos precedentes, del 16 al 20. Esto nos permite tomar conciencia del texto de Isaías citado por Jesús y entender mejor el conflicto. Durante el curso de la lectura es bueno tener en cuenta dos cosas: “¿De qué modo actualiza Jesús el texto de Isaías? ¿Qué reacción produce entre la gente esta actualización del texto?”

— Una división del texto para ayudar en la lectura del mismo:

Lucas 4,16: Jesús llega a Nazaret y participa en la reunión de la comunidad
Lucas 4,17-19: Jesús hace la lectura del Profeta Isaías
Lucas 4,20-21: Ante un público atento, Jesús une la Biblia con la vida de la gente
Lucas 4,22: Reacción contradictoria del público
Lucas 4,23-24: Jesús critica la reacción de la gente
Lucas 4,25-27: Iluminación bíblica por parte de Jesús, citando a Elías y a Eliseo
Lucas 4,28-30: Reacción de la gente que quiere matar a Jesús

— Contexto de entonces para situar el texto:

En el antiguo Israel, la gran familia, o clan, o la comunidad, era la base de la convivencia social. La protección de la familia y de las personas era la garantía para poseer la tierra, el vehículo principal de la tradición y la defensa de la identidad de la gente. Era un modo concreto de encarnar el amor de Dios en el amor del prójimo. Defender el clan, la comunidad, era lo mismo que defender la Alianza con Dios.

En tiempo de Jesús, una doble esclavitud marcaba la vida de la gente y estaba contribuyendo a la desintegración del clan, de la comunidad:

(i) la esclavitud de la política del gobierno de Herodes Antipa (4 aC a 39 dC)
(ii) la esclavitud de la religión oficial

A causa del sistema de explotación y de represión de la política de Herodes Antipa, apoyada por el Imperio Romano, muchas personas no tenían morada fija, excluidas del resto y sin trabajo (Lc 14,21; Mt 20,3.5-6).

El clan, la comunidad, estaba debilitada por ello. Las familias y las personas estaban sin ayuda, sin defensa. La religión oficial, mantenida por las autoridades religiosas de la época, en vez de reforzar la comunidad, de modo que pudiera acoger a los excluidos, aumentaba aún más esta esclavitud.

La Ley de Dios se usaba para legitimar la exclusión y la marginación de muchas personas: mujeres, niños, samaritanos, extranjeros, leprosos, poseídos por el demonio, publícanos, enfermos, mutilados, parapléjicos. ¡Todo esto era lo contrario de la fraternidad que Dios soñó para todos! Así, ya fuera por la situación política y económica, como incluso por la ideología religiosa, todo conspiraba para debilitar la comunidad local e impedir la manifestación del Reino de Dios.

Jesús reacciona ante esta situación de su pueblo y presenta un programa para cambiar la situación. La experiencia que Jesús posee de Dios como Padre de amor, le da la posibilidad de valorar y de percibir lo que estaba equivocado en la vida de su pueblo.

—  Comentario del texto:

Lucas 4,16: Jesús participa en la reunión de la comunidad 

Impulsado por el Espíritu Santo, Jesús fue hasta Galilea y comienza a anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios (Lc 4,14). Andando por los pueblos y enseñando en las sinagogas, llega a Nazaret. Vuelve a la comunidad en la que, de pequeño, había participado durante treinta años en las reuniones semanales. El sábado siguiente a su llegada, según la costumbre, Jesús fue a la sinagoga para participar en la celebración y se levanta para leer.

Lucas 4,17-19: Jesús lee un pasaje del Profeta Isaías 

En aquel tiempo eran dos las lecturas en las celebraciones del sábado. La primera se tomaba de la Ley de Dios, del Pentateuco, y era fija. La segunda se tomaba de los libros históricos o profetas, y era elegida por el lector. El lector podía elegir.

Jesús eligió el texto del profeta Isaías que presenta un resumen de la misión del Siervo de Dios, y que reflejaba la situación del pueblo de Galilea en tiempo de Jesús. En nombre de Dios, Jesús toma posición para defender la vida de su pueblo, asume como suya la misión del Siervo de Dios, y usando las palabras de Isaías, declara, delante de todos: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar año de gracia del Señor” (Is 61,1-2).

Tomando de nuevo la antigua tradición de los profetas, proclama “un año de gracia del Señor”. Esta última expresión era lo mismo que proclamar un año jubilar. O sea, Jesús invita al pueblo de su ciudad a comenzar de nuevo, a rehacer la historia, desde las raíces (Dt 15,1-11; Lev 25,8-17).

Lucas 4,20-21: Jesús une la Biblia con la vida de la gente 

Terminada la lectura, Jesús devuelve el libro al servidor y se sienta. Jesús no es aún el coordinador de la comunidad, es laico, y como tal, participa en la celebración, como todos los demás.

Había estado ausente de la comunidad durante varias semanas, luego se había unido al movimiento de Juan Bautista y se había hecho bautizar por él en el Jordán (Lc 3,21-22). Además, transcurrió más de cuarenta días en el desierto reflexionando sobre su misión (Lc 4, 1-2).

Aquel sábado, tras su vuelta a la comunidad, Jesús es invitado a leer. Todos están atentos y curiosos: “¿Qué dirá?” El comentario de Jesús es muy breve, más aún, brevísimo. Actualiza el texto, lo une a la vida de la gente, diciendo: “Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy”.

Lucas 4,22: Reacción contradictoria del público 

Por parte de la gente la reacción es doble. En primer lugar, una actitud atenta de admiración y de aclamación. Luego, inmediatamente, una reacción de desconfianza. Dicen: “¿Acaso no es éste el hijo de José?” ¿Por qué están escandalizados? Jesús habla de acoger a los pobres, a los ciegos, a los prisioneros, a los oprimidos. Pero ellos no aceptan su propuesta. Y así, en el mismo momento en que Jesús presenta su proyecto: acoger a los excluidos, ¡él mismo es excluido!

Pero el motivo también es otro. Es importante notar los detalles en las citas que el Evangelio de Lucas hace del Antiguo Testamento. En el segundo domingo de Adviento, al comentar Lucas 3,4-6, Lucas presenta un cita más larga de Isaías para poder mostrar que las apertura a los paganos estaba ya prevista por los profetas.

Aquí sucede algo semejante. Jesús cita el texto de Isaías hasta donde dice: "y proclamar año de gracia del Señor", y corta el resto de la frase, que dice “y un día de venganza de nuestro Dios, para consolar a todos los afligidos" (Is 62,2b).

La gente de Nazaret contesta el hecho de que haya omitido la frase sobre la venganza contra los opresores del pueblo. Ellos querían que el Día de la venida del reino fuese un día de venganza contra los opresores del pueblo. Los afligidos habrían visto así restablecidos sus derechos. Pero en este caso, el advenimiento, la venida del Reino no habría traído una cambio real del sistema injusto.

Jesús no acepta este modo de pensar, no acepta la venganza. Su experiencia de Dios, Padre, le ayudaba mejor a entender el significado exacto de las profecías. Su reacción, contraria a la de la gente de Nazaret, nos hace ver que la antigua imagen de Dios, como juez severo y vengativo, era más fuerte que la Buena Noticia de Dios, Padre amoroso que acoge a los excluidos.

Lucas 4,23-24: Jesús critica la reacción de la gente 

Jesús interpreta la reacción de la gente y la considera una forma de envidia: “Médico, cúrate a ti mismo. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaún, ¡hazlo también aquí en tu patria!”

Jesús era conocido en toda la Galilea (Lc 4,14) y a la gente de Nazaret no le gustaba el hecho de que Jesús, un hijo de su tierra, hiciera cosas buenas en la tierra de los otros y no en su propia tierra. Pero, la reacción tiene una causa más profunda. Incluso si Jesús hubiera hecho las mismas cosas que en Cafarnaún, la gente no habría creído en él. Ellos conocían a Jesús: “¿Quién es éste para enseñarnos? ¿No es el hijo de José?” (Lc 4,22). “¿No es él el carpintero?” (cfr Mc 6,3-4) Marcos añade que Jesús quedó extrañado de la incredulidad de su pueblo (Mc 6,6).

Lucas 4,25-27: Jesús cita a Elías y a Eliseo

Para confirmar que su misión era verdaderamente la de acoger a los excluidos, Jesús se sirve de dos pasajes de la Biblia muy conocidos, la historia de Elías y la de Eliseo. Ambos ponen de relieve la cerrazón mental de la gente de Nazaret, y son una crítica de la misma.

En tiempos de Elías eran muchas las viudas en Israel, pero Elías fue enviado a una vida extranjera de Sarepta (1 Re 17,7-16). En tiempos de Eliseo eran muchos los leprosos en Israel, más Eliseo fue enviado a ocuparse de un extranjero de Siria (2 Re 5,14). De nuevo, he aquí que aparece en todo esto la preocupación de Lucas que desea mostrar que la apertura hacia los paganos viene de Jesús mismo. Jesús tuvo las mismas dificultades que tenían las comunidades en tiempos de Lucas.

Lucas 4,28-30: Reacción de la gente que quiere matar a Jesús

El uso de estos dos pasajes de la Biblia produce entre la gente todavía más rabia. La comunidad de Nazaret llega hasta el punto de querer matar a Jesús. Pero él mantiene la calma. La rabia de los otros no consigue desviarlo de su camino. Lucas indica cómo es difícil superar la mentalidad de privilegio y de cerrazón hacia los otros.

Hoy sucede lo mismo. Muchos de nosotros, católicos, crecemos con la mentalidad que nos impulsa a creer que somos mejores que los otros y que para alcanzar la salvación deben ser como nosotros. Jesús no pensaba así.

DOMINGO DE LA 4 SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo C, por Francisco González, S.F.

Jeremías 1,4-5.17-19
Salmo 70, Mi boca contará tu salvación, Señor
1 Corintios 12,31-13,13
Lucas 4,21-30

Jeremías 1,4-5.17-19

En los días de Josías, recibí esta palabra del Señor: "Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles. Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando. No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos. Mira; yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo. Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte." Oráculo del Señor.

Salmo 70: Mi boca contará tu salvación, Señor

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo derrotado para siempre;
tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído, y sálvame.
R. Mi boca contará tu salvación, Señor

Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú,
Dios mío, líbrame de la mano perversa.
R. Mi boca contará tu salvación, Señor

Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías.
R. Mi boca contará tu salvación, Señor

Mi boca contará tu auxilio,
y todo el día tu salvación.
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas.
R. Mi boca contará tu salvación, Señor

1 Corintios 12,31-13,13

Hermanos: Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional. Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber, podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca. ¿El don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El saber?, se acabará. Porque limitado es nuestro saber y limitada es nuestra profecía; pero, cuando venga lo perfecto, lo limitado se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre acabé con las cosas de niño. Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora limitado; entonces podré conocer como Dios me conoce. En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor.

Lucas 4,21-30

En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír." Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: "¿No es éste el hijo de José?" Y Jesús les dijo: "Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún." Y añadió: "Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, mas que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, mas que Naamán, el sirio." Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

Comentario de Mons. Francisco González, S.F.

La primera lectura nos presenta el llamado del profeta Jeremías. Un extraordinario profeta, pues como todos es elegido por Dios con una misión: “Diles lo que yo te mando”. La lectura de hoy no nos presenta su resistencia al llamado, algo que manifestó inmediatamente después de recibir el mensaje. Dios le exige obediencia, al mismo tiempo que le promete su ayuda pues lo va a convertir “en plaza fuerte, columna de hierro, en muralla de bronce”. El Señor no lo quiere engañar y le anuncia las dificultades, pero también le señala su victoria, porque el Dios que le llama, será el Dios que lo librará de los enemigos.

Un pasaje de antes pero que nos viene como anillo al dedo en nuestros tiempos de evangelización, para cuando nos sintamos sitiados por el enemigo, y dudando de nuestras capacidades, que si nos creemos que esto es solo nuestro, ciertamente que fracasaremos, pero no será así si verdaderamente aceptamos la ayuda “del que nos llamó y prometió estar con nosotros en la misión”.

La segunda lectura de nos viene de Pablo, el apóstol nos recuerda la ética de nuestro comportamiento y el espíritu con que hemos de responder al llamado de Dios: el amor, o como lo denomina el autor de la carta a los Corintios: el camino mejor, ese amor desdoblado en amor a Dios y al prójimo, algo que no se puede separar.

Ya en la tercera lectura, o sea el santo evangelio, continuamos con el pasaje de la semana pasada. Todavía está Jesús en la sinagoga, todavía está hablando, pero lo que dice no es del agrado de todos, la verdad parece que no agradó a nadie, pues aunque quedaron maravillados en un principio de su palabras, resultaron demasiado para los asistentes.

Jesús era uno del pueblo, pueblo de poca monta, donde todos se conocen por nombre, y lo que es más, se creen conocer la vida de cada uno, y por eso parece que en situaciones semejantes hay tantos jueces como habitantes.

Todos conocen a Jesús, conocen su oficio, conocen a su familia, es simplemente uno de ellos, y ahora escuchan de su boca que es “el enviado” de Dios. ¡Hasta ahí, podíamos llegar, dirían algunos! Y en esa línea, como Él mismo indica, quisiera verle hacer esas cosas maravillosas que han oído decir ha hecho en Cafarnaún, y otros lugares.

El Maestro les recuerda que su corazón no está donde debe estar, que no están en la onda de Dios, que solo quieren ver lo extraordinario, en vez de cambiar de vida. Y así cuando les recuerda el hecho de que “ningún profeta es bien recibido en su tierra natal”, y les recuerda el hecho de la viuda de Sarepta y de Naamán el leproso. Ninguno de ellos miembro del pueblo elegido, y sin embargo recibieron el favor de Dios, la primera comida para su sustento y el segundo la sanación de su enfermedad.

Algunos pensaron que ya no se podía escuchar o tolerar tanta desfachatez, y alborotando a toda la congregación, todos a una agarraron a Jesús, lo empujaron fuera del pueblo, con la intención de despeñarlo.

¡Pobres profetas! Nos vienen con la misión que se les ha encomendado de lo Alto, vienen para corregirnos como médico que nos aconseja para conseguir o recuperar la salud, nos anuncian que esa salud/salvación es posible si aceptamos el mensaje, lo cual exige cambio radical, claro está, pero preferimos deshacernos del profeta/médico, despeñarlo por el terraplén, sofocar su palabra y seguir en las nuestras, en nuestro lodo.

A pesar del griterío en Nazaret, de los empujones de unos y otros, de los gritos, insultos y amenazas de los jefecillos, “Jesús se abrió paso entre ellos y se alejó de ellos”, y es que lo mismo que Dios prometió al profeta Jeremías que “estaría con él para librarle”, así lo mismo hizo que Jesús, pues todavía no había llegado la hora, hora que señala Dios y no los hombres.

En muchas de nuestras reuniones solemos reservar un momento para rezar por las vocaciones, y creo que está dando resultados. Se nota un aumento en las vocaciones sacerdotales, diaconado permanente y vida consagrada. Tal vez deberíamos añadir alguna petición por los profetas, que libres de toda atadura proclaman la misión que Dios les ha confiado, aunque en el proceso sean criticados, juzgados, sentenciados y a veces ajusticiados, siendo ellos los que nos anuncian, en imitación de Cristo, quien nos lleva hacia la vida eterna.

Marcos 4,35-41: ¿Cómo es que no tenéis fe?, por la Orden Carmelitana

Marcos 4,35-41

Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: "Vamos a la otra orilla." Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: "Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?" Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: "¡Silencio, cállate!" El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: "¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?" Se quedaron espantados y se decían unos a otros: "¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!"

— Comentario por la Orden Carmelitana

El evangelio de hoy describe la borrasca en el lago y Jesús que duerme en la barca. A veces nuestras comunidades se sienten como un barquito perdido en el mar de la vida, sin mucha esperanza de poder llegar al puerto.

Jesús parece estar durmiendo en nuestra barca, pues no aparece ningún poder divino para salvarnos de las dificultades y de la persecución. En vista de esta situación de desesperación, Marcos recoge diversos episodios que revelan como Jesús está presente en medio de la comunidad.

En las parábolas se revela el misterio del Reino presente en las cosa de la vida (Mc 4,1-34). Ahora comienza a revelar el misterio del Reino presente en el poder que Jesús ejerce a favor de los discípulos, a favor de la gente y, sobretodo, a favor de los excluidos y marginados. Jesús vence el mar, símbolo del caos (Mc 4,35-41). ¡En él actúa un poder creador!

Jesús vence y expulsa al demonio (Mc 5,1-20). En él actúa ¡el poder de la vida! ¡Es el Jesús vencedor! Las comunidades no tienen que temer (Mc 5,21-43). Es éste el motivo del pasaje de la borrasca aplacada que meditamos en el evangelio de hoy.

•  Marcos 4,35-36:  “Vamos para el otro lado”

Fue un día pesado, de mucho trabajo. Terminado el discurso de las parábolas (Mc 4,1-34), Jesús dice: “¡Pasemos a la otra orilla!” Le llevan en la barca, como estaba, la barca de donde había hecho el discurso de las parábolas. De tan cansado que estaba, Jesús se pone a dormir sobre un cabezal.

•  Marcos 4,37-38: “¿No te importa que perezcamos?”

El lago de Galilea está rodeado de montañas. A veces, por entre las hendiduras de las rocas, el viento cae encima del lago y provoca repentinas tempestades. Viento fuerte, mar agitado, ¡barca llena de agua! Los discípulos eran pescadores experimentados. Si piensan que se van a hundir, entonces la situación es ¡realmente peligrosa! Jesús ni siquiera se  despierta, sigue durmiendo. Este sueño profundo no es sólo señal de un gran cansancio. Es también expresión de confianza tranquila que tiene en Dios. El contraste entre la actitud de Jesús y los discípulos ¡es grande!

•  Marcos 4,39-40: “¿Cómo no tenéis fe?” 

Jesús se despierta, no por causa de las olas, sino por causa del grito desesperado de los discípulos. Primero, se dirige al mar y dice: “¡Calla, enmudece!” Y luego el mar se aplaca. Enseguida se dirige a los discípulos y dice: “¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?” La impresión que se tiene es que no es preciso aplacar el mar, pues no había ningún peligro. Es como cuando uno llega a una casa y el perro, al lado del dueño, empieza a ladrar. No hay que tener miedo porque está el dueño que controla la situación.

El episodio de la tempestad calmada evoca el éxodo, cuando la gente, sin miedo, pasaba en medio de las aguas del mar (Ex 14,22). Evoca al profeta Isaías que decía a la gente: “¡Si atraviesas las aguas, yo estaré contigo!” (Is 43,2) Jesús rehace el éxodo y realiza la profecía anunciada por el Salmo 107(106),25-30.

•  Marcos 4,41: “¿Quién es éste hombre?”

Jesús aplaca el mar y dice: “¿Cómo es que no tenéis fe?” Los discípulos no saben qué responder y se preguntan: “¿Quién es éste que hasta el mar y el viento le obedecen?” ¡Jesús parece un extraño para ellos! A pesar de haber estado tanto tiempo con él, no saben bien quién es. ¿Quién es este hombre? Con esta pregunta en la cabeza, las comunidades siguen la lectura del evangelio. Y hasta hoy, es ésta la misma pregunta que nos lleva a continuar la lectura de los Evangelios. Es el deseo de conocer siempre y mejor el significado de Jesús para nuestra vida.

Marcos comienza su evangelio diciendo: “Inicio de la Buena Nueva de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc 1,1). Al final, en la hora de la muerte, un soldado pagano declara: “Verdaderamente, ¡este hombre era Hijo de Dios!” (Mc 15,39) Al comienzo y al final del Evangelio, Jesús es llamado Hijo de Dios. 

Marcos 4,35-41: Nuestra confianza en el Señor, por Fr. Jesús Duque O.P.

Marcos 4,35-41

Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: "Vamos a la otra orilla." Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: "Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?" Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: "¡Silencio, cállate!" El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: "¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?" Se quedaron espantados y se decían unos a otros: "¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!"

— Comentario de Fr. Jesús Duque O.P., Convento de San Jacinto, Sevilla, España.
"Nuestra confianza en el Señor"

¡Qué fuerza tiene en el evangelio el hecho de pasar a la otra orilla, a los lugares donde no han oído hablar de un Dios Padre, a la geografía pagana y extraña!

En el ínterin las fuerzas del mal se encargan de poner palos en las ruedas del carro que anuncia la Buena Noticia de un Padre de todos, amor y Señor. Y se empeñan en hundir la barca; el seguidor de Jesús ve en estos obstáculos dificultades y objeciones para dar toda la confianza a este Maestro que, al parecer, duerme (¿no evoca, acaso, el silencio de Dios?).

Jesús actúa, a su modo, con el poder de Dios que pone orden en el caos y calma en la tormenta, suficientes argumentos para acallar las preguntas de los discípulos preñadas de miedo y desconfianza.

El miedo se opone a la fe como la nostalgia a la esperanza, y no se compadece el que estando Jesús con los suyos, éstos duden de su presencia salvadora. Parece que no basta con estar al lado del Maestro incluso en su corporeidad; la fe nos demanda más confianza, amén de confrontar nuestra vida con la suya y ser cauces de su fuerza salvadora.

A lo mejor esto nos ayuda a leer nuestra historia presente como creyentes y como Pueblo de Dios: que no serán nuestras ideas las que nos den credibilidad en el mundo de hoy, sino nuestra confianza en la fuerza del Señor

Marcos 4,35-41: Sin mí no podéis hacer nada, por Fray Manuel Santos Sánchez, O.P.

Marcos 4,35-41

Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: "Vamos a la otra orilla." Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: "Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?" Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: "¡Silencio, cállate!" El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: "¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?" Se quedaron espantados y se decían unos a otros: "¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!"

— Comentario de Fray Manuel Santos Sánchez, Real Convento de Predicadores, Valencia, España.

A la luz de los XXI siglos de cristianismo, podemos leer mejor el evangelio de hoy. Jesús no ha dejado que su barca con sus seguidores se hunda. Y hay que reconocer que la han azotado tormentas y tsunamis fuertes. Ahí están, como acabamos de decir, nuestros pecados, nuestras incoherencias, nuestras traiciones, puesto que a la de Judas le han seguido bastantes más.

Por citar una de las que últimamente han salido a la luz: los casos de sacerdotes pederastas. Ahí están las divisiones entre unas iglesias y otras. Ahí está el matar y quemar a hombres en nombre de Jesucristo, lo contrario que ocurrió en la cruz, donde unos hombres mataron a Cristo.

Ahí están los ataques desde fuera, a veces con una gran carga de violencia, causando, desde el principio a nuestros días, a cristianos martirizados… ¿Por qué no se ha hundido esta barca, que es la Iglesia? No hay más que una sola explicación: porque Cristo Jesús sigue con nosotros, sigue actuando, y no nos ha dejado huérfanos.

A la vista de estos XXI siglos de andadura cristiana reconocemos la verdad que encierran las palabras de Jesús: “Sin mí no podéis hacer nada”. Nuestro corazón admirado, como los discípulos del evangelio de hoy ante la actuación de Jesús, le rinde agradecimiento y adoración.

2 Samuel 12,1-7a.10-17: La familia de Jesús, por Fray Manuel Santos Sánchez

2 Samuel 12,1-7a.10-17

En aquellos días, el Señor envió a Natán a David. Entró Natán ante el rey y le dijo: "Había dos hombres en un pueblo, uno rico y otro pobre. El rico tenía muchos rebaños de ovejas y bueyes; el pobre sólo tenía una corderilla que había comprado; la iba criando, y ella crecía con él y con sus hijos, comiendo de su pan, bebiendo de su vaso, durmiendo en su regazo: era como una hija. Llegó una visita a casa del rico, y no queriendo perder una oveja o un buey, para invitar a su huésped, cogió la cordera del pobre y convidó a su huésped." David se puso furioso contra aquel hombre y dijo a Natán: "Vive Dios, que el que ha hecho eso es reo de muerte. No quiso respetar lo del otro; pues pagará cuatro veces el valor de la cordera." Natán dijo a David: "¡Eres tú! Pues bien, la espada no se apartará nunca de tu casa; por haberme despreciado, quedándote con la mujer de Urías, el hitita, y matándolo con la espada amonita. Así dice el Señor: "Yo haré que de tu propia casa nazca tu desgracia; te arrebataré tus mujeres y ante tus ojos se las daré a otro, que se acostará con ellas a la luz del sol que nos alumbra. Tú lo hiciste a escondidas, yo lo haré ante todo Israel, en pleno día."" David respondió a Natán: "¡He pecado contra el Señor!" Natán le dijo: "El Señor ha perdonado tu pecado, no morirás. Pero, por haber despreciado al Señor con lo que has hecho, el hijo que te ha nacido morirá." Natán marchó a su casa. El Señor hirió al niño que la mujer de Urías había dado a David, y cayó gravemente enfermo. David pidió a Dios por el niño, prolongó su ayuno y de noche se acostaba en el suelo. Los ancianos de su casa intentaron levantarlo, pero él se negó, ni quiso comer nada con ellos.

— Comentario por Fray Manuel Santos Sánchez, Real Convento de Predicadores, Valencia, España.

Una expresión popular, al referirse a tal persona, dice que es de “buena familia”. Se refiere a que las personas de esa familla son buenas, su proceder es honrado.

A la vista de lo que las lecturas de ayer y de hoy nos han relatado del comportamiento indigno de David, del que se arrepintió y pidió perdón al Señor, no se puede afirmar que Jesús sea de buena familia, pues su familia es la de David.

Hay que reconocer que María, José eran buenas personas, pero en la amplia familia que Jesús creó después ha habido de todo y sigue habiendo de todo. A ella pertenece Judas, el que le traicionó, Pedro, el que le negó y luego se arrepintió, Pablo, el gran predicador, pero que tuvo que separarse de Bernabé porque no se entendía con él y, dando un salto muy grande, también nosotros pertenecemos a la familia de Jesús y somos buenos y pecadores.

Siempre se ha dicho que la familia de Jesús es santa y pecadora a la vez. No es que unos sean santos y otros pecadores. No, todos, a la vez, somos santos y pecadores, aunque con distinta intensidad. A pesar de todo, fundamentalmente somos de buena familia, porque tenemos a al ser más bueno del mundo que es Dios, que es nuestro Padre, que nos acoge, que nos perdona nuestras faltas, que nos regala a su Hijo con su luz y su amor.

2 Samuel 12,1-7a.10-17: Reproche de Natán y arrepentimiento de David

2 Samuel 12,1-7a.10-17
Sábado de la 3 Semana del Tiempo Ordinario, Año II

En aquellos días, el Señor envió a Natán a David. Entró Natán ante el rey y le dijo: "Había dos hombres en un pueblo, uno rico y otro pobre. El rico tenía muchos rebaños de ovejas y bueyes; el pobre sólo tenía una corderilla que había comprado; la iba criando, y ella crecía con él y con sus hijos, comiendo de su pan, bebiendo de su vaso, durmiendo en su regazo: era como una hija. Llegó una visita a casa del rico, y no queriendo perder una oveja o un buey, para invitar a su huésped, cogió la cordera del pobre y convidó a su huésped." David se puso furioso contra aquel hombre y dijo a Natán: "Vive Dios, que el que ha hecho eso es reo de muerte. No quiso respetar lo del otro; pues pagará cuatro veces el valor de la cordera." Natán dijo a David: "¡Eres tú! Pues bien, la espada no se apartará nunca de tu casa; por haberme despreciado, quedándote con la mujer de Urías, el hitita, y matándolo con la espada amonita. Así dice el Señor: "Yo haré que de tu propia casa nazca tu desgracia; te arrebataré tus mujeres y ante tus ojos se las daré a otro, que se acostará con ellas a la luz del sol que nos alumbra. Tú lo hiciste a escondidas, yo lo haré ante todo Israel, en pleno día."" David respondió a Natán: "¡He pecado contra el Señor!" Natán le dijo: "El Señor ha perdonado tu pecado, no morirás. Pero, por haber despreciado al Señor con lo que has hecho, el hijo que te ha nacido morirá." Natán marchó a su casa. El Señor hirió al niño que la mujer de Urías había dado a David, y cayó gravemente enfermo. David pidió a Dios por el niño, prolongó su ayuno y de noche se acostaba en el suelo. Los ancianos de su casa intentaron levantarlo, pero él se negó, ni quiso comer nada con ellos.

SOBRE EL MISMO TEMA:
La familia de Jesús   

Marcos 4,35-41: La tempestad calmada

Marcos 4,35-41
Sábado de la 3 Semana del Tiempo Ordinario, Año I y II
Domingo de la 12 Semana del Tiempo Ordinario, Año B

Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:
— Vamos a la otra orilla.
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole:
— Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago:
— ¡Silencio, cállate!
El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo:
— ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?
Se quedaron espantados y se decían unos a otros:
— ¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!

SOBRE EL MISMO TEMA:
Sin mí no podéis hacer nada
Nuestra confianza en el Señor
¿Cómo es que no tenéis fe?
Imàgenes del Evangelio  

viernes, 29 de enero de 2016

Marcos 4,26-34: Lo cotidiano se vuelve transparente, por la Orden Carmelitana

Marcos 4,26-34

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: "El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega." Dijo también: "¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas." Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

— Comentario por la Orden Carmelitana
“Lo cotidiano se vuelve transparente”

Jesús busca en la vida y en los acontecimientos elementos e imágenes que puedan ayudar a la multitud a percibir y experimentar la presencia del Reino.

En el evangelio de hoy Jesús, de nuevo, cuenta dos pequeñas historias que acontecen todos los días en la vida de todos nosotros: “La historia de la semilla que crece por si sola” y “La historia del grano de mostaza que crece y se vuelve grande”.

La historia de la semilla que crece por si sola. El agricultor que planta conoce el proceso: semilla, hilito verde, hoja, espiga, trigo. No usa la hoz antes de tiempo. Sabe esperar. Pero no sabe como la tierra, la lluvia, el sol y la semilla tienen esta fuerza de hacer crecer una planta desde la nada hasta la fruta. Así es el Reino de Dio. Sigue un proceso, tiene etapas e plazos, crece. Va aconteciendo. Produce fruto en un tiempo determinado. Pero nadie sabe explicar su fuerza misteriosa. Nadie es dueño. ¡Solo Dios!

La historia del grano de mostaza que crece y se vuelve grande. La semilla de mostaza es pequeña, pero crece y, al final, los pajaritos hacen el nido entre sus ramas. Así es el Reino. Comienza bien pequeño, crece y alarga sus ramos para que los pajarillos hagan sus nidos. Empezó con Jesús y unos pocos discípulos. Pero creció y sus ramas se fueron extendiendo. La parábola deja una pregunta en el aire, pregunta que tendrá una respuesta más adelante en el evangelio: ¿Quiénes son los pajarillos? El texto sugiere que se trata de los paganos que podrán entrar en la comunidad y participar en el Reino.

El motivo que llevaba Jesús a enseñar por medio de parábolas. Jesús contaba muchas parábolas. ¡Y sacaba todo de la vida de la gente! Así ayudaba a las personas a descubrir las cosas de Dios en la vida de cada día. Volvía lo cotidiano transparente. Ya que lo extraordinario de Dios se esconde en las codas ordinarias y comunes de la vida de cada día. La gente entendía las cosas de la vida. En las parábolas recibía la llave para abrirla y encontrar los signos de Dios.

Marcos 4,26-34: Los pequeños gestos, por Fray Hermelindo Fernández Rodríguez, O.P.

Marcos 4,26-34

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: "El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega." Dijo también: "¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas." Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

— Comentario por Fray Hermelindo Fernández Rodríguez, O.P. 
“ Los pequeños gestos”

En la parábola de la semilla llama la atención su autonomía: crece por sí misma. Una vez sembrada, como si se olvidara todo el trabajo que el labrador conoce muy bien sobre el terreno, el agua y la lucha contra la sequía, el sol y la preocupación por las inclemencias del tiempo.

Dando por descontado la preocupación y el trabajo del labrador, se busca hacer hincapié en el crecimiento de la semilla y del Reino al margen de nosotros. Se trata del Reino de Dios. Y es Dios mismo el que, admitiendo la cooperación humana, propicia el crecimiento, nuestra dependencia con respecto a él Toda la potencialidad del Reino está ya en la semilla, en la predicación, en la Buena Noticia de Jesús.

Hay que trabajar. Hay que quitar obstáculos que pudieran impedir o retardar y aplazar el crecimiento. Pero, sobre todo, hay que confiar en el Labrador. Porque la semilla está depositada en nuestros corazones. Y, a no ser que positivamente nos empeñemos en lo contrario, crecerá, se desarrollará y, por ella y el Labrador, se convertirá en lo que Dios tiene reservado para nosotros.

Jesús nos habla hoy de la importancia decisiva de los detalles, de los pequeños gestos. Estos y aquellos son las semillas que otros –como mediadores- y el Otro, como origen y Padre de su Reino, depositaron en nosotros para que, creciendo y desarrollándose, se convirtieran en las ramas de ese Reino.

Estas semillas, estos detalles y gestos, son compatibles con cizañas, gestos y detalles insolidarios que con frecuencia acompañan a aquéllas y aquéllos. Que no nos quiten la paz y la serenidad. Necesitamos discernimiento, Que el Espíritu nos conceda este don, para ser capaces de esperar y saber dar razón de nuestra esperanza (Cfr. 1 Pe 3,15). Lo nuestro es siempre esperar, confiar y no cansarnos de plantar semillas y gestos de cercanía y de humanidad. Jesús nos recuerda hoy cómo esas semillas crecerán, luego, un tanto al margen de nosotros, por su propia fuerza. Al final, sólo quedará el Reino, dentro de nosotros, y Dios.

2 Samuel 11,1-4a.5-10a.13-17: Capaces de lo mejor y lo peor, por Fray Manuel Santos Sánchez, O.P.

2 Samuel 11,1-4a.5-10a.13-17

Al año siguiente, en la época en que los reyes van a la guerra, David envió a Joab con sus oficiales y todo Israel, a devastar la región de los amonitas y sitiar a Rabá. David, mientras tanto, se quedó en Jerusalén; y un día, a eso del atardecer, se levantó de la cama y se puso a pasear por la azotea del palacio, y desde la azotea vio a una mujer bañándose, una mujer muy bella. David mandó a preguntar por la mujer, y le dijeron: "Es Betsabé, hija de Alián, esposa de Urías, el hitita." David mandó a unos para que se la trajesen. Después Betsabé volvió a su casa, quedó encinta y mandó este aviso a David: "Estoy encinta." Entonces David mandó esta orden a Joab: "Mándame a Urías, el hitita." Joab se lo mandó. Cuando llegó Urías, David le preguntó por Joab, el ejército y la guerra. Luego le dijo: "Anda a casa a lavarte los pies." Urías salió del palacio, y detrás de él le llevaron un regalo del rey. Pero Urías durmió a la puerta del palacio, con los guardias de su señor; no fue a su casa. Avisaron a David que Urías no había ido a su casa. Al día siguiente, David lo convidó a un banquete y lo emborrachó. Al atardecer, Urías salió para acostarse con los guardias de su señor, y no fue a su casa. A la mañana siguiente, David escribió una carta a Joab y se la mandó por medio de Urías. El texto de la carta era: "Pon a Urías en primera línea, donde sea más recia la lucha, y retiraos dejándolo solo, para que lo hieran y muera." Joab, que tenía cercada la ciudad, puso a Urías donde sabía que estaban los defensores más aguerridos. Los de la ciudad hicieron una salida, trabaron combate con Joab y hubo bajas en el ejército entre los oficiales de David; murió también Urías, el hitita.

— Comentario de Fray Manuel Santos Sánchez, O.P., Real Convento de Predicadores, Valencia, España. 
“Capaces de lo mejor y lo peor”

¡Qué gran verdad la de que no hay más que un solo Dios! Y que todos los demás somos seres humanos, es decir, capaces de lo mejor y de lo peor, a poco que nos descuidemos, con un corazón donde hay sembrado trigo y también cizaña.

La prueba clara de ello la tenemos en el rey David. Como veíamos el viernes pasado, fue capaz de hacer el bien, al no matar a Saúl “el ungido del Señor”, cuando lo tenía a mano. Hoy, por el contrario, vemos que comete una mala acción. Se atreve a matar a Urías, uno de los capitanes de su ejército, por quedarse con su esposa, a la que había dejado embarazada.

No vale solo que nos indignemos con la deplorable e injusta actuación de David. Repasemos nuestra vida. Repasemos nuestras fuerzas. No nos creamos todopoderosos a la hora de hacer el bien y evitar el mal. “El que esté en pie mire no caiga”. Tengamos claro que lo nuestro, lo que nos llena de sentido y de alegría es seguir nuestra conciencia cristiana, es seguir el camino trazado por Jesús de Nazaret.

Recemos con intensidad el padrenuestro, pidiendo a nuestro Padre Dios que “no nos deje caer en la tentación y que nos libre del mal”. Si nuestras fuerzas flaquean y nos dejamos vencer por el mal, imitemos a David después de su pecado, dirijámonos a Dios con el corazón arrepentido, sabiendo bien que siempre nos acogerá y perdonará: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado”.

Sabiendo que Dios nos va a escuchar y perdonar porque “un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias”.

2 Samuel 11,1-4a.5-10a.13-17: Del pecado a la corrupción, por el papa Francisco

2 Samuel 11,1-4a.5-10a.13-17

Al año siguiente, en la época en que los reyes van a la guerra, David envió a Joab con sus oficiales y todo Israel, a devastar la región de los amonitas y sitiar a Rabá. David, mientras tanto, se quedó en Jerusalén; y un día, a eso del atardecer, se levantó de la cama y se puso a pasear por la azotea del palacio, y desde la azotea vio a una mujer bañándose, una mujer muy bella. David mandó a preguntar por la mujer, y le dijeron: "Es Betsabé, hija de Alián, esposa de Urías, el hitita." David mandó a unos para que se la trajesen. Después Betsabé volvió a su casa, quedó encinta y mandó este aviso a David: "Estoy encinta." Entonces David mandó esta orden a Joab: "Mándame a Urías, el hitita." Joab se lo mandó. Cuando llegó Urías, David le preguntó por Joab, el ejército y la guerra. Luego le dijo: "Anda a casa a lavarte los pies." Urías salió del palacio, y detrás de él le llevaron un regalo del rey. Pero Urías durmió a la puerta del palacio, con los guardias de su señor; no fue a su casa. Avisaron a David que Urías no había ido a su casa. Al día siguiente, David lo convidó a un banquete y lo emborrachó. Al atardecer, Urías salió para acostarse con los guardias de su señor, y no fue a su casa. A la mañana siguiente, David escribió una carta a Joab y se la mandó por medio de Urías. El texto de la carta era: "Pon a Urías en primera línea, donde sea más recia la lucha, y retiraos dejándolo solo, para que lo hieran y muera." Joab, que tenía cercada la ciudad, puso a Urías donde sabía que estaban los defensores más aguerridos. Los de la ciudad hicieron una salida, trabaron combate con Joab y hubo bajas en el ejército entre los oficiales de David; murió también Urías, el hitita.

— Comentario del papa Francisco: 
"Del pecado a la corrupción"

El Papa Francisco ha invitado a rezar a Dios para que la debilidad que nos lleva a pecar no se transforme nunca en corrupción.

De este modo, reflexionando sobre la lectura del día que cuenta la historia de David y Betsabé, ha subrayado cómo el demonio induce a los corruptos a no sentir, a diferencia de otros pecadores, la necesidad del perdón de Dios.

En esta línea, el Pontífice ha explicado que se puede pecar de muchas maneras y por todo se puede pedir sinceramente perdón a Dios y sin ninguna duda saber que ese perdón será obtenido.

El problema nace con los corruptos. Lo peor de un corrupto es que no necesita pedir perdón porque le basta el poder sobre el que apoya su corrupción, ha advertido.

Y este es el comportamiento que el rey David asume cuando se enamora de Betsabé, mujer de un oficial suyo, Urías, que está combatiendo lejos. Así, el Papa ha relatado que después de seducir a la mujer y saber que estaba embarazada, David crea un plan para cubrir el adulterio.

Llama al frente a Urías y le ofrece volver a casa a descansar. Urías, hombre leal, no se siente capaz de volver con su mujer mientras sus hombres mueren en batalla.

Entonces David intenta emborracharle, pero ni siquiera esta “idea” le funciona. Y tal como ha explicado Francisco, finalmente David escribe una carta para que pongan a Urías como capitán en el frente de la batalla más dura y que después se retiren para que así sea golpeado y muera. “La condena a muerte. Este hombre, fiel, fiel a la ley, fiel a su pueblo, fiel a su rey, lleva consigo la condena a muerte”, ha advertido.

De esta manera, el Pontífice ha precisado que David es un santo pero también un pecador. Cae en la lujuria y aun así Dios le quería mucho.

Incluso “el grande, el noble David” se siente tan “seguro porque el reino era fuerte” que después de haber cometido el adulterio mueve todas las herramientas a su disposición para arreglarlo, aunque sea mintiendo, hasta ordenar el asesinato de un hombre leal, haciéndolo pasar una desgracia de guerra.

“Este es un momento en la vida de David que nos hace ver una situación por la cual todos nosotros podemos pasar en nuestra vida: es el paso del pecado a la corrupción. Aquí David comienza, da el primer paso hacia la corrupción. Tiene el poder, tiene la fuerza, sea poder eclesiástico, como religioso, económico, político… Porque el diablo nos hace sentirnos seguros: ‘Yo puedo’”, ha subrayado el Papa.

A propósito, el Santo Padre ha explicado que la corrupción –de la que después por gracia de Dios David saldrá– ha tocado el corazón de ese ‘chico valiente’ que había enfrentado al filisteo con la honda y cinco piedras.

Así, ha precisado que hay “un momento donde la costumbre del pecado o un momento donde nuestra situación es tan segura y estamos bien vistos y tenemos tanto poder” que el pecado deja de “ser pecado” y se convierte en “corrupción”.

Finalmente, ha recordado que el Señor siempre perdona “pero una de las cosas más feas que tiene la corrupción es que el corrupto no necesita pedir perdón, no siente la necesidad”.

Por ello, el Santo Padre ha invitado a hacer una oración por la Iglesia, comenzando por nosotros, por el Papa, por los obispos, por los sacerdotes, por los consagrados, por los fieles, por los laicos: ‘Señor, sálvanos, sálvanos de la corrupción. ¡Pecadores sí. Señor, todos lo somos, pero corruptos nunca!’

jueves, 28 de enero de 2016

VIERNES DE LA 3 SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo II (Lecturas)

2 Samuel 11,1-4a.5-10a.13-17
Salmo 50: Misericordia, Señor: hemos pecado
Marcos 4,26-34

2 Samuel 11,1-4a.5-10a.13-17

Al año siguiente, en la época en que los reyes van a la guerra, David envió a Joab con sus oficiales y todo Israel, a devastar la región de los amonitas y sitiar a Rabá. David, mientras tanto, se quedó en Jerusalén; y un día, a eso del atardecer, se levantó de la cama y se puso a pasear por la azotea del palacio, y desde la azotea vio a una mujer bañándose, una mujer muy bella. David mandó a preguntar por la mujer, y le dijeron: "Es Betsabé, hija de Alián, esposa de Urías, el hitita." David mandó a unos para que se la trajesen. Después Betsabé volvió a su casa, quedó encinta y mandó este aviso a David: "Estoy encinta." Entonces David mandó esta orden a Joab: "Mándame a Urías, el hitita." Joab se lo mandó. Cuando llegó Urías, David le preguntó por Joab, el ejército y la guerra. Luego le dijo: "Anda a casa a lavarte los pies." Urías salió del palacio, y detrás de él le llevaron un regalo del rey. Pero Urías durmió a la puerta del palacio, con los guardias de su señor; no fue a su casa. Avisaron a David que Urías no había ido a su casa. Al día siguiente, David lo convidó a un banquete y lo emborrachó. Al atardecer, Urías salió para acostarse con los guardias de su señor, y no fue a su casa. A la mañana siguiente, David escribió una carta a Joab y se la mandó por medio de Urías. El texto de la carta era: "Pon a Urías en primera línea, donde sea más recia la lucha, y retiraos dejándolo solo, para que lo hieran y muera." Joab, que tenía cercada la ciudad, puso a Urías donde sabía que estaban los defensores más aguerridos. Los de la ciudad hicieron una salida, trabaron combate con Joab y hubo bajas en el ejército entre los oficiales de David; murió también Urías, el hitita.

Salmo 50: Misericordia, Señor: hemos pecado

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
R. Misericordia, Señor: hemos pecado

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
R. Misericordia, Señor: hemos pecado

En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.
R. Misericordia, Señor: hemos pecado

Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí la culpa.
R. Misericordia, Señor: hemos pecado

Marcos 4,26-34

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: "El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega." Dijo también: "¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas." Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

2 Samuel 11,1-4a.5-10a.13-17: David y Betsabé

2 Samuel 11,1-4a.5-10a.13-17

Al año siguiente, en la época en que los reyes van a la guerra, David envió a Joab con sus oficiales y todo Israel, a devastar la región de los amonitas y sitiar a Rabá. David, mientras tanto, se quedó en Jerusalén; y un día, a eso del atardecer, se levantó de la cama y se puso a pasear por la azotea del palacio, y desde la azotea vio a una mujer bañándose, una mujer muy bella. David mandó a preguntar por la mujer, y le dijeron: "Es Betsabé, hija de Alián, esposa de Urías, el hitita." David mandó a unos para que se la trajesen. Después Betsabé volvió a su casa, quedó encinta y mandó este aviso a David: "Estoy encinta." Entonces David mandó esta orden a Joab: "Mándame a Urías, el hitita." Joab se lo mandó. Cuando llegó Urías, David le preguntó por Joab, el ejército y la guerra. Luego le dijo: "Anda a casa a lavarte los pies." Urías salió del palacio, y detrás de él le llevaron un regalo del rey. Pero Urías durmió a la puerta del palacio, con los guardias de su señor; no fue a su casa. Avisaron a David que Urías no había ido a su casa. Al día siguiente, David lo convidó a un banquete y lo emborrachó. Al atardecer, Urías salió para acostarse con los guardias de su señor, y no fue a su casa. A la mañana siguiente, David escribió una carta a Joab y se la mandó por medio de Urías. El texto de la carta era: "Pon a Urías en primera línea, donde sea más recia la lucha, y retiraos dejándolo solo, para que lo hieran y muera." Joab, que tenía cercada la ciudad, puso a Urías donde sabía que estaban los defensores más aguerridos. Los de la ciudad hicieron una salida, trabaron combate con Joab y hubo bajas en el ejército entre los oficiales de David; murió también Urías, el hitita.

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28 de enero: SANTO TOMAS DE AQUINO, ¿Qué es Dios? por Reflexiones Católicas


Infancia y juventud

De su infancia sabemos poco. Transcurre en Montecasino, en la casa matriz de la Orden de San Benito. Desde los cinco años viste el hábito del patriarca de los monjes, canta salmos en el coro y aprende las artes liberales en la escuela monacal.

Sus padres, los condes de Aquino, creen prepararle de esta manera para ser abad del monasterio, es decir, uno de los señores más ricos y poderosos de Italia. Pero en 1239 estalla la guerra entre el emperador Federico II y el papa Gregorio IX. Montecasino, ciudadela del papismo, es sitiado y saqueado; los monjes evacúan el claustro, la juventud se dispersa, y Tomás vuelve al castillo familiar.

Ya en la escuela de Montecasino, cuando Tomás tenía apenas siete años, preguntaba con frecuencia a sus maestros: ¿Qué es Dios? Tratábanselo de explicar, pero su inteligencia infantil buscaba siempre respuestas más luminosas. La vida de aquel que iba a ser uno de los más grandes doctores de la cristiandad iba a consumirse en la solución de este problema; y cuando un día el Cielo se le abra para darle la respuesta completa, la pluma se caerá de sus manos y no tardará en enmudecer.

Al salir de la abadía, Tomás fue llevado a la Universidad de Nápoles. Sus padres no habían abandonado el proyecto de hacer de él un abad cumplido. Pero Tomás se encontró allí con los Hermanos Predicadores, que acababan de fundar un convento en la ciudad. El personal universitario se sentía entonces arrastrado hacia la Orden de Santo Domingo, recién instituida; Tomás se dejó llevar del contagio, y se acercaba ya a los veinte años cuando fue vestido del hábito blanco.

La lucha familiar

Aquí empieza su primera lucha. Su padre había muerto; pero su madre, Teodora de Theate, de la familia de los Caraccioli, de la raza de los terribles jefes normandos Guiscardo, Bohemundo y Tancredo, era una condesa feudal autoritaria. Al sentir que se frustraban sus planes, se presentó en el convento con séquito numeroso y reclamó a su hijo. Le dijeron que fray Tomás estaba camino de Roma, y hacia Roma se dirigió ella. En Roma, un nuevo chasco. Fray Tomás acababa de marchar, acompañando al general de la Orden. Irritada, envió un despacho a sus hijos, que estaban en el ejército de Federico II, ordenándoles que vigilasen los caminos y le trajesen preso a su hermano.

Precisamente, el general dominico, que se dirigía a Bolonia, tenía que pasar junto a los lugares donde estaban acantonadas las tropas imperiales. Un poco antes de llegar a Aquapendente, los viajeros se sentaron a la sombra de unos arbustos para tomar su frugal alimento. De pronto, galopar de caballos. Entre los jinetes distinguió Tomás a su hermano Rainaldo. Estaba descubierto. A pesar de las reclamaciones del general, la soldadesca se arrojó sobre él, y después de intentar inútilmente quitarle el hábito, le colocó en una de las cabalgaduras y partió a todo galope.

Alegróse la condesa de ver a su hijo, pero era la alegría de la victoria, no la del amor. Ni siquiera intentó ganar la voluntad del joven por la ternura maternal. Al contrario, desde el primer momento mandó que le encerrasen en una torre del castillo señorial. Sólo sus dos hijas Marotta y Teodora podían acercarse a él para convencerle de que tomase el hábito que había llevado de niño. El encierro era bastante oscuro, aunque había la luz suficiente para leer, y un dominico de Nápoles logró hacer llegar hasta el prisionero mensajes de consolación y libros de meditación y de estudio, como la Biblia, los Sofismas de Aristóteles y las Sentencias de Pedro Lombardo. Tomás estudiaba y rezaba.

La vigilancia se hizo más estrecha cuando los dos hermanos vinieron del ejército. Acostumbrados a la vida de los palacios, a las costumbres sensuales de la caballería—Rainaldo fue uno de los buenos poetas eróticos de aquel tiempo—, resolvieron someter a Tomás a una prueba brutal. Trajeron de Nápoles una de sus amigas, célebre por su belleza, y después de decirle lo que deseaban de ella, la introdujeron una noche en la torre. Todo el mundo sabe lo que sucedió: Tomás, cogiendo de la chimenea un tizón inflamado, hizo huir a aquella pobre mujer y, luego, al demonio tentador trazando una cruz negra en la muralla.

Tanta constancia llegó a cansar a los carceleros. La condesa se vio vencida; sus hijos tuvieron que ausentarse de nuevo y las dos hermanas no acertaban a comprender del todo el motivo de aquella oposición. El fraile napolitano que surtía de libros al preso creyó llegado el momento de intentar un golpe atrevido. Tiróle una soga desde el pie de la fortaleza, le invitó a bajar por ella  y, en el exterior, aguardó él con dos cabalgaduras. La aventura tuvo un éxito completo.

Discípulo de Alberto Magno

Un año después, fray Tomás figuraba ya entre los oyentes de Alberto Magno en el colegio de Santiago, de París. Fue el discípulo más humilde y más dócil, verdadero modelo de disciplina intelectual. Entregóse a la meditación tenaz de la enseñanza del maestro, a una labor íntima y constante de asimilación, de integración.

Su carácter reflexivo le alejaba de los recreos, de las discusiones, de las conversaciones. Era un taciturno. Sus condiscípulos empezaron a darle un mote, que aunque tenía su punta de desdén, no era del todo desgraciado. Llamábanle el «buey mudo». El mismo exterior de fray Tomás justificaba el apelativo. Era de una talla gigantesca, gordo y pesado.

Tomás pasó algún tiempo inadvertido a los ojos de sus condiscípulos, no le sucedió lo mismo con el maestro. Precisamente, la cualidad suprema de Alberto el Grande era la penetración. Enteramente auténtico es el episodio que se ha llamado, con justicia, la revelación del genio de Santo Tomás de Aquino. Tomás tenía veinticinco años. Su maestro creyó llegado el momento de darle a conocer y lo provocó a una discusión delante de todos los discípulos. De una y otra parte, los argumentos partían certeros, profundos, sutiles. Los estudiantes estaban mudos de admiración; pero hubo un momento en que ya creyeron vencido a su compañero. De pronto, Tomás acertó con una distinción feliz, y así acabó la disputa. Durante aquel mismo año, el discípulo redactó el curso que el maestro acababa de dar sobre los nombres divinos.

Tenemos muestras de la escritura de Tomás en esta época: es una letra fea, desgarbada e insuficientemente articulada. No era un calígrafo. El pensamiento tenía demasiada rapidez para que la mano pudiese seguirle.

Seguían entre tanto los esfuerzos de la familia para torcer aquella vocación decidida; pero las violencias se habían transformado en súplicas y sollozos. Terribles desgracias acababan de caer sobre los de Aquino. Rotas de nuevo las hostilidades entre el emperador y el Papa, la condesa Teodora y sus hijos habían combatido contra los germanos. El castillo fue sitiado y saqueado; Rainaldo, el trovador, ejecutado, y Teodora tuvo que andar de una parte a otra buscando un refugio. Sólo Tomás podía restaurar el prestigio de la familia aceptando la abadía de Montecasino. El Papa Inocencio IV aprobaba y casi solicitaba; pero fue imposible conseguir de Tomás que dejase su hábito blanco. Desolada con esta negativa, hizo la condesa un esfuerzo supremo, logrando que el Pontífice ofreciese a su hijo el arzobispado de Nápoles. Nada pudo conmover el ánimo del joven estudiante. A su lado estaba el gran sabio del tiempo, Alberto Magno, indicándole su verdadera vocación: la doctrina cristiana corría riesgo de verse sumergida por la invasión del aristotelismo, importado de España. Era preciso absorberla, asimilarla, encauzarla; y, espíritu observador, Alberto vio en aquel discípulo el hombre destinado a realizar la grande hazaña.

Catedrático en la Universidad de París

Renunciando a toda mira egoísta, considerando solamente el avance de la cultura y la religión, el maestro resolvió dejar su cátedra de la Universidad de París al discípulo. Tomás tenía veintisiete años y las leyes exigían treinta y cinco para ocupar aquel puesto. El general de la Orden se opuso, pero hubo presiones de Roma que le obligaron a ceder.

Empezó Tomás comentando con un éxito prodigioso al Maestro de las Sentencias. Los mugidos del «buey mudo» empezaban a oírse por toda la cristiandad. Desde el primer momento se vio que el discípulo aventajaba al maestro, si no en la amplitud de la erudición, sí, ciertamente, en la precisión, claridad y profundidad de las ideas. Pero el mayor asombro procedía de la novedad de su enseñanza.

Se le consideraba como un novador. Artículos nuevos, maneras nuevas, nuevas razones, luz nueva, opiniones nuevas, nuevas tesis y métodos nuevos, tales son las expresiones de Guillermo de Tocco cuando nos habla de su sistema. El nombre de Aristóteles brota constantemente de sus labios. Ha empezado a realizar su obra de refundición aristotélica, ha visto ya la metafísica y la moral del Peripato como el marco apropiado para recibir el contenido de la teología cristiana. Era una audacia enorme. Durante todo el primer tercio del siglo XIII, los libros de Aristóteles habían sido reiteradamente prohibidos en las escuelas, y es que el filósofo griego era únicamente conocido a través del filósofo español Averroes.

Las consecuencias de aquel atrevimiento fueron una lucha prolongada que dio fin cincuenta años después de muerto, al ser canonizado Tomás de Aquino por el Papa Juan XXII. De una parte, estaban los agustinianos, los defensores de la filosofía tradicional, liderados por Guillermo de Santo Amore; al lado opuesto, ya dentro del campo de la herejía, se agrupaban los averroístas, a quienes dirigía otro profesor parisiense, el amable y optimista Siger de Brabante; en medio, defendiéndose de unos y otros, realizando su labor admirable de síntesis, seguro de su ciencia y de su fe, rodeado de enemigos poderosos pero protegido siempre por los Papas: Tomás de Aquino.

Esta lucha ocupa toda la vida del gran doctor y es preciso tenerla en cuenta para comprender sus obras. No nacieron, como se cree, en la pasividad de una contemplación solitaria, sino en el movimiento de una existencia prodigiosamente activa y militante. La anécdota famosa que nos presenta a Santo Tomás en el palacio de San Luis dando un puñetazo en la mesa y diciendo: «He acabado con los maniqueos», tiene un sentido simbólico y nos recuerda que el Doctor Angélico es el atleta de la fe, el pugil fidei, como le ha llamado la tradición.

Autor prolífico

Profesor de París o teólogo de los Papas, en el colegio de Santiago o en la corte pontificia, Tomás enseñaba y escribía; escribía y publicaba lo que antes había enseñado en la clase. Apareció primero su Comentario sobre los cuatro libros de las Sentencias; después, su obra Sobre la verdad. sus grandes comentarios bíblicos, y la Suma contra los gentiles, que le preparaba para componer la Summa Theologica.

Con el libro De unitate intellectus destruía los errores averroístas que habían comprometido la causa de un sano aristotelismo. Al mismo tiempo estudiaba al Estagirita en traducciones directas, emprendía análisis críticos acerca de sus obras, leía la antigua literatura de la Iglesia y, después de comparar los lugares más importantes, componía una obra célebre, titulada Cadena de oro.

Su obra maestra, la Summa Theologica, empezada en 1267, es de los años en que se hace más furiosa la batalla entre averroístas, platónico-agustinianos y aristotélicos. Su intención fue recoger en una vasta síntesis el ciclo completo de todas las cuestiones que había tratado en su vida de escritor y profesor y precisar, con respecto a ellas, su pensamiento definitivo. Al mismo tiempo, realizaba el prodigio de condensar, de unificar, de armonizar todo el caudal filosófico y religioso de dos civilizaciones diversas y opulentísimas: la helénica y la cristiana, conciliación audaz y maravillosamente realizada que contará siempre como una de las mayores hazañas del pensamiento humano.

El místico termina por eclipsar al teólogo

Esta actividad intelectual tan intensa se juntaba con una vida de la más alta y férvida oración. En Santo Tomás, el teólogo eclipsa casi al místico, pero hay un momento en su vida en que el místico hace enmudecer por completo al teólogo.

No era muy dado a penitencias extraordinarias; aunque solía leer frecuentemente las Conferencias de Casiano con los Padres del desierto. Amaba el ayuno y el silencio, y por uno de sus discípulos sabemos que uno de sus solaces favoritos consistía en pasearse solo por el claustro.

En París se abstenía de todo trato con el exterior. En relaciones constantes con el rey, el cual le enviaba sus decretos por la tarde para que los revisase durante la noche, sólo una vez quiso aceptar su mesa. Su conducta se resume en estos consejos que daba a los demás: «Sé lento para hablar. Ama la celda. No rompas el hilo de tu meditación. No te familiarices con nadie, porque la familiaridad distrae del estudio. Evita, sobre todo, el ir y venir sin finalidad ninguna.»

La especulación y la oración eran dos hermanas excelentes en la vida de Tomás de Aquino: se ayudaban, se mezclaban, se fundían. «Cada vez que fray Tomás tenía que enseñar, discutir, escribir o estudiar—dice fray Reginaldo, su tierno amigo—, acudía secretamente a la oración, y muy frecuentemente derramaba lágrimas antes de consagrarse al estudio de las verdades divinas.» Este doctor, que nos imaginamos flotando en las regiones serenas de la fría intelectualidad, tenía un alma impregnada de mística piedad. Diciendo misa, descubriendo un alto misterio, cantando el responsorio Media vita en el coro, las lágrimas inundaban sus mejillas. Y muchas veces a las lágrimas sucedía el éxtasis. En él se juntaban dos éxtasis de difícil demarcación: el especulativo y el místico. Es famoso aquel en que oyó una voz que le decía:

—Bien has escrito de Mí, Tomás; ¿qué recompensa quieres recibir?
—Sólo Vos mismo, Señor—respondió el santo.

Una vez tuvo el médico que cauterizarle la pierna. Como era tan sensible, temióse que no resistiría; pero él se echó algún tiempo antes en el lecho, absorbióse en sus especulaciones, y no sintió la quemadura. Esta manera de anestesiarse le fue muy útil en varias ocasiones, y la empleaba, sobre todo, siempre que el cirujano del convento tenía que abrirle la vena para sangrarle.

Un reflejo de esta vida ascética lo encontramos en la liturgia incomparable del Santísimo Sacramento, y muy particularmente en los sermones del santo. Predicó entre la concurrencia estudiantil de la Sorbona, en la corte pontificia y en los grandes concursos del vulgo. En Nápoles habló diariamente durante una cuaresma y emocionaba al exponer la Pasión de Cristo. Estos sermones populares son modelos de claridad, de espontaneidad, de unción y, a veces, de lirismo.

El 6 de diciembre de 1273 decía fray Tomás la misa en la capilla de San Nicolás, de Nápoles. Arrebatado en éxtasis, tuvo una visión extraordinaria, y tan tenaz, que fue preciso volverle en sí violentamente. Desde entonces quedó extrañamente transformado. Había llegado en la Summa al tratado de los Sacramentos, y no escribió más. Muy triste de que aquella grande obra quedase incompleta, fray Reginaldo le importunaba, diciendo:

—Padre, ¿cómo podéis dejar así ese libro, que habéis empezado para la gloria de Dios y la iluminación del mundo?
Tomás respondía:
—No puedo más.

Pero de tal modo insistió aquel buen amigo, consejero, amanuense y confesor del santo, que Tomás se vio obligado a revelar su secreto:

—No puedo más—le dijo—; lo que he escrito, comparado con lo que he visto me parece ahora como el heno.

Algún tiempo después fue fray Tomás a pasar unos días en casa de su hermana la condesa de San Severino, a quien amaba tiernamente. Le agasajaron con esplendidez y con cariño; pero apenas pudieron sacar de él algunas palabras.

—¿Qué le pasa a mi hermano?—preguntó la condesa—; le hablo y no responde; está como estupefacto.
Fray Reginaldo respondió:
—Desde el día de San Nicolás se encuentra en este estado y no ha vuelto a escribir más.

No obstante, era preciso dirigirse al concilio de Lyon, para el cual había recibido Tomás una invitación personal del Papa Gregorio X. En el camino hizo un rodeo para visitar a su sobrina Francisca, en el castillo de Paenza. Apenas había llegado cuando se sintió gravemente enfermo. Había perdido completamente el apetito. Como le insistiesen que debía tomar alguna cosa, pidió sardinas frescas; pero no las probó. Era un capricho de enfermo.

Deseando morir en una casa religiosa, mandó que le transportasen al monasterio vecino de Fossanova. Al llegar, pronunció estas palabras: «Aquí está mi descanso.» La hospitalidad de los hijos de San Benito se unía aquí a la gratitud más profunda por el hombre que había construido el gran edificio de la sistematización teológica del cristianismo.

Los monjes se deshacían para alegrar y consolar sus últimos días. Veíaseles trayendo sobre sus hombros la leña que había de calentar su cuarto en aquellas duras mañanas del invierno. El maestro, emocionado, les preguntó cómo podía pagarles tanta solicitud y ellos le pidieron que les comentase el Cantar de los Cantares. Fue el supremo esfuerzo; poco después, el 7 de marzo de 1274, fray Tomás moría, sometiendo todos sus escritos «a la corrección de la Santa Iglesia Romana».

Moría de haber visto a Dios; aquella enfermedad misteriosa había empezado aquel día 6 de diciembre, en que su espíritu ávido se paseó por lo más alto de los Cielos. «Nadie que vea a Dios puede vivir.»

El día que Tomás de Aquino dejó de escribir, por Carlos J. Rodríguez


Un rasgo fundamental para poder entender el carisma de la Orden de Predicadores es la búsqueda constante de la verdad a través del estudio de la realidad. Tomás de Aquino, como seguidor de Sto. Domingo de Guzmán, lo hizo una y otra vez, siendo una figura relevante hasta nuestros días por la profundidad de sus enseñanzas teológicas y filosóficas. Lo más interesante, aquello que le alcanzó el título de “santo”, viene de una fascinante relación con Dios, quien lo cautivó desde que estudiaba en la abadía benedictina de Montecasino.

Todo lo que escribió le sirvió para llegar al punto más alto de su vida espiritual. Sucedió unos meses antes de morir (alrededor de 1274). Tras haber tenido una fuerte experiencia mística que le acercó a Dios como nunca antes, llegó a decir: “Es que, comparando con lo que vi en aquella visión, lo que he escrito es muy poca cosa”. De ahí que dejara de escribir. Sus obras, lejos de ser tiempo perdido, le sirvieron como programa o itinerario para llegar a lo que los teólogos místicos llaman “cuarta etapa”; es decir, la contemplación del misterio de Dios en un grado que escapa a las palabras. Solamente el “si” de la propia vida, de la existencia, puede corresponder al amor expresado en la cruz.

¿Qué nos enseña Sto. Tomás? Ante todo, la necesidad de buscar y, al mismo tiempo, de dejarnos encontrar por Dios. Urge despertar, tomar nota y consciencia acerca de la esencia de la vida, la razón por la que estamos aquí. Cuando entendemos y ponemos en práctica todo esto, superamos el vacío del sinsentido, de la falta de claridad en las opciones personales que para Sto. Tomás de Aquino, era la principal esclavitud de la que había que liberarse. Es importante aprovechar la oración, vivir la fe con naturalidad y, desde ahí, encontrar por encima de los prejuicios, del secularismo que nos rodea, la verdad de Jesús.

Fuente: religionenlibertad.com

28 de enero: Santo Tomás de Aquino, por Fr. Abelardo Lobato, O.P.

Roccasecca, Italia, 1225 - Fossanova, 7-marzo-1274 
Presbítero dominico, doctor de la Iglesia
Canonizado: 18-julio-1323
Patrono de las escuelas y estudios católicos 

Buscador de Dios

Tomás de Aquino es un apasionado buscador de la verdad, y por ello de Dios. Su itinerario tiene una meta, es atraído por Dios, por ello es teotrópico. Vale para su existencia la descripción que él hace del itinerario cristiano del hombre: un movimiento que se dirige a Dios (De motu rationalis creaturae in Deum, ST I, 2 prol.). Tomás, al cruzar los umbrales de la existencia, hace sus opciones, dice no a muchas cosas, y dice sí a Dios, a quien se consagra para ser santo.

La herencia de tres familias

En el camino existencial de Tomás es decisiva la herencia recibida de tres familias:

  • la de Aquino
  • la benedictina 
  • la dominicana

Tomás se educa en un ambiente de familia noble y se forma en la vida cristiana y en las letras en la escuela benedictina de Montecasino; sin embargo, prefiere hacerse mendicante en la Orden de Predicadores. Dentro del carisma dominicano opta por la total dedicación a la teología sapiencial.

La familia de Aquino es de las notables del imperio de Federico II. Tomás viene al mundo en el castillo que la familia tiene en Roccasecca, probablemente en el año 1225.

Su padre, Landolfo, no ostenta título nobiliario, pero es militar de rango, miles judiciarius. La madre, Teodora, es de la noble familia Rossi Caracciolo de Sicilia. Los hermanos son ocho, tres varones: Aimo, Reginaldo y Landolfo, y cinco mujeres: Marotta, Teodora, María, Adelasia y otra de la cual no conocemos el nombre, porque murió siendo niña al caer un rayo en la torre del castillo. En la familia ha recibido la primera educación humana y cristiana, la que sella al hombre para toda la vida.

Tomás tiene la fortuna de formarse desde niño con los benedictinos en Montecasino. Allí permanece, a poca distancia de la familia, pero separado de ella, desde 1230 a 1239, de los cinco a los catorce años. El padre lo lleva a la abadía, paga 20 onzas de oro y deja al monasterio la renta de dos molinos a cambio de la formación del hijo.

La escuela de los monjes educa en las letras a los hijos de los nobles, e inicia en la vida monástica a los oblatos. El abad en ese momento es el monje Sinibaldi, de la familia de los Aquino. En esa alta colina de Montecasino Tomás vive interno en el colegio, entre compañeros de su edad y monjes que los forman. La anécdota más significativa, narrada por el biógrafo padre Caló, es la de Tomás, interrogando una y otra vez a los monjes, para que le digan quién es Dios: Dic mihi, quid est Deus?

En 1239 Tomás dejó Montecasino para ir a Nápoles, donde continuó sus estudios en la primera universidad civil de Occidente, el Studium generale de Federico II, con los maestros Martín y Pedro de Irlanda, bajo cuya dirección conoció obras de Aristóteles, glosado por los comentadores árabes. En esta ciudad Tomás conoció el carisma dominicano, visitó a los frailes predicadores, se hizo amigo de fray Juan de San Julián, y tuvo una nueva experiencia de Dios, que cambió el rumbo de su existencia.

Es probable que hayan sido tres los motivos que le llevaron a tomar esa decisión: la vida apostólica del carisma de Domingo apoyada en la gratia praedicationis, el estudio como principal observancia, y la pobreza mendicante. Por ello decide dejar la vida benedictina y opta por hacerse dominico.

Novicio en París (1245) y teólogo en Colonia (1248)

En 1245 Tomás llega a París, con el hábito dominico que le ha dado el prior Tomás de Lentini en Nápoles, entra a formar parte de la comunidad de Saint Jacques y se incorpora a su ritmo de vida religiosa, de estudio, de apostolado. Allí es novicio, profesa, frecuenta la escuela de Artes y es discípulo del maestro Alberto de Colonia. Tres años más tarde éste le lleva consigo a Colonia, donde se abre un Studium generale, en el cual completa sus estudios de teología, recibe la ordenación sacerdotal y se inicia como bachiller en la enseñanza.

Tomás se manifiesta en la convivencia fraterna amante del silencio, de la reflexión, de la oración. Los compañeros le llaman humorísticamente el 'buey mudo»: bos mutus sicilianus. Alberto descubre su talento al conocer las Reportationes que ha hecho de sus dos cursos más novedosos: el de la Ética de Aristóteles, y el de Divinis Nominibus del pseudo Dionisio. Se conservan en la Biblioteca de Nápoles ambos preciosos manuscritos. Hoy podemos hacer una comparación entre el texto del maestro y la Reportatio del discípulo, y tenemos que confesar que, en precisión, penetración y claridad, el discípulo ha ido más allá del maestro. En estos años de formación Tomás ha asimilado el carisma de los predicadores que se centra en la palabra de Dios, oída, contemplada, celebrada, anunciada al pueblo: Hablar con Dios y hablar de Dios, había propuesto Santo Domingo de Guzmán a sus hermanos.

Magisterio e itinerancia a partir de 1252

En 1252 Tomás vuelve de Colonia a París y se incorpora a la Universidad, como bachiller sentenciario en la cátedra del maestro Elías Brunet de Bergerac. Tiene 27 años. Desde su primera lección Tomás da pruebas de su gran ingenio. Su trabajo es iniciar a los estudiantes en la lectura de la Biblia, y de la obra del maestro de las Sentencias, Pedro Lombardo.

En las lecciones de Tomás no hay repetición, todo es nuevo. Todo lo pone de relieve en un texto célebre: En sus lecciones Tomás resolvía las cuestiones de una manera nueva y más clara con nuevos argumentos.

Tomás cultiva a la par las tres sabidurías y en todas ellas deja la huella de su genio creador. Fruto de sus reflexiones y lecturas es la primera filosofía cristiana, expuesta con sencillez de catecismo en el opúsculo De ente et essentia, dedicada a los hermanos, ad fratres et socios, que deben trabajar en la teología. Debido a su influjo y al del maestro Alberto, la orden dominicana adopta un programa de estudios que implica la filosofía. De la prohibición vigente de no «leer» libros de los gentiles en las escuelas cristianas, se pasa al deber de conocerlos y de dialogar con ellos.

En esta época Tomás adopta un estilo de vida que ya no abandonará. La noche es el tiempo de la oración intensa, de la lectura en silencio, de la reflexión rigurosa. La jornada diaria alterna los actos de la comunidad y los de la enseñanza.

El año 1256 es decisivo en la vida del joven profesor, ya bien conocido en París no sólo en las aulas, sino en todos los centros de la cultura, y hasta en el palacio del rey Luis de Francia, donde un día, invitado a comer, abstraído en sus pensamientos, dio un puñetazo en la mesa, porque había encontrado la posible solución al problema del mal, que coincide con el problema de Dios. Era el problema de los maniqueos.

El papa Alejandro IV se interesa por su promoción y pide al rector que le admita a los ejercicios que se requieren para el ingreso en el magisterio de teología. Tomás se resiste por sentirse poco preparado y por saber que necesitaba dispensa de edad. En la primavera de ese año, Tomás realizó los complicados ejercicios de la Incoeptio, y aunque no fue admitido en el claustro de profesores hasta el mes de agosto siguiente, ya en septiembre de 1256 dio comienzo a los tres ejercicios del maestro: leer, predicar, disputar.

Inicia el magisterio en las aulas de París con su famosa lección titulada Rigans montes (Sal 103,13) en la primavera de 1256. Y es maestro regente durante tres años, hasta 1259. La mejor aportación de estos años está condensada en las 28 Quaestiones Disputatae de Veritate. Nada semejante en calidad se había visto en el pasado teológico.

En Italia a partir de 1259: 
Glosa de los Evangelios y Oficio del Corpus

Deja París en 1259 y pasa a Italia. Enseña, predica, dirige un Estudio en Roma. En este tiempo escribe su obra más original: la Summa contra Gentes, o Liber de Veritate catholica contra errores infidelium.

El período más largo de esta época es el que pasa en Orvieto, cerca de la corte papal. El papa Urbano IV estima mucho al maestro Tomás y le encomienda un trabajo arduo: una glosa de los Evangelios a través de las sentencias de los Padres. La llama Catena aurea. Es un monumento de erudición y penetración en el Evangelio.

De esta época es también el Oficio del Corpus. Tomás ha comprendido que la Eucaristía es el misterio más alto confiado a la Iglesia. El milagro de Bolsena y la traslación de los corporales ensangrentados a la nueva catedral de Orvieto, han sido la ocasión para que el Tomás muestre su genio una vez más componiendo el oficio, con lecturas, himnos, secuencia y música. Todavía hoy la Iglesia no ha encontrado quien exprese mejor que Tomás la devoción a la Eucaristía. En toda la Iglesia sigue vigente su oficio. La tradición hace de Orvieto uno de los lugares donde Jesucristo habló a Tomás: Has escrito bien de mí, Tomás ¿qué premio deseas? —¡Nada deseo sino a ti, Señor! (Tocco: Ystoria, 53).

La Suma Teológica

De este período italiano es su decisión de escribir una obra que recoja con estilo sapiencial, breve, profundo, la teología católica, como sustituto de los libros de las Sentencias. Mientras dirigía en Roma el Studium de la orden, después de un ensayo de comentar de nuevo la obra de Pedro Lombardo, se decide a escribir la Summa Theologiae. En la Suma puso alma y corazón, la pretendía breve, pero le fue creciendo entre las manos a medida que la componía. Se vio obligado a dedicarle la mayor y la mejor parte de su tiempo, pero pudo más que él. Al final, casi a punto, la dejó sin terminar.

1268, París 1268; 1272, Nápoles

De 1268 al 1272 volvió a la cátedra de París, con su trabajo habitual de maestro, de escritor, de predicador. La orden le reconoce su valor y le asigna secretarios para aliviarle el peso.

En tres frentes desarrolla su actividad: defensa de la vida religiosa, la asimilación de Aristóteles frente a los averroístas que capitanea Siger de Brabant, y la Summa Theologiae.

Tomás vuelve a Italia y se establece en Nápoles en 1272. Regenta la cátedra de Teología, predica en adviento y cuaresma al pueblo, dicta a todas horas a cuatro y cinco secretarios, tiene abiertas al mismo tiempo obras de comentarios a la Escritura, al filósofo (Aristóteles) y a petición de fray Reginaldo, su querido socio, escribe el Compendio de Teología para los muy ocupados, que no disponen de tiempo para largas lecturas.

El 21 de enero ofrece una comida extraordinaria para la comunidad en la fiesta de Santa Inés, agradecido al favor que le ha hecho curándolo de las fiebres tercianas. Cuando todo parecía marchar sobre ruedas, le llega la orden del papa Gregorio X, que lo convoca para que participe en el concilio que se celebrará en el mes de mayo en Lyón, para tratar de la unión con los griegos. Tomás acepta la invitación pero no podrá cumplirla.

El grano y la paja

A partir del día 6 de diciembre de 1273, Tomás no ha vuelto al Scriptorium. Allí quedan colgados los organa scriptionis (los instrumentos de la escritura). En la misa de San Nicolás le ha ocurrido algo extraño, probablemente místico y al mismo tiempo cerebral. Tomás ha quedado como fuera de sí. No se siente con fuerzas para proseguir su trabajo. Cuando fray Reginaldo le insta para que vuelva a dictar a los secretarios, a dar lecciones, a finalizar la obra, Tomás se resiste, confiesa que no puede, que hay algo que se lo impide.

Ante las nuevas insistencias, un día le dice la causa: Reginaldo, no puedo, ante lo que ya he visto, lo que he escrito me parece paja: mihi palea videtur (Tocco: Ystoria, 37, 347). La expresión es auténtica. Esta expresión sólo tiene un sentido aceptable, cuando se tiene en cuenta que Tomás ha querido dar respuesta a la pregunta ¿quién es Dios? Y la respuesta a esa pregunta sólo Dios, que se comprende a sí mismo, la puede dar.

Con todo Tomás, obediente al papa, se pone en camino hacia Lyón para participar en el Concilio Ecuménico. Cabalga en un mulo. En un recodo del camino su cabeza da un golpe contra un árbol atravesado, cae al suelo, y se siente molesto. Hace una visita en Maenza a la sobrina Francesca, descansa pero no mejora, pierde el apetito. Decide recogerse en la abadía de Fossanova y presiente que allí será el final de su camino.

Convive con los monjes alguna semana del mes de febrero, reposa, ora, canta, explica la Escritura. Se dispone para el gran paso: confiesa sus pecados y de rodillas recibe el viático. El teólogo abre su alma ante el encuentro con Dios. Tomás cierra sus ojos en el alba de la mañana del 7 de marzo de 1274.

SOBRE SANTO TOMÁS DE AQUINO:
El día en que Tomás de Aquino dejó de escribir
¿Qué es Dios?
Vídeo,

Marcos 4,21-25: La lámpara que ilumina, por la Orden Carmelitana

Marcos 4,21-25

En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre: "¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama, o para ponerlo en el candelero? Si se esconde algo, es para que se descubra; si algo se hace a ocultas, es para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga." Les dijo también: "Atención a lo que estáis oyendo: la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene."

— Comentario por la Orden Carmelitana
“La lámpara que ilumina”

En aquel tiempo no había suministro eléctrico. Imaginemos lo que sigue. La familia está en casa. Empieza a oscurecer. El padre se levanta, enciende una lámpara y la coloca debajo de una caja o de una cama. ¿Qué dirán los demás? Gritarán: “¡Padre! ¡Ponla encima de la mesa!” Esta es la historia que Jesús cuenta. No explica. Apenas dice: Quien tenga oídos para oír, que oiga.

La Palabra de Dios es la lámpara que debe ser encendida en la oscuridad de la noche. Si se queda dentro del libro de la Biblia, cerrado, es como la lámpara puesta debajo de una caja o de una cama. Cuando enlaza con la vida y es vivida en comunidad, entonces está colocada encima de la mesa e ¡ilumina!

Prestar atención a los preconceptos

Jesús pide a los discípulos que tomen conciencia de los preconceptos con que escuchan la enseñanza que él ofrece. Deben prestar atención a las ideas con que miran a Jesús. Si el color de los ojos es verde, todo parece verde. Si fuera azul, todo parecería azul. Si la idea con la que miro a Jesús está equivocada, todo lo que pienso sobre Jesús estará amenazado de error. Si pienso que el Mesías, ha de ser un rey glorioso, no voy a entender nada de lo que Jesús enseña y lo voy a entender todo de manera equivocada.

Parábolas

Una nueva manera de enseñar y de hablar sobre Dios. La forma que Jesús tenía de enseñar era, sobre todo, por medio de parábolas. Tenía una capacidad muy grande de encontrar imágenes bien sencillas para comparar las cosas de Dios con las cosas de la vida que la gente conocía y experimentaba en su lucha diaria para la supervivencia. Esto supone dos cosas: estar dentro de las cosas de la vida, y estar dentro de las cosas del Reino de Dios.

La enseñanza de Jesús era diversa de la enseñanza de los escribas

Era una Buena Nueva para los pobres, porque Jesús revelaba un nuevo rostro de Dios, en el que el pueblo se reconocía y se alegraba. “Padre yo te alabo porque has escondido estas cosas a sabios y entendidos y las has revelado a los pequeños. ¡Sí, Padre, así te pareció bien! (Mt 11,25-28)”.