miércoles, 31 de mayo de 2017

VISITACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA (Lecturas)

Sofonías 3,14-18
Isaías 12,2-6 : Qué grande es en medio de ti 
el Santo de Israel
Lucas 1,39-56

Sofonías 3,14-18

Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás. Aquel día dirán a Jerusalén: "No temas, Sión, no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta." Apartaré de ti la amenaza, el oprobio que pesa sobre ti.

Isaías 12,2-6 : Qué grande es en medio de ti 
el Santo de Israel

El Señor es mi Dios y salvador:
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación.
Y sacaréis aguas con gozo
de las fuentes de la salvación.
R. Qué grande es en medio de ti 
el Santo de Israel

Dad gracias al Señor,
invocad su nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso.
R. Qué grande es en medio de ti 
el Santo de Israel

Tañed para el Señor, que hizo proezas,
anunciadlas a toda la tierra;
gritad jubilosos, habitantes de Sión:
"Qué grande es en medio de ti
el Santo de Israel."
R. Qué grande es en medio de ti 
el Santo de Israel

Lucas 1,39-56

1,39-45: En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá."

1,46-56: María dijo: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia por siempre." María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

lunes, 29 de mayo de 2017

Cómo entender el "temor de Dios"

El Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Cardenal Robert Sarah, afirmó durante la presentación de su libro «La fuerza del silencio», que el temor de Dios no es «miedo», sino «respeto y veneración filial».

«La Sagrada Escritura está llena de referencias al “temor de Dios”: initium sapientiae timor Domini. Y el temor de Dios es uno de los siete dones del Espíritu Santo», recordó la autoridad vaticana durante la presentación del libro en lengua alemana.

En ese sentido, explicó que «este temor no es miedo, porque, como dice San Juan, la caridad echa fuera el miedo, pero es respeto y veneración filial. Respeto por las cosas de Dios que es mucho más grande que el hombre. Él es Creador, nosotros somos criaturas. La intimidad con Dios no cancela el respeto por Él».

El Cardenal Sarah añadió en su discurso que «el silencio no es un fin en sí mismo, sino una condición necesaria: el silencio crea aquel clima que hace posible el acogimiento de la encarnación».

«Dios no está a nuestra disposición», aclaró el Purpurado, quien señaló que «si no hay respeto por Dios, no podemos tampoco tomar en serio su Palabra salvífica, interrogarnos e iluminarnos por ella».

SOBRE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

¿Qué significa “Cristo subió al cielo”?

El cielo no es un lugar al que vamos sino una situación en la que seremos transformados si vivimos en el amor y en la gracia de Dios. El cielo de las estrellas y de los viajes espaciales de los astronautas y el cielo de nuestra fe no son idénticos. Por eso, cuando rezamos el Credo y decimos que “Cristo subió a los cielos” no queremos decir que Él, anticipándose a la ciencia moderna, emprendiera un viaje sideral.

En el cielo de la fe no existe el tiempo, la dirección, la distancia ni el espacio. El cielo de la fe es Dios mismo de quien las Escrituras dicen: "Habita en una luz inaccesible" (1 Tim 6,16).

Del mismo modo, la subida de Cristo al cielo no es igual a la subida de nuestros cohetes; éstos se trasladan constantemente de un espacio a otro, se encuentran constantemente dentro del tiempo y nunca pueden salir de estas coordenadas por más lejanos que viajen por espacios indefinidos. La subida de Cristo al cielo es también un "pasar" del tiempo a la eternidad, de lo visible a lo invisible, de la inminencia a la transcendencia, de la opacidad del mundo a la luz divina, de los seres humanos a Dios.

Con su “ascensión al cielo” Cristo entró en un mundo que escapa a nuestras posibilidades. Nadie sube hasta allí si no ha sido elevado por Dios (cfr. Lc 24,51; Hch 1,9). Él vive ahora con Dios, en la absoluta perfección, presencia, ubicuidad, amor, gloria, luz, felicidad, una vez alcanzada la meta que toda la creación está llamada a lograr. Cuando proclamamos que Cristo subió al cielo pensamos en todo eso.

¿Qué decir entonces de la narración de san Lucas al final de su evangelio (24,50-53) y al comienzo de los Hechos de los Apóstoles (1,9-11) donde cuenta con algunos detalles la subida de Cristo a los cielos hasta que una nube lo oculto de los ojos de los espectadores?

Si la ascensión de Cristo no significa una subida física al cielo estelar, ¿por qué entonces san Lucas la describió así? ¿Qué pretendía decir? Para dar respuesta a esto tenemos que comprender una serie de datos acerca del estilo y género literario de la literatura antigua.

La ascensión, ¿fue visible o invisible?

En primer lugar constatemos el hecho de que es Lucas el único que narra el acontecimiento de la ascensión en términos de una ocultación palpable y de un desaparecer visible de Cristo en el cielo, cuarenta días después de la Resurrección.

Marcos sólo dice: «El Señor Jesús, después de hablar con ellos, fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios» (16,19). Sabemos que el final de Marcos (16,9-20) es un añadido posterior y que este fragmento depende del relato de Lucas.

Mateo no conoce ninguna escena de ocultamiento de Jesús; termina así su evangelio: «Jesús les dijo: se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra... Yo estaré con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos» (28,18-20). Para san Mateo, Jesús ya ascendió al cielo al resucitar. El que dice «todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra» ya ha sido investido de ese poder; ya está a la derecha de Dios en los cielos.

Para san Juan, la muerte de Jesús significó ya su pasar al Padre (Jn 3,13): «Dejo el mundo y voy al Padre» (16,28). Cuando dice: «Recibid el Espíritu Santo», según la teología de Juan eso significa que Jesús ya está en el cielo y envía desde allá su Espíritu (Jn 7,39; 16,7).

Para Pablo la resurrección significaba siempre elevación en poder junto a Dios (Rom 1,3-4; Flp 2,9-11).

Pedro habla también de Jesucristo «que subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios» (1 Pe 3, 22).

1 Tim 3,16 habla de su exaltación a la gloria.

En todos estos pasajes la ascensión no es un acontecimiento visible para los apóstoles, sino invisible y en conexión inmediata con la resurrección. Esta perspectiva que contemplaba conjuntamente resurrección y ascensión se mantuvo, a pesar del relato de Lucas, hasta el siglo IV, como atestiguan los Padres como Tertuliano, Hipólito, Eusebio, Atanasio, Ambrosio, Jerónimo y otros.

San Jerónimo, por ejemplo, predicaba: «El domingo es el día de la resurrección, el día de los cristianos, nuestro día. Por eso se llama el día del Señor, porque en este día Nuestro Señor subió, victorioso, al Padre» (Corpus Christianorum, 78,550).

De igual manera la liturgia celebró hasta el siglo V como fiesta única la pascua y la ascensión. Sólo a partir de entonces, con la historificación del relato lucano, se desmembró la fiesta de la ascensión en cuanto fiesta propia.

El sentido de la ascensión era el mismo que el de la resurrección: Jesús no fue revivificado ni volvió al modelo de vida humana que poseía antes de morir. Fue entronizado en Dios y constituido Señor del mundo y juez universal, viviendo la vida divina en la plenitud de su humanidad.

Y aquí se impone la pregunta: si la ascensión no es ningún hecho narrable sino una afirmación acerca del nuevo modelo de vivir de Jesús junto a Dios, ¿porqué Lucas la transformó en una narración?

Finalmente, ¿estaba él interesado en comunicar sobre todo hechos históricos externos? ¿o es que a través de semejante narración nos quiere transmitir una comprensión más profunda de Jesús y de la continuidad de su obra en la tierra? Creemos que esta última pregunta ha de transformarse en una respuesta.

La ascensión, esquema literario

Veamos en primer lugar los textos. Al final de su evangelio nos cuenta:

«Condujo a los discípulos cerca de Betania y alzando las manos, los bendijo. Y sucedió que mientras los bendecía se separó de ellos y era elevado al cielo. Y ellos, después de postrarse ante él volvieron a Jerusalén con gran alegría y estaban continuamente en el templo bendiciendo a Dios» (24,50-53).

En los Hechos se nos cuenta:

«Y dicho esto, se elevó mientras ellos miraban y una nube lo ocultó a sus ojos. Y según estaban con los ojos fijos en el cielo mientras él partía, he aquí que se presentaron ante ellos dos varones con vestiduras blancas que les dijeron: Galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este Jesús elevado de entre vosotros al cielo volverá tal como lo habéis visto ir al cielo» (1,9-11).

En estos dos relatos se trata realmente de una escena de ascensión visible y de ocultamiento. Escenas de ocultamiento y de ascensión no eran desconocidas en el mundo antiguo greco-romano y judío. Era una forma narrativa de la época para realzar el fin glorioso de un gran hombre.

Se describe una escena con espectadores; el personaje famoso dirige sus últimas palabras al pueblo, a sus amigos o discípulos; en ese momento es arrebatado al cielo. La ascensión se describe en términos de nubes y oscuridad para caracterizar su numinosidad y transcendencia.

Así, por ejemplo, Tito Livio en su obra histórica sobre Rómulo, primer rey de Roma, narra lo siguiente: Cierto día Rómulo organizó una asamblea popular junto a los muros de la ciudad para arengar al ejército. De repente irrumpe una fuerte tempestad. El rey se ve envuelto en una densa nube. Cuando la nube se disipa, Rómulo ya no se encontraba sobre la tierra; había sido arrebatado al cielo. El pueblo al principio quedó perplejo; después comenzó a venerar a Rómulo como nuevo dios y como padre de la ciudad de Roma («Livius», I,16).

Otras ascensiones se narraban en la antigüedad, tales como las de Heracles, Empédocles, Alejandro Magno y Apolonio de Tiana. Todas siguen el mismo esquema arriba expuesto.

El Antiguo Testamento cuenta el arrebato de Elías descrito por su discípulo Eliseo (2 Re 2,1-18) y hace una breve referencia a la ascensión de Henoc (Gen 5,24). Es interesante observar cómo el libro eslavo de Henoc, escrito judío del siglo primero después de Cristo, describe la «ascensio Henoch»:
«Después de haber hablado Henoc al pueblo, envió Dios una fuerte oscuridad sobre la tierra que envolvió a todos los hombres que estaban con Henoc. Y vinieron los ángeles y cogieron a Henoc y lo llevaron hasta lo más alto de los cielos. Dios lo recibió y lo colocó ante su rostro para siempre. Desapareció la oscuridad de la tierra y se hizo la luz. El pueblo asistió a todo pero no entendió cómo había sido arrebatado Henoc al cielo. Alabaron a Dios y volvieron a casa los que tales cosas habían presenciado» (Lohfink, G., «Die Himmelfahrt Jesu», 11-12).

Los paralelos entre la narración de Lucas y las demás narraciones saltan a la vista. No cabe duda de que el paso de Jesús del tiempo a la eternidad, de los hombres a Dios, está descrito según una historia de ocultamiento, forma literaria conocida y común en la antigüedad. No que Lucas haya imitado una historia de ocultamiento anterior a él. Hizo uso de un esquema y de un modelo narrativo que estaban a su disposición en aquel tiempo.

Nosotros hacemos lo mismo cuando en la catequesis empleamos el sicodrama, el teatro o aun el género novelístico para comunicar una verdad revelada y cristiana a nuestros oyentes de hoy. Al hacerlo nos movemos dentro de un esquema propio de cada género sin que con ello perdamos o deformemos la verdad cristiana que pretendemos comunicar o testimoniar. La Biblia está llena de recursos como éste. Nos alargaríamos si quisiéramos presentar más ejemplos. Existe una amplia literatura científica y de divulgación referente a este asunto.

Como conclusión podemos mantener que la verdad dogmática de que «Cristo subió al cielo» (1 Pe 3,22) o que «fue exaltado a la gloria» (1 Tim 3,16) fue historificada muy probablemente por el mismo Lucas.

¿Qué quiso decir Lucas con la ascensión?

¿Por qué historificó Lucas la verdad de la glorificación de Jesucristo junto a Dios? Analizando su evangelio descubrimos en él no sólo un gran teólogo sino también un escritor refinado que sabe crear la «punta» en una narración y sabe cómo comenzar y concluir de forma perfecta un libro.
En ese sentido se entienden las dos narraciones de la ascensión, una al concluir el evangelio y otra abriendo los Hechos de los Apóstoles.

En cuanto conclusión del evangelio cobra una gran fuerza de expresión porque utiliza un género que se prestaba exactamente para exaltar el fin glorioso de un gran personaje. Jesús era mucho mayor que todos ellos pues era el mismo Hijo de Dios que retornaba al lugar del que había venido, el cielo. A eso le añade motivos más que destacan quién era Jesús: en el Evangelio lucano Jesús nunca había bendecido a los discípulos; ahora lo hace; nunca había sido adorado por ellos y ahora es adorado por vez primera. Queda así claro que con su subida al cielo la historia de Jesús alcanzó su plena perfección; con la ascensión los discípulos comprenden la dimensión y profundidad del acontecimiento.

Pero, ¿por qué se relata la ascensión dos veces y con formas diversas? En los Hechos, además de los motivos literarios presentes en el evangelio lucano, entran también motivos teológicos. Sabemos que la comunidad primitiva esperaba para pronto la venida del Cristo glorioso y el fin del mundo. En la liturgia recitaban con frecuencia la oración «Marana tha», ¡Ven Señor! Pero el fin no llegaba.

Cuando Lucas escribió su evangelio y los Hechos, la comunidad y principalmente Lucas, se dan cuenta de ese retraso de la Parusía. Muchos fieles ya habían muerto y Pablo había extendido la misión Mediterráneo adelante. Esto exigía una aclaración teológica: ¿Por qué no ha llegado el fin? Lucas intenta dar una respuesta a esa cuestión angustiosa y frustrante.

Ya en su evangelio reelabora los pasajes que hablaban muy directamente de la próxima venida del Señor. Así, cuando el Jesús de Marcos dice ante el Sanedrín: «Veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Poder y venir sobre las nubes del cielo» (14,62), Lucas hace decir a Jesús únicamente: «Desde ahora, el Hijo del Hombre estará a la derecha del poder de Dios» (22,69).

Para Lucas la venida de Cristo y el fin del mundo ya no son inminentes, aprendió la lección de la historia y ve en ello el designio de Dios. El tiempo que ahora se inaugura es el tiempo de la misión, de la Iglesia y de la historia de la Iglesia. Esa constatación, Lucas la pone en el frontispicio de los Hechos y se contiene igualmente en la narración de la ascensión de Jesús al cielo. Cristo no viene como esperaban; se va. Volverá otra vez un día, pero al fin de los tiempos.

Lucas intenta decir a sus lectores: el hecho de que Jesús haya resucitado no significa que la historia haya llegado a su fin, ni que la venida de Jesús en gloria sea inminente. Por el contrario, la pascua significa exactamente que Dios crea un espacio y un tiempo para que la Iglesia se desarrolle, partiendo de Jerusalén, Judea y Samaría, hasta los confines de la tierra. Por eso es erróneo quedarse ahí parado y mirar para el cielo. Sólo quien dé testimonio de Jesús ha entendido correctamente la pascua. Jesús vendrá. ¿Cuándo? Eso es asunto reservado a Dios.

Tal como dice acertadamente el exegeta católico Gerhard Lohfink, al que seguimos en toda esta exposición: «El tema de Hch 1,6-11 (la ascensión) es el problema de la parusía. Lucas intenta decir a sus lectores: el hecho de que Jesús haya resucitado no significa que la historia haya llegado a su fin, ni que la venida de Jesús en gloria sea inminente. Por el contrario, la pascua significa exactamente que Dios crea un espacio y un tiempo para que la Iglesia se desarrolle, partiendo de Jerusalén, Judea y Samaría, hasta los confines de la tierra. Por eso es erróneo quedarse ahí parado y mirar para el cielo. Sólo quien dé testimonio de Jesús ha entendido correctamente la pascua. Jesús vendrá. ¿Cuándo? Eso es asunto reservado a Dios. La tarea de los discípulos está en constituirse ahora en el mundo en cuanto Iglesia» (53-54).

En otras palabras eso es lo que Lucas intentó con el relato de la ascensión en los Hechos.

Comparando las dos narraciones, la del evangelio con la de los Hechos, se perciben notables diferencias. Las nubes y los ángeles del relato de Hechos no aparecen en el evangelio. En éste, Jesús se despide con una bendición solemne; en los Hechos ésta falta totalmente. Las palabras de despedida en el evangelio y en Hechos difieren profundamente. Esas diferencias se comprenden porque Lucas no pretendía hacer el relato de un hecho histórico. Quiso enseñar una verdad, como ya dijimos arriba, y a tal fin debían servir los diversos motivos introducidos.

La verdad del relato no está en si hubo o no bendición, en si Jesús dijo o no dijo tal frase, si aparecieron o no dos ángeles o si los apóstoles estaban o no estaban en el monte de los Olivos mirando al cielo. Quien busque este tipo de verdad no busca la verdad de la fe, sino únicamente una verdad histórica que hasta un ateo puede constatar.

El que quiera saber si la historia de la ascensión de Jesús al cielo es verdadera, y eso es lo que intenta saber nuestra fe, deberá preguntar: ¿Es cierta la interpretación teológica que Lucas da de la historia después de la resurrección? ¿Es verdad que Dios ha dejado un tiempo entre la resurrección y la parusía para la misión y para la Iglesia? ¿Es cierto que la Iglesia en razón de esto no debe sólo mirar hacia el cielo sino también hacia la tierra?

Pues bien, ahora estamos en mejor situación para responder de lo que estaban los contemporáneos de Lucas, pues tenemos detrás de nosotros una historia de casi dos mil años de cristianismo. Podemos con toda seguridad y toda fe decir: Lucas tenía la verdad. Su narración sobre la ascensión de Jesús a los cielos en Hechos, además de interpretar correctamente la historia de su tiempo, era una profecía para el futuro; y se realizó y todavía se está realizando. Jesucristo penetró en aquella dimensión que ni ojo vio ni oído oyó (cfr 1 Cor 2,9). El, que durante su vida tuvo poco éxito y murió miserablemente en la cruz, fue constituido por la resurrección en Señor del mundo y de la historia. Sólo es invisible pero no es un ausente.

Sobre “la nube”

Lucas lo dice en el lenguaje de la época: «se elevó mientras ellos miraban, y una nube lo ocultó a sus ojos» (Hch 1,9). Esa nube no es un fenómeno meteorológico; es el símbolo de la presencia misteriosa de Dios. Moisés en el Sinaí experimenta la proximidad divina dentro de una nube: «Cuando Moisés subía a la montaña las nubes envolvían toda la montaña; la gloria de Yahvé bajó sobre el monte Sinaí y las nubes lo cubrieron por seis días» (Ex 25,15).

Era la proximidad de Dios. Cuando el arca de la alianza fue entronizada en el templo de Salomón se dice que «una nube llenó la casa de Yavé Los sacerdotes no podían dedicarse al servicio a causa de la nube, pues la gloria de Yahvé llenaba toda la casa» (1 Re 8,10).

La nube, por consiguiente, significa que Dios o Jesús está presente, aunque de forma misteriosa. No se le puede tocar y sin embargo está ahí, a la vez revelado y velado. La Iglesia es su signo-sacramento en el mundo, los sacramentos lo hacen visible bajo la fragilidad material de algunos signos, la Palabra le permite hablar en nuestra lengua invitando a los hombres a una adhesión a su mensaje que, una vez vivido, los llevará hacia aquella dimensión en la que él existe ahora, al cielo.

Todo esto está presente en la teología de la ascensión de Jesús al cielo. Esta es la verdad del relato que Lucas, hoy todavía, nos quiere transmitir, para que «nos postremos ante él, Jesús, y volvamos a nuestra Jerusalén llenos de una gran alegría» (cfr. Lc 24,52).

Nota: El presente texto es un extracto de las páginas 185 -194, del libro "Hablemos de la Otra Vida" del teólogo Leonardo Boff, publicado en 1978 por la editorial española Sal Terrae. La publicación original es en portugés y se titula "Vida para Além da Morte" de la editorial Vozes en Petrópolis, Brasil.

* Teólogo brasileño, ex-sacerdote franciscano, filósofo, escritor, profesor y ecologista. Durante 22 años fue profesor de Teología Sistemática y Ecuménica en el Instituto Teológico Franciscano de Petrópolis, profesor de Teología y Espiritualidad en varios centros de estudio y universidades de Brasil y del exterior, y profesor visitante en las universidades de Lisboa (Portugal), Salamanca (España), Harvard (EUA), Basilea (Suiza) y Heidelberg (Alemania).



Juan 16,29-33: De traidores a testigos

Juan 16,29-33  

En aquel tiempo, dijeron los discípulos a Jesús: "Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de Dios." Les contestó Jesús: "¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo."

— Comentario por Reflexiones Católicas
"De traidores a testigos"


De traidores a testigos. En esta semana anterior a Pentecostés se nos invita a hacer un retiro en el Cenáculo, con María y los apóstoles, para abrirnos a la acción del Espíritu. Como entonces el Espíritu actuará y hará milagros en y por nosotros si somos dóciles a sus impulsos.

Para conocer el sentido del pasaje evangélico es iluminador conocer el contexto en el que Juan lo escribe. Las comunidades a las que dirige su evangelio viven en un clima agresivo de herejía que niega la identidad de Jesús; unos niegan su divinidad, otros su humanidad.

Los fieles se sienten empujados por la corriente y sienten miedo a confesar ante los disidentes lo que confiesan en la comunidad. Con este motivo, Juan evoca la situación paralela que vivieron los primeros discípulos, quienes, al final de la conversación del Maestro en la última cena, ya creen ver claro: “Ahora sí vemos que lo sabes todo. Por ello creemos que saliste de Dios”. Pero esta confesión es sólo delante del Maestro; él les reprocha: “¿Qué ahora creéis...? Os dispersaréis cada uno por su lado y a mí me dejaréis solo”.

Pedro, en nombre de sus compañeros, le había confesado en Cesarea: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Pero, a continuación, cuando les anuncia la pasión, pretende darle lecciones y forcejea para apartarle de su propósito, por miedo a perder el puesto que espera en el supuesto reino político. A los apóstoles les faltaba fe en el Espíritu.

¡Cómo cambió su actitud cuando creyeron de verdad en Él y se abrieron a su acción! Las ovejas asustadizas que huyeron al ver al pastor apresado, al ser denunciadas por una simple criada, se vuelven profetas intrépidos que increpan al mismo sanedrín, salen gozosos de haber “sufrido el ultraje de los azotes por causa de Jesús” (Hch 5,41) y dan testimonio de él con su propia sangre martirial. Por obra y gracia del Espíritu Santo pasaron de traidores a testigos.

También nosotros confesamos: “Creo en Jesucristo, Hijo, un solo Señor.” Pero es una confesión en el templo ante el Señor, ante otros creyentes, una confesión sin riesgo como la de Pedro en Cesarea o en el cenáculo. Sólo es señal de fe viva confesar al Señor en las opciones de la vida, ante quienes siguen caminos opuestos al Evangelio, cuando la confesión puede traer consecuencias económicas, incomodidades y desventajas.

Como Pedro, muchos practicantes han pasado a ser “cristianos vergonzosos” que, como Nicodemo, se entrevistan con Jesús y se confiesan sus amigos a escondidas, en el templo, pero no en la calle, desafiando a la moda (la fe pública no se lleva). Jesús señala que para que la confesión sea verdadero signo de fe y expresión de amor no basta con que sea ante él y ante “los nuestros”; es preciso que sea “ante los hombres” (Mt 10,32-33).

En nuestros días, confesar la fe en Dios es, sobre todo, confesar la fe en el hombre que sufre la injusticia y la marginación. Hoy, a la mayoría de los amos de este mundo les importa un bledo la fe religiosa que cada uno profese, con tal de que no ponga en peligro sus privilegios y finanzas. Lo que no consienten es que la defensa de los derechos de la persona suponga menoscabo de su poder, ganancias o manejos.

En tales casos, lo más cómodo es callar; lo más ventajoso, dar la razón al jefe para evitarse represalias. Pero no es lo cristiano. La tentación es aliarse con los fuertes. Por eso, muchos son fuertes con el débil y débiles con el fuerte. Exactamente lo contrario de Jesús y sus testigos (Mt 5,11).

El Sínodo de los Laicos afirma: “El Espíritu nos lleva a descubrir más claramente que hoy la santidad no es posible sin un compromiso con la justicia, sin una solidaridad con los pobres y oprimidos”.
Necesitamos una fe profunda en la acción del Espíritu, liberar sus energías dormidas en nuestro interior. Él está ahí, en el hondón de nuestro ser, en nuestra comunidad, en la “iglesia doméstica” (1 Co 6,19). A la gran mayoría de los cristianos nos sucede como a los apóstoles: nos asusta un viento un poco fuerte, una pequeña tempestad, las pequeñas dificultades y oposiciones, lo nuevo, porque “somos hombres (y mujeres) de poca fe” en la acción del Espíritu (Mc 4,40).

Estamos muy aquejados de fariseísmo, según el cual cada uno sólo confía en sus propias fuerzas. Cuando los apóstoles creyeron de verdad que estaban revestidos “de la fuerza de lo alto” (Hch 1,8), se lanzaron a la calle a dar testimonio del Señor resucitado (Hch 4,33). No es que haya cristianos que les ocurra como a los discípulos del Bautista que no habían oído hablar del Espíritu Santo (Hch 19,3), pero sí son muchos los que viven como si no existiera. Por eso reducen el cristianismo a un código moral con el que hay que “cargar” o a una buena conducta que hay que observar.

Creer en el Espíritu Santo no es sólo aceptar las maravillas realizadas hace veinte siglos, sino creer las que quiere repetir hoy y aquí, entre nosotros. No seremos nosotros los que demos testimonio, sino el Espíritu (Mt 10,20).

Juan 16,29-33: ¿Ahora creéis?

Juan 16,29-33 

En aquel tiempo, dijeron los discípulos a Jesús: "Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de Dios." Les contestó Jesús: "¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo."

— Comentario por Reflexiones Católica
"¿Ahora creéis?"


Las afirmaciones de Jesús a lo largo del cuarto evangelio han encontrado casi siempre un eco de incomprensión. Ahora, al final de sus discursos, nos encontramos en situación diferente: los discípulos parecen entender.

En realidad son las características de la fe las que se hallan expuestas aquí; aunque la exposición se haga poniéndola en labios de los discípulos de Jesús durante su ministerio terreno. Nos encontrarnos, más bien, ante una profundización posterior hecha a la luz de las palabras de Jesús.

La mayor claridad de las palabras de Jesús es sinónimo de mayor aceptación del enviado del Padre. Aceptación con todo el riesgo que la fe implica, pero, al mismo tiempo, con la certeza que únicamente la palabra de Dios puede dar. A la luz de la fe, el futuro puede entenderse como ya presente; la vida eterna, anticipada al momento presente.

Esta certeza de la fe tiene su apoyo sólido en la omnisciencia de quien solícita nuestra adhesión: «Sabemos que conoces todas las cosas y que no necesitas que nadie te pregunte». La segunda parte de la frase es incorrecta; lo lógico sería: «no necesitas preguntar a nadie», es decir, puesto que lo sabe todo, no necesita que nadie le informe de nada, no necesita preguntar a nadie. ¿Por qué razón, entonces, se dice «no necesitas que nadie te pregunte»?

La omnisciencia de Cristo —lo sabes todo— no es presentada como un atributo absoluto, abstracto, y que en poco o en nada afecta al hombre. .Se trata de un saber que él comunica a los suyos. Es el Revelador y en él encuentran respuesta todas las preguntas humanas. Más aún, desde el momento en que se haya aceptado por la fe, estas preguntas se hallan ya contestadas anticipadamente.

¿Ahora creéis? El interrogante de Jesús tiene sabor de sorpresa y de desconfianza. Desconfianza lógica si el argumento para la fe se apoya en la evidencia externa a la que tan acostumbrados estamos. Es una fe muy parcial, ya que la fe completa se halla inseparablemente unida a la hora, a la muerte y resurrección. La fe es inseparable del escándalo de la cruz. Por eso cuando se predijo tal escándalo tuvo lugar la dispersión y el abandono de los discípulos.

La situación histórica de los discípulos, dispersados por la muerte de Jesús, es la situación repetida constantemente en los creyentes. Se tiene la impresión, una vez más, que el vencedor es el diablo, el príncipe de este mundo; el creyente siente la tentación de abandonar a Jesús y buscar refugio en el mundo.

Pero el abandonar a Jesús no significa dejarlo solo: el Padre está con él; es uno con el Padre y, por tanto, tiene que ser en realidad el vencedor. El Padre no puede ser vencido.

La referencia a la situación venidera de abandono de Jesús, les es anunciada a los discípulos para que tengan paz en él. El creyente sabe muy bien que, junto a su acto de fe, «Creo, Señor», es necesaria la ayuda del Señor, «aumenta mi fe» (Mc 9, 24). Él sabe muy bien que la paz que brota de la fe tiene su fundamento último en él; la seguridad y certeza de la fe se apoya no en el creyente, sino en Aquél en quien cree.

Juan 16,29-33: El Padre está conmigo

Juan 16,29-33 

En aquel tiempo, dijeron los discípulos a Jesús: "Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de Dios." Les contestó Jesús: "¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo."

— Comentario por Reflexiones Católicas
"El Padre está conmigo"


El fragmento comienza con algunas palabras entusiastas de los discípulos de Jesús: «Ahora has hablado claramente y no en lenguaje figurado” (v. 29). Piensan los discípulos que las palabras del Señor sobre su misión son ahora comprensibles, pero olvidan que les había dicho que la nueva era comenzaría después de la resurrección y que la comprensión de sus palabras tendría como maestro interior al Espíritu Santo.

Creen tener ahora en sus manos el secreto de la persona de Jesús y poseer una fe adulta en Dios. Jesús tendrá que hacerles constatar, por el contrario, que su fe tiene que ser reforzada aún, porque es demasiado incompleta para hacer frente a las pruebas que les esperan (vv. 31s).

Son palabras que esconden una gran amargura: el Nazareno predice el abandono por parte de sus amigos. Estos se escandalizarán por la suerte humillante que sufrirá su Maestro.

Con todo, Jesús nunca está solo. Vive siempre en unidad con el Padre. Por eso termina el coloquio con los suyos pronunciando palabras llenas de esperanza y de confianza: «Os he dicho todo esto para que podáis encontrar la paz en vuestra unión conmigo. En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo; yo he vencido al mundo» (v. 33).

Jesús ha vencido al mundo desarmándolo con el amor. Ha elegido lo que cuenta a los ojos de Dios y perdura en la vida, no lo efímero. Y este mensaje es el que deja a sus discípulos como «testamento espiritual».

La solidez de la relación con Dios emerge en la hora de la prueba, cuando nos encontramos solos ante Dios y, de improviso, se diluyen los apoyos humanos y las grandes ilusiones. Entonces es cuando se manifiesta dónde está apoyado de verdad tu corazón: en tus propias seguridades o en la Palabra del Señor, en el abandono total en él.

La fe se purifica en las pruebas y en la soledad, y nos introduce en el camino de Jesús, que afirma: «Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo», y nos hace considerar seriamente las palabras de Jesús: «Tened ánimo, yo he vencido al mundo».

La prueba y las tribulaciones pertenecen también a un proceso de maduración, porque nos hacen entrar en nosotros mismos, desear el silencio; nos sumergen en la soledad, allí donde siempre podemos descubrir nuestra vocación de estar «solos con el Solo», de anclarnos en aquel que nunca nos abandonará, con aquel a quien, juntos, aclamamos en los Salmos a menudo como nuestra roca, nuestro refugio, nuestra defensa, nuestro baluarte, nuestro consuelo. En esos momentos estas palabras asumen una verdad, una evidencia y una fuerza particular, y nos sentimos crecer en la comprensión del misterio de la vida y de nuestra íntima relación con Dios.

domingo, 28 de mayo de 2017

Hechos 1,1-11: Ascensión del Señor

Hechos 1,1-11 (Cf. Lucas 24,46-53)
Ascensión del Señor, ciclo A-B- C

En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios. Una vez que comían juntos, les recomendó: "No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo." Ellos lo rodearon preguntándole: "Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?" Jesús contestó: "No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo." Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: "Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse."

SOBRE EL MISMO TEMA:
Todo el ministerio de Jesús es una ascensión
¿Qué hacéis mirando al cielo? 
¡Jesús quiere hacerse visible a través de sus discípulos!
Estamos aquí de paso  

“¿Qué hacéis mirando al cielo?”, por el P. Raniero Cantalamessa, OFM

Hechos 1,1-11

En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios. Una vez que comían juntos, les recomendó: "No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo." Ellos lo rodearon preguntándole: "Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?" Jesús contestó: "No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo." Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: "Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse."

— “¿Qué hacéis mirando al cielo?”
por el P. Raniero Cantalamessa, OFM

En la primera lectura, un ángel dice a los discípulos: «Galileos, ¿qué hacéis mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse».

Es la ocasión para aclararnos las ideas sobre qué entendemos por «cielo». En casi todos los pueblos, por cielo se indica la morada de la divinidad. También la Biblia usa este lenguaje espacial: «Gloria a Dios en lo alto del cielo y paz en la tierra a los hombres».

Con la llegada de la era científica, todos estos significados religiosos de la palabra «cielo» entraron en crisis. El cielo es el espacio en el que se mueve nuestro planeta y todo el sistema solar, y nada más. Conocemos la ocurrencia atribuida a un astronauta soviético, al regreso de su viaje por el cosmos: «¡He recorrido el espacio y no he encontrado por ninguna parte a Dios!».

Así que es importante que intentemos aclarar qué entendemos nosotros, los cristianos, cuando decimos «Padre nuestro que estás en los cielos», o cuando decimos que alguien «se ha ido al cielo».

La Biblia se adapta, en estos casos, al modo de hablar popular (también lo hacemos actualmente, en la era científica, cuando decimos que el sol «sale» o «se pone»); pero ella bien sabe y enseña que Dios «está en el cielo, en la tierra y en todo lugar», que es Él quien «ha creado los cielos», y si los ha creado no puede estar «encerrado» en ellos. Que Dios esté «en los cielos» significa que «habita en una luz inaccesible»; que dista de nosotros «cuanto el cielo se eleva sobre la tierra».

Asimismo nosotros, los cristianos, estamos de acuerdo en decir que el cielo, como lugar de la morada de Dios, es más un estado que un lugar. Cuando se habla de él, carece de sentido alguno decir en lo alto o abajo. Con esto no estamos afirmando que el paraíso no existe, sino sólo que a nosotros nos faltan las categorías para poderlo representar.

Pidamos a una persona completamente ciega de nacimiento que nos describa qué son los colores: el rojo, el verde, el azul... No podrá decir absolutamente nada, ni otro será capaz de explicárselo, pues los colores se perciben sólo con la vista. Así nos ocurre respecto al más allá y la vida eterna, que están fuera del espacio y del tiempo.

A la luz de lo que hemos dicho, ¿qué significa proclamar que Jesús «subió al cielo»?

La respuesta la encontramos en el Credo: «Subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre». Que Cristo haya subido al cielo significa que «está sentado a la derecha del Padre», esto es, que también como hombre ha entrado en el mundo de Dios; que ha sido constituido, como dice san Pablo en la segunda lectura, Señor y cabeza de todas las cosas.

En nuestro caso, «ir al cielo» o «al paraíso» significa ir a estar «con Cristo» (Fil 1,23). Nuestro verdadero cielo es Cristo resucitado, con quien iremos a encontrarnos y a hacer «cuerpo» después de nuestra resurrección, y de modo provisional e imperfecto inmediatamente después de la muerte. Se objeta a veces que sin embargo nadie ha vuelto del más allá para asegurarnos que existe de verdad y que no se trata sólo de una piadosa ilusión. ¡No es verdad! Hay alguien que cada día, en la Eucaristía, regresa del más allá para darnos garantías y renovar sus promesas, si sabemos reconocerle.

Las palabras del ángel: «Galileos, ¿qué hacéis mirando al cielo?», contienen también un reproche velado: no hay que quedarse mirando al cielo y especulando sobre el más allá, sino más bien vivir en espera del retorno [de Jesús], proseguir su misión, llevar su Evangelio hasta los confines de la tierra, mejorar la vida misma en la tierra. Él ha subido al cielo, pero sin dejar la tierra. Sólo ha salido de nuestro campo visual. Precisamente en el pasaje evangélico Él mismo nos asegura: «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

Homilia del Domingo de la Ascensión del Señor, Año A, por el papa Francisco

DOMINGO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR, Año A
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— Texto completo de la homilía del papa Francisco

El poder de Dios

Hemos escuchado lo que Jesús Resucitado dice a los discípulos antes de su ascensión: “se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18). El poder de Jesús, la fuerza de Dios. Este tema atraviesa las lecturas de hoy: en la primera, Jesús dice que no les corresponde a los discípulos conocer “tiempos o momentos que el Padre ha reservado a su poder”, pero les promete la “fuerza del Espíritu Santo” (Hechos 1,7-8); en la segunda san Pablo habla de la “extraordinaria grandeza de su potencia con nosotros” y “de la eficacia de su fuerza” (Ef 1,19). Pero ¿en qué cosa consiste esta fuerza, este poder de Dios?

Jesús afirma que es un poder “en el cielo y sobre la tierra”. Es sobre todo el poder de conectar el cielo con la tierra. Hoy celebramos este misterio, porque cuando Jesús ha subido al Padre nuestra carne humana ha atravesado el umbral del cielo: nuestra humanidad está ahí, en Dios, para siempre. Ahí está nuestra confianza, porque Dios no se separará más del hombre. Y nos consuela saber que en Dios, con Jesús, hay preparado para cada uno de nosotros un lugar: un destino de hijos resucitados nos espera y por esto vale la pena vivir aquí abajo buscando las cosas de allá arriba, donde se encuentra nuestro Señor (Cfr. Col 3,1-2). Esto es lo que hizo Jesús, con su poder de unir la tierra con el cielo.

Estaré con vosotros hasta el fin del mundo

Pero este poder suyo no ha terminado una vez que subió al cielo, continúa también ahora y dura para siempre. De hecho, propiamente antes de subir al Padre Jesús ha dicho: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

No es un modo de decir, una simple reafirmación, como cuando antes de partir para un largo viaje se dice a los amigos: “Los recordaré”. No, Jesús está verdaderamente con nosotros y para nosotros: en el cielo muestra siempre al Padre su humanidad, nuestra humanidad, y así “está siempre vivo para interceder” (Heb 7,25) a nuestro favor.

He aquí la palabra clave del poder de Jesús: intercesión. Jesús ante el Padre intercede cada día, cada momento por nosotros. En cada oración, en cada uno de nuestros pedidos de perdón, sobre todo en cada misa, Jesús interviene: muestra al Padre los signos de su vida ofrecida, sus llagas, e intercede, obteniendo misericordia para nosotros. Él es nuestro “abogado” (Cfr. 1Jn 2,1) y, cuando tenemos alguna “causa” importante hacemos bien a confiársela, a decirle: “Señor Jesús, intercede por mí, por nosotros, por aquella persona, por aquella situación”.

Esta capacidad de interceder Jesús la ha dado también a nosotros, a su Iglesia, que tiene el poder y también el deber de interceder, de rezar por todos. Podemos preguntarnos: “¿Yo rezo?” nosotros como Iglesia, como cristianos ¿ejercitamos este poder llevando a Dios las personas y las situaciones?”. El mundo tiene necesidad. Nosotros mismos tenemos necesidad.

En nuestras jornadas corremos y trabajamos tanto, nos empeñamos en muchas cosas; pero corremos el riesgo de llegar a la tarde cansados y con el alma cargada, iguales a una nave cargada de mercadería que después de un viaje fatigoso entra en el puerto con el deseo solamente de atracar y apagar la luz. Viviendo siempre corriendo y tantas cosas por hacer, nos podemos perder cerrarnos en nosotros mismos y convertirnos en inquietos por algo sin sentido. Para no quedar sumergidos en este “malestar existencial”, recordemos cada día “tirar el ancla a Dios”: llevemos a él los pesos, las personas y las situaciones, confiémosle todo. Es esta la fuerza de la oración, que une el cielo con la tierra, que permite que Dios entre en nuestro tiempo.

Sobre la oración cristiana

La oración cristiana no es un modo para estar más en paz con sí mismos o encontrar alguna armonía interior; nosotros rezamos para llevar todo a Dios, para confiarle el mundo: la oración es intercesión. No es tranquilidad, es caridad. Es pedir, buscar, llamar (cfr. Mt 7,7). Es ponerse en juego para interceder, insistiendo asiduamente con Dios los unos por los otros (cfr. Hechos 1,14).

Interceder sin cansarse: es nuestra primera responsabilidad, porque la oración es la fuerza que hace ir adelante el mundo; es nuestra misión, una misión que al mismo tiempo cuesta fatiga y da paz. Este es nuestro poder: no prevalecer o gritar más fuerte, según la lógica de este mundo, sino ejercitar la fuerza humilde de la oración, con la cual se pueden también detener la guerras y obtener la paz. Como Jesús intercede siempre por nosotros ante el Padre, así nosotros sus discípulos, no nos cansemos jamás de rezar para acercar la tierra al cielo.

Anuncio

Después de la intercesión emerge, del Evangelio de hoy, una segunda palabra clave que revela el poder de Jesús: el anuncio. El señor envía a los suyos a anunciarlo con la sola fuerza del Espíritu Santo: “Vayan por todas partes y hagan discípulos míos en todos los pueblos” (Mt 28,19). Es un acto de extrema confianza en los suyos: Jesús confía en nosotros, ¡cree en nosotros más de cuanto nosotros creemos en nosotros mismos! Nos envía a pesar de nuestros límites; sabe que no somos perfectos y que, si esperamos a convertirnos mejores para evangelizar, no comenzaremos jamás.

Para Jesús es muy importante que pronto superemos una gran imperfección: la cerrazón. Porque el Evangelio no puede ser encerrado y sellado, porque el amor de Dios es dinámico y quiere alcanzar a todos. Para anunciar, sin embargo, es necesario andar, salir de sí mismo. Con el Señor no se puede estar quietos, acomodados en el propio mundo o en los recuerdos nostálgicos del pasado; con él está prohibido mantenerse calmo en las seguridades adquiridas. La seguridad para Jesús está en el andar con confianza: allí se revela su fuerza. Porque el señor no aprecia la comodidad, pero incomoda y relanza siempre. Nos quiere en salida, libres de la tentación de contentarse cuando estamos bien y tenemos todo bajo control.

Id, nos dice también hoy Jesús, que en el bautismo ha conferido a cada uno de nosotros el poder del anuncio. Por eso andar en el mundo con el Señor pertenece a la identidad del cristiano. No es solo para sacerdotes, monjas y consagrados. El cristiano no está detenido, sino en camino: con el Señor hacia los otros. Pero el cristiano no es un corredor que corre como loco o un conquistador que tiene que llegar antes que los otros. Es un peregrino, un  misionero, un “maratonista esperanzado”. Suave, pero decidido en el caminar; confiado y al mismo tiempo activo; creativo pero siempre respetuoso; emprendedor y abierto; laborioso y solidario. ¡Con este estilo recorremos los caminos del mundo!

Como para los discípulos de los orígenes, nuestros lugares de anuncio son las calles del mundo: y sobre todo allí que el Señor espera ser conocido hoy. Como en los orígenes desea que el anuncio sea llevado con su fuerza: no con la fuerza del mundo, sino con la fuerza límpida y suave del testimonio alegre. Esto es urgente.

Pidamos al Señor la gracia de no fosilizarse sobre cuestiones no centrales, sino de dedicarse plenamente a la urgencia de la misión. Dejemos a otros las murmuraciones y las fingidas discusiones de quien se escucha solo a sí mismo y trabajemos concretamente por el bien común y la paz; pongamos en juego con coraje, convencidos que hay más alegría en el dar que en el recibir (cfr. Hechos 20,35). El Señor resucitado y vivo, que siempre intercede por nosotros sea la fuerza de nuestro andar, el coraje de nuestro caminar. 

sábado, 27 de mayo de 2017

SALMO 47 (46): Dios reina sobre las naciones

SALMO 47 (46):
Dios reina sobre las naciones


47:1 Del maestro de coro. De los hijos de Coré. Salmo.
47:2 Aplaudan, todos los pueblos,
aclamen al Señor con gritos de alegría;
47:3 porque el Señor, el Altísimo, es temible,
es el soberano de toda la tierra.
47:4 Él puso a los pueblos bajo nuestro yugo,
y a las naciones bajo nuestros pies;
47:5 él eligió para nosotros una herencia,
que es el orgullo de Jacob, su predilecto. Pausa
47:6 El Señor asciende entre aclamaciones,
asciende al sonido de trompetas.
47:7 Canten, canten a nuestro Dios, canten,
canten a nuestro Rey:
47:8 el Señor es el Rey de toda la tierra,
cántenle un hermoso himno.
47:9 El Señor reina sobre las naciones
el Señor se sienta en su trono sagrado.
47:10 Los nobles de los pueblos se reúnen
con el pueblo del Dios de Abraham:
del Señor son los poderosos de la tierra,
y él se ha elevado inmensamente.

Liturgia de la Palabra:
   47,2-3,4-5.6-7 
   47,2-3.6-7.8-9 
   47,2-18-9.10 
Comentario al salmo 47 (46): 
   Canto a la realeza del Señor 

Efesios 1,17-23: Supremacía de Cristo

Efesios 1,17-23
Domingo de la Ascensión del Señor  

Hermanos: Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabidurÍa y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.

Mateo 28,16-20: Id y haced discípulos de todos los pueblos

Mateo 28,16-20
Domingo de la Ascensión del Señor  
Santísima Trinidad, Año B  (28,18-20)

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, paro algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo."

Salmo 46,2-18-9.10: Dios es el rey del mundo

Sábado de la 6 Semana de Pascua

Salmo 46,2-18-9.10: 
Dios es el rey del mundo

Pueblos todos, batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra.
R. Dios es el rey del mundo

Porque Dios es el rey del mundo:
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado.
R. Dios es el rey del mundo

Los príncipes de los gentiles se reúnen
con el pueblo del Dios de Abrahán;
porque de Dios son los grandes de la tierra,
y él es excelso.
R. Dios es el rey del mundo

SALMO 47 (46)     

viernes, 26 de mayo de 2017

Salmo 46,2-3,4-5.6-7: Dios es el rey del mundo

Viernes de la 6 Semana de Pascua

Salmo 46,2-3,4-5.6-7:
Dios es el rey del mundo

Pueblos todos, batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra.
R. Dios es el rey del mundo

Él nos somete los pueblos
y nos sojuzga las naciones;
él nos escogió por heredad suya:
gloria de Jacob, su amado.
R. Dios es el rey del mundo

Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas:
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad.
R. Dios es el rey del mundo

SALMO 47 (46)      

jueves, 25 de mayo de 2017

Juan 16,16-20: "Dentro de poco..."

Juan 16,16-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver." Comentaron entonces algunos discípulos: "¿Qué significa eso de "dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver", y eso de "me voy con el Padre"?" Y se preguntaban: "¿Qué significa ese "poco"? No entendemos lo que dice." Comprendió Jesús que querían preguntarle y les dijo: "¿Estáis discutiendo de eso que os he dicho: "Dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver"? Pues sí, os aseguro que lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría."

— Comentario por Reflexiones Católicas 

Un poco y no me veréis; otro poco y me veréis. Las frases son, al menos, ambiguas. Pueden aludir a los acontecimientos que se avecinan: muerte-resurrección-apariciones. Jesús desapareció de entre ellos y, en la Pascua, volvió a encontrarse con ellos. Esta sería la interpretación normal. Podría también referirse a la Ascensión y su retorno al final de los tiempos.

El lector del evangelio debe saber que con esta frase ambigua se hace referencia a la muerte-resurrección de Cristo, su glorificación por el Padre, la venida del Espíritu y el nuevo orden de cosas: el creyente se sentirá unido con el Padre y el Hijo.

El evangelista Juan recurre al fenómeno de la incomprensión de los discípulos para provocar una aclaración ulterior de las palabras de Jesús. El contenido o significado de la frase «un poco y no me veréis » en los evangelios sinópticos se halla expresado con mayor claridad: Jesús ha anunciado que el hijo del hombre será arrestado maltratado y muerto y, al tercer día resucitará (Mc 9, 9 y demás predicciones y anuncios de la Pasión).

"Dentro de poco"

La frase «dentro de poco» formaba parte del vocabulario corriente de cualquier maestro judío con visión de futuro. Todo aquél que creyese que el mundo tiende hacia una consumación —es la fe judía de la que participan también los cristianos— y que Dios intervendría de una manera definitiva en la historia, al ser preguntado por el cuándo de todo esto respondía con la frase «dentro de poco».

Es una frase que tiene raíces en el Antiguo Testamento —así hablaban los profetas hebreos y en el Nuevo aparece también en el Apocalipsis: que estuvieron callados un «poco de tiempo…» (Ap 6,1). Jesús se refiere al tiempo inmediatamente anterior al juicio último; ese tiempo intermedio que va desde su pasión hasta su regreso al final de los tiempos.

La referencia tanto a este tiempo intermedio como al tiempo final lleva consigo una oscuridad para los oyentes o lectores. ¿Quién puede penetrar ese futuro? No obstante los seguidores de Jesús se creían en el derecho de saber cómo serían esas cosas. No le preguntan, pero afirman, como sorprendidos de su desconocimiento: «no sabemos qué significa» ni lo que quiere decir.

De algo que todo el mundo estaba convencido era que ese período estaría caracterizado por violencias y tribulaciones intensas. Las alegrías de la «edad futura» estarán precedidas por grandes sufrimientos. La imagen de los dolores de la mujer al dar a luz estaba indicada para describir este período de tribulaciones pero, en todo caso, estarían mitigados por la alegría que vendría a continuación.

El misterioso «dentro de poco»… hubiese sido comprendido por los discípulos si hubiesen sabido lo que significaba el «ir al Padre». En todo caso se afirma que este misterio de incomprensión tiene sus raíces en la incomprensión del misterio de Jesús. Partiendo de quién lo envía, cuál es la misión que lleva a cabo, cuál es el futuro que anuncia… la incomprensión cesaría.

Juan 16,16-20: ¿Hay un tiempo breve y un tiempo largo?

Juan 16,16-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver." Comentaron entonces algunos discípulos: "¿Qué significa eso de "dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver", y eso de "me voy con el Padre"?" Y se preguntaban: "¿Qué significa ese "poco"? No entendemos lo que dice." Comprendió Jesús que querían preguntarle y les dijo: "¿Estáis discutiendo de eso que os he dicho: "Dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver"? Pues sí, os aseguro que lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría."

— Comentario por Reflexiones Católicas
“¿Hay un tiempo breve y un tiempo largo?”


Dentro de poco ya no me veréis. ¿Hay un tiempo breve y un tiempo largo? Medimos el tiempo según el reloj, el calendario, pero también según nuestro estado de ánimo. Hay un tiempo cronológico y otro psicológico; y, de hecho, el tiempo pasa rápido cuando nos divertimos y, por el contrario, la noche es larga para un enfermo que sufre.

Desde la Última Cena hasta la primera aparición de Cristo resucitado sólo pasaron tres días. Cronológicamente es un tiempo breve, pero a los entristecidos discípulos probablemente se les hizo muy largo.

En la vida espiritual se habla de desolación. Son períodos o momentos en los que parece que Cristo nos ha abandonado, que nos ha dejado solos. Entonces, la oración nos parece inútil, la lectura espiritual aburrida, la liturgia no nos gusta, toda la vida espiritual parece una ilusión.

¿Cómo comportarse entonces? Hay que animarse y creer firmemente que estas pruebas durarán sólo un breve tiempo. Todos, incluso los grandes santos, han tenido esta experiencia.

Y dentro de otro poco me volveréis a ver. Después de la Cuaresma, los días de la semana pascual son momentos de grandes encuentros gozosos con el Resucitado. También en la vida espiritual hay un ritmo parecido, y después de la desolación viene la consolación. En un determinado momento todo parece fácil, la oración da gusto, el ejercicio de la caridad nos llena de alegría.

¿Podemos fiarnos de estos estados de ánimo? Los autores espirituales aconsejan que no se tomen decisiones importantes en estos momentos, porque se trata de un entusiasmo pasajero. Pero tenemos que dar gracias a Dios por el consuelo que nos da. Es como una parada durante un paseo por la montaña: nos descansa, nos relaja, pero sin hacernos olvidar que el camino todavía es largo, y que la subida será nuevamente fatigosa. Este es el ritmo de la vida, y aceptándolo se puede sentir gozo en la consolación y en la desolación.

Porque voy al Padre. La subida por la montaña es también símbolo de otra experiencia de la vida. Desde el valle hasta el pie de la montaña el camino no suele ser escarpado, pero parece largo. Después se hace más escarpado y fatigoso, y aunque la última etapa sea la más difícil, el escalador acelera el paso y ya no quiere detenerse. La visión de la cima le impulsa a proseguir.

También en la vida terrena, las últimas etapas son las más difíciles. La edad trae enfermedades, el trabajo desilusiones, pero se empieza a vislumbrar la cima: vamos a la casa del Padre. Los rostros avejentados de la gente devota tienen una fascinación especial. Y los pintores los representan de buena gana en sus lienzos. En su expresión hay una mezcla de sufrimiento y de consolación por la cercanía del fin de la vida: el tiempo que queda es corto, pero la eternidad está cerca.

Juan 16,16-20: Dos tiempos que se enlazan

Juan 16,16-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver." Comentaron entonces algunos discípulos: "¿Qué significa eso de "dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver", y eso de "me voy con el Padre"?" Y se preguntaban: "¿Qué significa ese "poco"? No entendemos lo que dice." Comprendió Jesús que querían preguntarle y les dijo: "¿Estáis discutiendo de eso que os he dicho: "Dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver"? Pues sí, os aseguro que lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría."

— Comentario por Reflexiones Católicas
"Dos tiempos que se enlazan" 

Jesús consuela a los suyos de la tristeza por su partida. Les asegura que esa tristeza durará poco: «Dentro de poco dejaréis de verme, pero dentro de otro poco volveréis a verme» (v. 16). ¿Qué significan estas enigmáticas afirmaciones de Jesús?

Se refiere a los dos tiempos a los que Jesús está a punto de dar cumplimiento. El primero se refiere a su vida terrena, que está a punto de acabar; el segundo se refiere a su vida gloriosa, inaugurada con la resurrección. Su retorno posterior no se limita a las apariciones pascuales, sino que se prolonga en el corazón de los creyentes mediante su presencia en ellos.

Las palabras del Maestro no son comprendidas por los discípulos, que se plantean varias preguntas (vv 17s). Jesús, que conoce a los suyos por dentro y los acontecimientos que les esperan, intenta remover, a partir de las preguntas que le plantean, su tristeza, infundiéndoles la confianza en él con una nueva revelación: “ Vuestra tristeza se convertirá en gozo” (v. 20).

La comunidad cristiana tendrá que hacer frente a todo tipo de pruebas. Especialmente cuando le sea arrebatado el Esposo. Con su muerte, experimentará el llanto, la aflicción y el desconcierto, mientras que el mundo se sentirá alegre pensando que ha extirpado el mal. Estos momentos serán, para la comunidad, momentos de duda y de silencio de Dios. Pero no siempre será así. La comunidad de los discípulos también experimentará el gozo. Jesús no habla de sus sufrimientos —y tenía motivos para ello—, sino que piensa en los suyos más que en él, como el buen pastor en su rebaño.

El tiempo de la Iglesia es el tiempo en el que el discípulo se encuentra cogido entre dos gozos: el del mundo y el de Cristo. El gozo del mundo está ligado a la consecución de valores y placeres efímeros.
El gozo que viene de Jesús deriva de ser sus discípulos, de saber que él está cerca en todo momento, que gastar la vida por él y por los hermanos es una inversión ventajosa y un honor grande; que lo único necesario es no perderle a él, sentir su proximidad.

Nuestro corazón se encuentra cogido entre estos dos gozos: el primero es más inmediato, aunque fugaz: el segundo es más paciente, pero no decepciona. A veces ambos gozos se enlazan; otras, se oponen. El corazón del discípulo debe estar orientado siempre hacia el “todavía no”, hacia el decisivo «dentro de otro poco volveréis a verme», cuando el gozo, frecuentemente querido y creído, se volverá felicidad plena y sin sombras.

Oración

Te doy gracias, Señor, por tus visitas, que me llenan de alegría. Te doy gracias también por tus ausencias, que me hacen desear tu venida. Sé que debería estar siempre alegre, “en todo tiempo”, que siempre debería bendecirte y darte gracias. Sé que un discípulo tuyo no debería estar nunca triste. Pero tú socórreme cuando este mundo me parezca demasiado dulce, para que no me embriague, y también cuando me parezca demasiado amargo, para que no me aplaste. Ayúdame a buscar mi consuelo y mi gozo en ti. Y no dejes de hacerte sentir por este pobre corazón mío, tan frágil y titubeante.

miércoles, 24 de mayo de 2017

Hechos 17,16-34: Discurso de Pablo en el Areópago

17,16-34 En el aerópago de Atenas
Miércoles de la 6 Semana de Pascua

16 Mientras los esperaba en Atenas, Pablo se indignaba al observar la idolatría de la ciudad. 
17 En la sinagoga discutía con judíos y con los que temen a Dios; en la plaza pública hablaba 
     a los que pasaban por allí.
18 Algunos de las escuelas filosóficas de epicúreos y estoicos entablaban conversación con él; 
     otros comentaban: —¿Qué querrá decir este charlatán? Otros decían: —Parece un propagandista 
     de divinidades extranjeras. Porque anunciaba a Jesús y la resurrección. 
19 Lo llevaron al Areópago y le preguntaron: —¿Podemos saber en qué consiste esa nueva doctrina 
     que expones? 
20 Dices cosas que nos suenan extrañas y queremos saber lo que significan. 
21 Porque todos los atenienses y los extranjeros que residen allí no tienen mejor pasatiempo 
     que contar y escuchar novedades. 
22 Pablo se puso en pie en medio del Areópago y habló así: —Atenienses, veo que son hombres 
     sumamente religiosos. 
23 Cuando estaba paseando y observando sus lugares de culto, encontré un altar con esta inscripción: 
     al Dios desconocido. Ahora bien, yo vengo a anunciarles al que adoran sin conocer. 
24 Es el Dios que hizo cielo y tierra y todo lo que hay en él. El que es Señor de cielo y tierra 
     no habita en templos construidos por hombres 
25 ni pide que le sirvan manos humanas, como si necesitase algo. Porque él da vida y aliento 
     y todo a todos. 
26 De uno solo formó toda la raza humana, para que poblase la superficie entera de la tierra. 
     Él definió las etapas de la historia y las fronteras de los países. 
27 Hizo que buscaran a Dios y que lo encontraran aun a tientas. Porque no está lejos de ninguno 
     de nosotros, ya que 
28 en él vivimos, y nos movemos y existimos, como dijeron algunos de los poetas de ustedes: 
     porque somos también de su raza.
29 Por tanto, si somos de raza divina, no debemos pensar que Dios es semejante a la plata o el oro 
     o la piedra modelados por la creatividad y la artesanía del hombre. 
30 Ahora bien, Dios, pasando por alto la época de la ignorancia, manda ahora a todos los hombres 
     en todas partes a que se arrepientan; 
31 porque ha señalado una fecha para juzgar con  justicia al mundo por medio de un hombre que 
     él designó para esto. Y a este hombre lo ha acreditado ante todos resucitándolo de la muerte.
32 Al oír lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, otros decían: —En otra ocasión 
     te escucharemos sobre este asunto.
33 Y así Pablo abandonó la asamblea.
34 Algunos se juntaron a él y abrazaron la fe; entre ellos Dionisio el areopagita, una mujer llamada 
     Dámaris y algunos más.

SOBRE EL MISMO TEMA: 
Examen del discurso de Pablo 

Hechos 17,15.22-18,1: Examen del discurso de Pablo

Hechos 17,15.22-18,1

En aquellos días, los que conducían a Pablo lo llevaron hasta Atenas, y se volvieron con encargo de que Silas y Timoteo se reuniesen con Pablo cuanto antes. Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo: "Atenienses, veo que sois casi nimios en lo que toca a religión. Porque, paseándome por ahí y fijándome en vuestros monumentos sagrados, me encontré un altar con esta inscripción: "Al Dios desconocido." Pues eso que veneráis sin conocerlo, os lo anuncio yo. El Dios que hizo el mundo y lo que contiene, él es Señor de cielo y tierra y no habita en templos construidos por hombres, ni lo sirven manos humanas; como si necesitara de alguien, él que a todos da la vida y el aliento, y todo. De un solo hombre sacó todo el género humano para que habitara la tierra entera, determinando las épocas de su historia y las fronteras de sus territorios. Quería que lo buscasen a él, a ver si, al menos a tientas, lo encontraban; aunque no está lejos de ninguno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos; así lo dicen incluso algunos de vuestros poetas: "Somos estirpe suya." Por tanto, si somos estirpe de Dios, no podemos pensar que la divinidad se parezca a imágenes de oro o de plata o de piedra, esculpidas por la destreza y la fantasía de un hombre. Dios pasa por alto aquellos tiempos de ignorancia, pero ahora manda a todos los hombres en todas partes que se conviertan. Porque tiene señalado un día en que juzgará el universo con justicia, por medio del hombre designado por él; y ha dado a todos la prueba de esto, resucitándolo de entre los muertos." Al oír "resurrección de muertos", unos lo tomaban a broma, otros dijeron: "De esto te oiremos hablar en otra ocasión." Pablo se marchó del grupo. Algunos se le juntaron y creyeron, entre ellos Dionisio el areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos más. Después de esto, dejó Atenas y se fue a Corinto.

— Comentario por Reflexiones Católicas 

De todos los discursos misioneros dirigidos a los paganos, el más largo es el de Pablo a los atenienses. Pablo demuestra cómo el apóstol adapta su mensaje al auditorio ante el que se encuentra. Por ello escoge un tema bíblico susceptible de ser comprendido por los paganos. Sin duda no era el primero en confrontar las ideas de dos mundos diferentes. Pablo se aprovecha de las búsquedas y de la experiencia de autores sapienciales y helenistas.

a) El conocimiento de Dios es el tema fundamental del discurso

¿Cómo puede un pagano conocer a Dios? Para el judío, el desconocimiento (ignorancia) del Dios verdadero era el fruto de las pasiones desatadas (Rom 1,18-32; Sab 13,14; Ef 4,17-19). Pero Pablo abandona el tono severo de la Escritura para descubrir en la piedad, incluso de los paganos, una suerte de confesión de su ignorancia de Dios: la dedicación de un altar al "Dios desconocido".

El apóstol manipula el epitafio que estaba en plural y que expresaba un sentimiento de temor ante los maleficios de los dioses que los atenienses habrían podido olvidar. Pablo manifiesta, pues, una cierta simpatía por las ideas paganas, pero entendiéndolas con su mentalidad bíblica, y cree poder presentarse a los paganos como quien viene a colmar una ignorancia de la que ellos no tienen conciencia.

b) Dios no habita en templos construidos por hombres (v. 24)

Pablo recoge una corriente del pensamiento griego, pero que era igualmente una idea bíblica que Esteban había ya defendido ante un auditorio judío (Act 7, 48) y que se remonta a las antiguas polémicas de Israel contra la idolatría (v. 29; cf. Sal 113/115; Is 44,9-20; Jer 10,1-16). Pablo presenta hábilmente argumentos típicamente bíblicos pero conocidos por el paganismo griego y subraya que el cristianismo, tanto para los paganos como para los judíos, es una llamada a la espiritualización de su concepción de Dios y del culto que le es debido.

c) Pertenencia a la raza de Dios

Pablo presenta la pertenencia a la raza de Dios a partir de la cita de un filósofo griego (v. 28), pero comprendida a la manera bíblica (v. 26), como un anuncio del reagrupamiento de la humanidad tras el nuevo Adán (Rom 5, 12-21; 1 Cor 15, 21-22) y en la filiación divina.

d) Los últimos versículos del discurso provocan la ruptura

En ellos Pablo acumula unas expresiones incomprensibles para los griegos: la idea de un "ahora" (v. 30), es decir, de un momento privilegiado en la historia vinculado a un sentido escatológico poco en armonía con las concepciones paganas; la idea de resurrección sobre la que, además, se pedirá a Pablo que se detenga, concepción que incluso numerosos judíos se negaban a admitir (cf. vv. 31-32).

Examen del discurso de Pablo

Puede ser instructivo examinar el discurso de Pablo a la luz de las dificultades encontradas por los cristianos modernos para explicitar su fe ante los ateos. Ciertamente, el contexto ha cambiado porque Pablo y los griegos se encuentran todavía en un ambiente sacralizado; cristianos y ateos se encuentran hoy en un mundo secularizado, pero los puntos de fricción siguen siendo los mismos, tanto desde el punto de vista doctrinal como psicológico.

En primer lugar hemos de reconocer en Pablo una preocupación real por estar atento a la mentalidad de sus interlocutores. Pablo abandona la argumentación clásica del kerygma apostólico, basado sobre una cultura demasiado bíblica para los paganos. Además se tomó el trabajo de conocer las principales corrientes espirituales del paganismo griego y especialmente la concepción de una paternidad universal (v, 28), así como la de una religión liberada del materialismo y del formalismo (v. 29).

He aquí dos actitudes particularmente importantes en el diálogo contemporáneo entre cristianos y ateos: la conciencia común de la dignidad humana y de una superación del fenómeno religioso y mítico constituyen excelentes plataformas de comunión y de diálogo.

Por el contrario, dos puntos del discurso de Pablo son bastante chocantes para sus oyentes. El primero es la larga exposición sobre el Dios desconocido. Dejemos el mismo procedimiento por el que Pablo utiliza a favor de su Dios el culto pagano al Dios desconocido. Es un argumento táctico bueno. Pero lo que parece más grave es el hecho de que Pablo, convencido de que los otros son ignorantes, se presenta como "el que sabe" frente a los que "no saben".

El otro punto donde el discurso de Pablo revela alguna debilidad es la concepción de una historia que tiene un sentido más allá de sí misma en la voluntad de Dios que la lleva a su realización.

Ciertamente, esta concepción de la historia pertenece a la fe y no puede ser minimizada, pero qué puede significar para los atenienses convencidos del desarrollo cíclico y fatal de la historia y para los ateos de hoy convencidos de que la historia, lo mismo que la naturaleza, se explica por sí misma sin recurso a lo divino.

¿Es mediante discursos cómo el cristiano debe abordar el mundo pagano o ateo?

¿No es importante comenzar por insertarse en el mismo corazón de las actividades humanas y vivirlas de tal manera que se descubra en ellos progresivamente su significación para Dios? Es claro que el ateo será siempre para el creyente alguien que no sabe, pero ¿no habrá de situarse en el mismo terreno en que el hombre cree poder afirmar la inutilidad de Dios y el absurdo de la historia para purificar su fe y ser capaz de dar cuenta de ella?

Juan 16,1-15: El Espíritu os guiará a la verdad plena

1 Les he dicho esto para que no se escandalicen.
2 Serán echados de las sinagogas, más aún, llegará la hora 
   en que los mismos que les den muerte pensarán que tributan culto a Dios.
3 Y los tratarán así porque no han conocido ni al Padre ni a mí.
4 Les he advertido esto para que cuando llegue esa hora, recuerden que ya lo había dicho. 
   No les dije estas cosas desde el principio, porque yo estaba con ustedes.
5 Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: "¿A dónde vas?".
6 Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido.

La misión del Espíritu Santo
7 Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, 
   el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré.
8 Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio.
9 El pecado está en no haber creído en mí.
10 La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán.
11 Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado.
12 Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora.
13 Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, 
     porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.
14 Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.
15 Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: "Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes".


Jn 16,12-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que toma de lo mío y os lo anunciará."

SOBRE EL MISMO TEMA:

Juan 16,12-15: ¿Fue incompleta la enseñanza impartida por Jesús a sus discipulos durante su ministerio terreno?

Juan 16,12-15 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que toma de lo mío y os lo anunciará."

— Comentario por Reflcxiones Católicas
"¿Fue incompleta la enseñanza impartida por Jesús a sus discipulos durante su ministerio terreno?"

¿Fue incompleta la enseñanza impartida por Jesús a sus discípulos durante su ministerio terreno? La respuesta afirmativa parece deducirse de las palabras que abren esta pequeña sección. En el terreno de la enseñanza quedaban muchas cosas que Jesús no pudo enseñar por falta de comprensión en sus discípulos. ¿Cómo se explica esta «insuficiencia» en su función magisterial?

El evangelio nos ha dicho que algunos acontecimientos de la vida de Jesús no fueron entendidos por los discípulos cuando tuvieron lugar, sino después de la resurrección (2,22, con motivo de la purificación del templo; 12,16, a propósito de la profecía citada con motivo de la entrada solemne en Jerusalén). En los ejemplos mencionados estamos ante una incomprensión muy natural: refiriéndose a predicciones del futuro es lógico que no fuesen comprendidas hasta que tuvieron lugar.

Esta verdad «completa» no debe ser entendida cuantitativamente es decir, en el sentido de un determinado número de verdades que Jesús no habría enseñado y que serían dadas a conocer por el Espíritu Santo. La verdad «completa» debemos entenderla cualitativamente. Se trataría, por tanto, de una comprensión en profundidad; penetración del misterio de la persona de Cristo y de su obra, del sentido de su muerte, del sentido universalista de su misión salvadora… Todo esto no podía ser comprendido entonces por los discípulos.

Posteriormente, a la luz de la resurrección, del Espíritu y de la vida de la Iglesia, iría adquiriendo la claridad que entonces no tenía. Así lo demuestran las cartas de Pablo, la carta de los Hebreos y los mismos evangelios, particularmente el de Juan.

Jesús habla de la verdad completa, no de nuevas verdades; por tanto, de un conocimiento más profundo siempre creciente, de aquello que él había dicho y hecho. Por eso, esta novedad prometida no contradice. lo que ha afirmado anteriormente (15,15), cuando, al llamarles sus amigos, afirma que les ha comunicado todo aquello que había oído a su Padre.

El espíritu de profecía

Una de las formas en que la Iglesia experimentó la presencia del Espíritu Santo fue la profecía. El espíritu de profecía que actuaba en cristianos individuales, que predecían acontecimientos que iban a ocurrir. Pero, evidentemente no se trata única ni preferentemente de ese espíritu de profecía centrado en la predicción del futuro. Lo esencial Para los cristianos era conocer no exactamente lo que iba a ocurrir sino lo que estaba ocurriendo actualmente. En realidad ésta fue la principal tarea de los profetas del Antiguo Testamento descubrir la profundidad y dimensión total de los acontecimientos que ocurrían para que no quedasen en un nivel superficial, sino que fuesen vistos en esa perspectiva profética.

Jesús había dado determinadas enseñanzas al respecto, pero promete el Espíritu para que lleve a los cristianos a esta comprensión profética de los acontecimientos en cualquiera de las situaciones en que se encuentre la Iglesia.

Este Espíritu será quien glorifique a Jesús. Porque, gracias a la luz del Espíritu, los discípulos podrán comprender que la humillación de Cristo, su muerte, fue el principio de la exaltación, de la «elevación» hacia el Padre. Les llevaría a la comprensión total de lo que, durante el ministerio terreno de Jesús, permaneció oculto. Era necesario caer en la cuenta de que Jesús era el plenipotenciario del Padre, su agente enviado, para la salvación del mundo. Y esto sólo quien está en los secretos de Dios, como su Espíritu, podrá conocerlo y darlo a conocer. 

SALMO 148

SALMO 148

Alaben el nombre del Señor
148:1 ¡Aleluya!
Alaben al Señor desde el cielo,
alábenlo en las alturas;
148:2 alábenlo, todos sus ángeles,
alábenlo, todos sus ejércitos.
148:3 Alábenlo, sol y luna,
alábenlo, astros luminosos;
148:4 alábenlo, espacios celestiales
y aguas que están sobre el cielo.
148:5 Alaben el nombre del Señor,
porque él lo ordenó, y fueron creados;
148:6 él los afianzó para siempre,
estableciendo una ley que no pasará.
148:7 Alaben al Señor desde la tierra,
los cetáceos y los abismos del mar;
148:8 el rayo, el granizo, la nieve, la bruma,
y el viento huracanado
que obedece a sus órdenes.
148:9 Las montañas y todas las colinas,
los árboles frutales y todos los cedros;
148:10 las fieras y los animales domésticos,
los reptiles y los pájaros alados.
148:11 Los reyes de la tierra y todas las naciones,
los príncipes y los gobernantes de la tierra;
148:12 los ancianos, los jóvenes y los niños,
148:13 alaben el nombre del Señor.
Porque sólo su Nombre es sublime;
su majestad está sobre el cielo y la tierra,
148:14 y él exalta la fuerza de su pueblo.
¡A él, la alabanza de todos sus fieles,
y de Israel, el pueblo de sus amigos!
¡Aleluya!

Liturgia de la Palabra:
   148,1-2.11-12.13.14   

martes, 23 de mayo de 2017

Salmo 137: Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor

Jueves de la 1 Semana de Cuaresma
Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor
Martes de la 6 Semana de Pascua
Señor, tu derecha me salva

Salmo 137,1-2a.2bc.3.7c-8:
Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor

Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario.
R. Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor

Daré gracias a tu nombre,
por tu misericordia y tu lealtad;
cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma.
R. Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor

Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos.
R. Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor

SOBRE EL SALMO 138 (137) 

Hechos 16,25-34: La conversión del carcelero

16,25-34: La conversión del carcelero

25 A media noche Pablo y Silas recitaban un himno a Dios, mientras los demás presos escuchaban. 
26 De repente sobrevino un terremoto que sacudió los cimientos de la prisión. 
     En ese instante se abrieron todas las puertas y se les soltaron las cadenas a los prisioneros. 
27 El carcelero se despertó, y al ver las puertas abiertas, empuñó la espada para matarse, 
     creyendo que se habían escapado los presos. 
28 Pero Pablo le gritó muy fuerte: —¡No te hagas daño, que estamos todos aquí! 
29 El carcelero pidió una antorcha, temblando corrió adentro y se echó a los pies de Pablo y Silas.
30 Los sacó afuera y les dijo: —Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme? 
31 Ellos le contestaron: —Cree en el Señor Jesús y te salvarás, tú con tu familia. 
32 Enseguida le anunciaron a él y a toda la familia el mensaje del Señor. 
33 Todavía de noche se los llevó, les lavó las heridas y se bautizó con toda su familia. 
34 Después los llevó a su casa, les ofreció una comida y festejó con toda la casa el haber creído en Dios. 

lunes, 22 de mayo de 2017

Juan 15,26-16,4a: Las nuevas persecuciones

Juan 15,26-16,4a

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Cuando venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo. Os he hablado de esto, para que no tambaleéis. Os excomulgarán de la sinagoga; más aún, llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Os he hablado de esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo había dicho."

— Comentario por Reflexiones Católicas
"Las nuevas persecuciones"

Las persecuciones hoy. Continúa el tema del odio del mundo a los discípulos completado con detalles significativos de su realización. Juan tiene a la vista las persecuciones que ha presenciado. Menciona dos expresiones: la excomunión de la sinagoga y la muerte martirial:“El que os quite la vida, creerá que presta un servicio a Dios”.

Los judíos creían que, en determinadas circunstancias, era un deber religioso castigar la blasfemia con la muerte. A los cristianos los consideraban blasfemos (cf. Flp 3,6). Eran los males que caían sobre un judío que se hubiese convertido a la fe cristiana. Era la amenaza constante que pesaba sobre los judíos que hablaban griego, en las comunidades judías en las que residían, y que se convirtiesen al cristianismo.

Las persecuciones son una continuación del proceso judicial que condenó a Jesús y le seguirá condenando en los suyos. Los martirios y las persecuciones cambian a lo largo de los siglos en cuanto a las motivaciones y en cuanto a las formas. En los siglos precedentes el martirio se infringía a causa de la confesión de la fe, como ocurría en los tiempos apostólicos. Es lo que reflejan las actas de los mártires de la primitiva Iglesia y las de los siglos pasados en China, Japón, México y España. Ahora los cristianos, más que por confesar a Dios, sufren persecución por confesar al hombre, sus derechos, su libertad y su dignidad. Vivimos en un pluralismo ideológico y religioso y cada uno puede profesar el credo que le parezca mejor; los “perseguidores” hasta ayudarán al ejercicio de una religiosidad “inofensiva”; pero en cuanto “incomode”, toque al bolsillo o al poder, levantarán el grito.

Se puede ejercer la caridad limosnera sin ser molestado, pero en cuanto se reclama justicia salta la chispa del conflicto. El teólogo J. Moltmann nos decía en un Congreso: “Proclamad la beneficencia como la Madre Teresa de Calcuta, y hasta os ayudarán; pero pregonad los derechos de los sectores marginados, y os declararán la guerra”.

La persecución salta cuando se pone en peligro la fuente de ingresos porque se reclama justicia en el reparto de bienes, el respeto a los derechos del otro, con lo que se ven afectados los intereses egoístas. Una amiga perdió el empleo y la amistad de un amigo empresario por echarle en cara sus injusticias y ponerse al lado de los reivindicadores. “Supuso para mí y para mi familia grandes sacrificios, pero estoy satisfecha de este episodio de mi vida como cristiana y de haber sido perseguida por fidelidad a mis compañeros de trabajo”.

Me impresionó el testimonio dado entre lágrimas de algunos “mártires” de los derechos humanos en América Latina: amigos y algunos matrimonios cristianos que me contaban los días de cárcel, la pérdida del empleo, la descalificación laboral que habían sufrido por luchar desde su fe por los derechos humanos, “por ser fieles a lo que tantas veces hablamos en las reuniones”, me decían.

A veces los sufrimientos y ataques provienen de la propia familia porque se les “complica la vida” cuando se es consecuente con la fe: por negarse a entrar en ciertas injusticias por razones de herencia, por no consentir en un aborto, por oponerse al consumismo, por compartir bienes y tiempo con los pobres, y por otros servicios gratuitos… Por ejemplo, unos padres no acceden a las presiones de la hija y el yerno para defraudar a Hacienda. Éstos rompen con ellos y los han aislado durante años.

En nuestro tiempo, muchos cristianos sufren persecución por su honradez personal: “Si lo hace todo el mundo…”

Sufrirán persecución el político y el sindicalista que no se plieguen a ciertos postulados de su partido o sindicato y defiendan actitudes honradas. Sufrirá persecución el empleado que no tome parte en el juego sucio de la empresa, de los compañeros, en las trampas del comercio.

He escuchado bastantes testimonios en este sentido. Comprendo que esto es heroico. Son los nuevos santos que necesita nuestra sociedad salpicada de corrupción. Quien intenta ir a contrapelo del ambiente, actuar con otros criterios pronto topará con las críticas. En el momento en que un cristiano se opone a un estilo mundano y es honesto en los deberes cívicos, encontrará dificultades. “¿Por qué no haces como todo el mundo? ¿Por qué te haces el raro? Si nos ponemos así, no vivimos...”.

Un matrimonio, los dos cristianos comprometidos, decidieron celebrar austeramente la Primera Comunión de uno de sus hijos y entregar a una parroquia pobre de Perú la diferencia de lo que hubiera costado una celebración según la categoría social del padre, ingeniero. El disgusto y las críticas familiares fueron acerbas: “Qué dirán tus compañeros, algunos familiares... Que sois unos egoístas. Pero el matrimonio no se arredró. Es el cumplimiento de aquella promesa de Jesús de que el mismo Espíritu dará testimonio por nuestro medio: “No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu hablará (y actuará) por vosotros” (Mt 10,20). El Resucitado sigue haciendo milagros en nosotros.